
“Como a nadie se le puede forzar para que crea, a nadie se le puede forzar para que no crea”, decía un ya maduro Sigmund Freud en “El porvenir de una ilusión” (Die Zukunft einer Illusion), de 1927. Magistralmente, nos explicaba, sin caer en el voluntarismo psíquico, que la fe no se puede erradicar por un decreto impuesto, por el mandato de nadie y que es una creencia arraigada que simplemente está allí y que tiene toda lógica. Y eso ya le confiere una racionalidad, arreglada a fines y valores. Una entidad mentada y subjetiva. Una voluntad en acción.