La Biblia de Nerón

Afecta a la producción de una épica verticalista que pasa por alto sus propias contradicciones, la intelligentsia libertaria ahora emula al primer peronismo con sus Veinte Verdades. Aunque en este caso también hay recorte: los preceptos libertarios son diez. Un breviario de la motosierra ideológica.

POLÍTICA 17 de marzo de 2025 Sebastián Lalaurette
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Ahora Milei tendrá su propia Biblia. O quizás sería más ajustado decir que tendrá su propio breviario como Perón.

El León, el Hombre Gris, el Topo, el Hombre de la Motosierra: no se puede negar que a Javier Milei lo viene acompañando, desde su lanzamiento a la vida política, un tono épico que bebe directamente de los arquetipos más fundamentales (los del mundo animal, por ejemplo) y también se alimenta de las profundas raíces de la religión. No por nada invoca a Moisés y ha hablado tanto de las Fuerzas del Cielo que éstas terminaron por materializarse en una versión light de las juventudes hitlerianas: una fuerza de choque a través del smartphone.

El presidente de la Nación busca, según su propia admisión, destruir el Estado desde dentro, reducirlo a trocitos con su motosierra y podríamos decir a cenizas, como Nerón, aquel emperador que ya era famoso por ser emperador pero que pasó a la memoria colectiva por el incendio de Roma. A cada paso aparece la épica, muchas veces impostada y artificial, otras más orgánica y natural, pero siempre verticalista, elementalmente autoritaria, coagulada en torno a la figura del Líder aunque esto contradiga las nociones presuntamente más caras a la ideología libertaria.

Ahora Milei tendrá su propia Biblia. O quizás sería más ajustado decir que tendrá su propio breviario a la manera de Perón. En lugar de Veinte Verdades Peronistas habrá diez verdades libertarias, porque aquí también pasó la motosierra, en cantidad y a lo mejor también en términos de profundidad intelectual.

El encargado de compilar y fundamentar a lo largo de sesenta páginas, en un librito que se llamará Las Epístolas del Cielo, estos diez postulados es Lucas Luna, conocido en X (antes Twitter) como Sagaz, y el editor responsable no es otro que Santiago Caputo, de cuya afición a los símbolos esotéricos y la manipulación en las sombras ya nos ocupamos hace poco.

Un repaso por estas diez verdades libertarias es una invitación al cringe, no sólo por su pasmosa superficialidad sino sobre todo por la inseguridad que revela (confróntese la novena epístola, que ya mencionaremos). Pero también es una ventana hacia un mundo de convicciones básicas y profundas, no menos profundas por ser contradictorias, que son, lo queramos o no, compartidas por muchísima gente, al menos a nivel inconsciente.

El compendio de “epístolas” se abre con una reivindicación de la motosierra y de la figura del Topo: “El Estado no debe ser gestionado, sino desmantelado”, proclama. Primera afirmación tajante que será contradicha inmediatamente por las que le siguen, pero que cimienta su fuerza en el odio visceral hacia todo lo estatal que se ha extendido en la Argentina desde un poco antes de que Milei llegara al poder.

Las siguientes verdades mileístas, como acabamos de decir, desmienten a la primera y refieren a la necesidad de mantener un aparato estatal en funcionamiento para cumplir con los objetivos que se propone la intelligentsia libertaria. La segunda reza: “Si el Estado de derecho no protege la vida, la libertad y la propiedad de los argentinos, entonces el Estado de derecho no existe”. Una afirmación que, además de promover la existencia de un Estado que sostenga los principios básicos libertarios, también revela, sin querer, la estrechez de miras que subyace a la redacción de este breviario, y que ya se había evidenciado, como no podía ser de otra manera, en ocasiones previas. Se habla de la vida, la libertad y la propiedad de los argentinos, como si estos derechos estuvieran circunscriptos a un país, como si la existencia y función del Estado de derecho fueran un problema a resolver aquí, con herramientas propias, sin referencia a las experiencias de otros países o a la evolución histórica de esta concepción de lo público. Es una crítica y una propuesta hecha desde el puro aquí y ahora, que no busca aprender nada.

La tercera y la cuarta de las verdades mileístas proclaman que “la República es un medio para proteger esos derechos frente a los arbitrios del monarca; si no es eso, no es nada” y que “el delito debe ser reprimido siempre y en todo lugar”. Y así consolidan la idea de un Estado que a la vez limita y manifiesta su poder represivo. Nada que discutir aquí excepto que la tendencia al autoritarismo del gobierno libertario relativiza un poco estas supuestas verdades.

Los tres preceptos siguientes hacen referencia al debate público y rezan: “El diálogo sólo es un valor si conduce a un país más libre; es un medio y no un fin en sí mismo”; “La política debe discutir ideas, no perseguir al adversario; el que a hierro mata a hierro muere”; y “La libertad de expresión no significa que los periodistas son seres privilegiados que no pueden ser criticados”. Estas tres afirmaciones, de las cuales la segunda sería aceptable si no chocara de frente contra la constante persecución y estigmatización de los “zurdos” y cualquiera que no comparta el ideario oficial, ponen el foco en la necesidad de imponer el propio discurso a resguardo del daño que pueda hacerle la confrontación con ideas contrarias. Y pueden ponerse en diálogo con la novena, que resulta un poco cómica en el reconocimiento tácito de una debilidad. La novena verdad mileísta dice: “Nos chupa un huevo lo que opinen los que arruinaron el país; nuestro compromiso es con la sociedad”. Y es tan evidente que las opiniones ajenas interesan y afectan al aparato libertario (no podría ser de otra manera si tenemos en cuenta que buena parte de ese aparato existe para atacar a quienes profesan esas opiniones) que se hace difícil tomar en serio este precepto.

Quedan dos postulados en el breve manual de la épica mileísta. El octavo es “Vamos a destruir la inflación a cualquier precio”. Y el décimo reza: “Todos son bienvenidos a las Fuerzas del Cielo”. No se le podría discutir a este gobierno que esta décima afirmación, aun contradictoria con la novena y con el tono general del discurso de un presidente que gusta de asimilar a sus adversarios con ratas y mandriles, expresa una verdad de su praxis política. Más allá del discurso y de sus afirmaciones de campaña (“No se puede hacer un país distinto con los mismos de siempre”, o la acusación a Patricia Bullrich de haber puesto bombas en jardines de infantes), es cierto que el Presidente ha estado más que dispuesto a admitir en sus filas... prácticamente a cualquiera.

Emulación de los dispositivos de difusión ideológica del primer peronismo, que por entonces incluían la confección de listas de conceptos simples y el uso de manuales de lectura obligatoria en la escuela, estas Epístolas del Cielo son un pastiche de apelaciones al ideario iluminista, a la reacción conservadora, a las recetas neoliberales y, desde su título, a la imaginación religiosa, añadiendo algo de cosecha propia: esa bravuconada posmoderna del troll que busca afirmarse como emisor de un pensamiento valedero mientras ataca las estructuras que podrían legitimarlo.

Habrá que esperar a que el libro esté terminado y publicado para ver cómo su sagaz autor justifica y expande cada una de las diez “verdades” contenidas en él. Mientras tanto, la realidad transcurre ajena a las máximas y los preceptos.

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