
En el Congreso Nacional y en la Legislatura bonaerense se pelean hoy batallas clave. En ambos casos, la puja es por los recursos, pero en ambos casos, también, el telón de fondo son las elecciones que están cada vez más cerca.
La guerra entre facciones del peronismo en la Legislatura bonaerense volvió a provocar una impasse, pero no sólo eso: puso de relieve que lo que se discute en los palacios a ambos lados de la Plaza San Martín es parte de un juego abstruso que muy pocos comprenden.
POLÍTICA 23 de mayo de 2025Ayer iba a haber una sesión especial en la Legislatura bonaerense, pero no sucedió. La convocatoria se levantó a último momento, producto de una insólita guerra al interior del peronismo que se expresa en dos proyectos de ley casi idénticos, con una diferencia crucial. Crucial, vale decir, para el propio peronismo bonaerense, que no para los millones de ciudadanos de a pie que no tienen idea de cuál es el problema.
Los diputados y senadores que responden al gobernador Axel Kicillof y los que militan en las filas de la expresidenta y exvicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner están jugando un juego que sólo comprenden ellos, los principales referentes de sus respectivos espacios y algunos analistas políticos. Hacia afuera es difícil explicar qué es lo que se está disputando. Y se corre el riesgo de que sea la oposición la que ensaye una explicación, cosa que, por supuesto, ya está empezando a suceder.
Veamos. Lo que llevó (una vez más) al impasse legislativo es el enfrentamiento, por llamarlo de alguna manera, entre dos iniciativas que proponen reformar la legislación electoral en la provincia de Buenos Aires. Una de ellas fue pergeñada por senadores del espacio cristinista; se presentó, diríamos que entre gallos y medianoche, el mismo día en que se pudo destrabar la suspensión de las elecciones primarias abiertas, obligatorias y simultáneas (EPAOS) en territorio bonaerense. El otro, ingresado hace pocos días, fue redactado por una senadora kicillofista y añade el elemento que al otro le faltaba, no precisamente por haber pasado inadvertido.
El texto de los senadores cristinistas propone habilitar la reelección indefinida para diputados y senadores provinciales y para concejales y consejeros escolares en los municipios, pero no para los más interesados en obtenerla: los intendentes. Ese es el elemento que falta. El proyecto de Ayelén Durán, la senadora kicillofista, “repone” esa instancia de re-reelección, reclamada por decenas de jefes comunales y puesta como prenda de negociación cuando, a fines del año pasado, Kicillof intentó hacer pasar su paquete de leyes fundamentales: el presupuesto, la ley fiscal impositiva y la autorización para tomar deuda. (Spoiler alert: no lo logró.)
Como decíamos más arriba, es la oposición la que, a falta de una apertura del peronismo hacia la población acerca de este tema, está ensayando una explicación de lo que se discute. Explicación que no podría ser más simple: al peronismo sólo le interesa perpetuarse en el poder, y por eso busca eliminar las barreras a la reelección para todos los cargos (excepto, por ahora, el del propio gobernador y su vice). “Es una vergüenza”, dijo la diputada Maricel Etchecoin, de la Coalición Cívica. “Kicillof sólo atiende a su agenda”, opinó Adrián Urreli, del PRO. “El divorcio del oficialismo de Kicillof y CFK con la realidad es total”, tuiteó la senadora radical Nerina Neumann Losada.
En principio, les asiste la razón a estas posiciones, aunque, por supuesto, todo es más complicado. ¿Qué podrían hacer Kicillof o Fernández, o cualquiera de sus adláteres, para contarle a la población cuál es el juego que se está jugando y por qué es importante? Nada o casi nada. Deberían esbozar complejos argumentos sobre la necesidad de mantener contentos a unos para obtener concesiones de otros, de reforzar poder en el territorio para impedir que arrasen otros poderes. Argumentos completamente insatisfactorios en una provincia aquejada por problemas graves e importantes (cosa que también señala la oposición continuamente) y en un país, el que Kicillof pretende gobernar a partir de 2027, que tampoco tiene tiempo ni ganas de prestar atención a estas cuestiones.
Las elecciones del domingo pasado en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires sirvieron, además de para determinar la nueva composición de la Legislatura porteña, para evidenciar con toda claridad la crisis que hoy atraviesa la representación política. No sólo porque la participación electoral fue la más baja de la historia, sino por la atomización de la oferta, que dejó claro que no había diferencias claras de mensaje entre una y otra vertiente de los grandes espacios que se disputaban las bancas.
En la provincia ocurre básicamente lo mismo. Los sectores en pugna en el peronismo provincial no intentan dirimir diferencias de programa o visión política (porque no las tienen): se miran uno al otro como si miraran un espejo. Las agrias rencillas dentro y fuera del recinto legislativo responden a juegos de tironeo y poroteo con cero densidad programática.
Afuera está el otro espejo, el de la ciudadanía, a la que se supone que tanto los gobernantes como los legisladores representan. Ese espejo les devuelve una imagen borrosa y lejana. No sabemos si, enfrascados en la competencia permanente que se da en pasillos diversos, los representantes del pueblo bonaerense miran con frecuencia hacia afuera y comprueban el reflejo que esa superficie les devuelve. Parecería que no.
Por cierto, la oposición no es ajena a esta crisis, ni en el país ni en la provincia, como no lo es en el territorio porteño. Tanto el PRO como el radicalismo se las ven en figurillas para identificar cuál es el mensaje que deberían estar dándole a la ciudadanía (como no sea quejarse de las falencias del gobierno de Kicillof). El espacio amarillo se desangra mientras una parte busca desesperadamente aliarse con La Libertad Avanza (LLA) y la otra vagabundea buscando recoger aliados entre los heridos de estos años. La UCR está perdida en una disputa por el liderazgo interno y el portazo de Facundo Manes a nivel nacional no la ayuda.
En este contexto, la recta final hacia las elecciones de septiembre se parece más al camino hacia el patíbulo que un sprint que ordene a los partidos para llegar en forma. Es posible que tanto el peronismo como sus contendientes alcancen esa instancia en una condición presentable, pero será a costa de barrer bajo la alfombra una considerable parva de contradicciones que tarde o temprano vendrán a cobrarles la cuenta.
En el Congreso Nacional y en la Legislatura bonaerense se pelean hoy batallas clave. En ambos casos, la puja es por los recursos, pero en ambos casos, también, el telón de fondo son las elecciones que están cada vez más cerca.
La Argentina vive en estado de excepción y en la provincia de Buenos Aires empieza la temporada de los dolores de cabeza. La incógnita de qué ocurrirá con el presupuesto nacional se reproduce en territorio bonaerense con ingredientes propios. Una oposición que presiona y un oficialismo dividido cuyos antecedentes en la materia no auguran un panorama tranquilo.
Que el Tesoro de Estados Unidos haya bautizado a la Argentina como “aliado clave” en América Latina no constituye un elogio, sino una advertencia.
Mientras en el Instituto Cultural y el Teatro Argentino crecen las quejas de los trabajadores por el recorte de horas extras, la falta de materiales, cancelaciones y cambios inexplicables en las programaciones, Florencia Santout estaría destinando cuantiosos fondos estatales para intervenir en la política universitaria de la UNLP, a través de su organización, La Cámpora.
En la Legislatura bonaerense tuvo lugar ayer algo que hacía tiempo no ocurría y que a estas alturas ya es novedad: una sesión normal. Claro que se trata de una paz de circunstancias, porque los proyectos clave están en la otra cámara. Será el Senado, entonces, el escenario de las batallas complicadas.
En campaña, la política argentina convierte en gestos extraordinarios lo que son deberes básicos: presentar un presupuesto, no radicalizar discursos o aumentar partidas para educación y salud. Pero la reciente derrota legislativa del oficialismo, al no poder blindar los vetos presidenciales a las leyes de emergencia pediátrica y financiamiento universitario, mostró que el problema ya no es solo comunicacional: la “institución invisible” de la confianza, clave para sostener liderazgos y economías, comenzó a resquebrajarse. La democracia exige más que propaganda de lo obvio; exige resultados que fortalezcan credibilidad.