De monjes negros y payasos grises

En las últimas semanas asistimos al resquebrajamiento de una de las figuras más sólidas del gobierno libertario. Santiago Caputo, ese no-funcionario elusivo, esotérico, a medio camino entre lo cool y lo siniestro, pisó el barro de la contienda, sus pies se hundieron y se tambaleó un poco. ¿Qué papel cumple este hombre en el círculo de Javier Milei y qué significa su declive?

POLÍTICA 05 de marzo de 2025 Sebastián Lalaurette
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Santiago Caputo es el monje negro del gobierno libertario que encabeza Javier Milei.

En la mitología política existe una figura cuya significación es difusa y múltiple, pero cuyas raíces están profundamente hundidas en el corazón de lo simbólico: la del monje negro. Su filiación religiosa tiene una explicación histórica (así llamaban a Girolamo Savonarola, el predicador italiano que amasó un poder inmenso antes de caer en desgracia y morir ahorcado) pero también remite a una concepción más abstracta y vital, la del hombre de Dios que es también un embajador de la oscuridad, ataviado con el color del demonio.

Aún prescindiendo del aspecto religioso (la condición de monje), el negro nos habla de lo desconocido, del peligro, de la sombra, de la noche, de la muerte.

Más cercano a nosotros en el tiempo y más cercano también al sentido que le damos actualmente a la expresión, el ruso Rasputín se acercó al arquetipo del monje negro. De origen oscuro, logró insertarse en el mundo de la realeza como consejero de los Romanov, se convirtió en una figura de extraordinaria influencia y fue temido hasta después de muerto, ya que la leyenda cuenta que tuvieron que asesinarlo cuatro veces, de cuatro maneras distintas, para deshacerse de él. Y si algo nos enseñó el cine de terror es que un monstruo que no muere la primera vez no muere nunca.

Santiago Caputo es el monje negro del gobierno libertario que encabeza Javier Milei, de la misma manera que José López Rega, “el Brujo”, lo fue de Juan Domingo Perón (y luego de Isabelita) y José “Coti” Nosiglia, de Raúl Alfonsín. Comparte con López Rega la inclinación al esoterismo, a los mensajes cifrados y las predicciones, un universo que les es caro a Milei y a su hermana Karina, a quienes les acercó, dicen, las profecías de Benjamín Solari Parravicini, el “Nostradamus argentino”. Una de esas profecías habla del surgimiento del “hombre gris” destinado a salvar a la Argentina. Habrá sido el propio Caputo el que le señaló a Milei las coincidencias (traídas de los pelos, como es natural) entre esa figura ya mítica y el actual presidente de la Nación, que lo convertirían en el cumplidor de la profecía.

Con Nosiglia compartía Caputo la característica de moverse en las sombras, tejiendo y destejiendo hábilmente al servicio de Milei o quizás de un bien superior, la estabilidad y la consolidación de un poder que nació con una debilidad de origen pero que luego se asentó como innegable. A Nosiglia muy pocos le conocen, aún, la cara, y pasaron cuarenta años. A Caputín (la resonancia con Rasputín es llamativa) sí se la conocemos, justamente porque pasaron cuarenta años, porque en esta época hasta lo oscuro viene envuelto en la luz solar de la información y, más prosaicamente, porque hay celulares, y por lo tanto cámaras, por todos lados. Pero lo mismo da: el asesor sin cargo, más importante que cualquier ministro (incluido su tío, el titular de Economía), ofició durante poco más de un año como una sombra pegada al poder, una sombra con poder propio. Un monje sombrío.

Las inclinaciones de este hombre firmemente insertado en el círculo de confianza del Presidente, que más que círculo es un triángulo ya que en él sólo entran los hermanos Milei y el propio Caputo, son una combinación de las de López Rega y las de Nosiglia. Esoterismo, profecías, tatuajes más simbólicos que artísticos, recuperan la herencia del “Brujo”; reuniones en pasillos y en oficinas a puertas cerradas, filtros para acceder a las altas esferas del poder, el dominio sobre instituciones centrales del Estado, nos traen más a la forma de hacer política en el actual período democrático. Además de las predicciones ilustradas de Solari Parravicini, Caputín es fan de El Mago del Kremlin, una novela de Giuliano da Empoli que parece tan cercana a la realidad que no se sabe bien en qué medida es novela. El personaje de Vadim Baranov, surgido de las entrañas de la televisión y convertido en asesor de Vladimir Putin y ajedrecista político de Rusia, es la encarnación moderna de la figura del monje negro, una versión modernizada de aquel enigmático religioso que susurraba a los oídos del zar y la zarina hace más de un siglo.

Eso se vino abajo, al menos parcialmente, en las últimas semanas. Lo que le da solidez al monje negro es precisamente la negrura; es la oscuridad, el moverse en las sombras, lo que lo hace invulnerable. Desde mediados de febrero hasta la primera noche de marzo Santiago Caputo apareció dos veces en cámara, las dos veces en forma inesperada y no querida y las dos veces, francamente, en actitud vergonzosa. Las dos veces su imagen fue filtrada contra su voluntad: heridas que un hombre en esa posición no debería permitirse.

La primera de estas escenas que lo metieron en el barro de la política, que lo mostraron, digamos, desnudo bajo los focos de la vista pública, fue su intervención en la entrevista que el periodista oficialista Jonatan Viale le estaba haciendo al presidente Milei, una intervención apresurada y reprobable, que dejó a la luz las hilachas del discurso oficial y la patética debilidad del mandatario. La segunda fue su apriete a un diputado nacional en un pasillo del Congreso, después de que Milei concluyera su discurso de apertura de sesiones de este año.

En ambas ocasiones Caputo, o mejor dicho la mirada puesta sobre él, acabó por fagocitar la exposición planificada para el Presidente. Casi nadie habló del contenido de la entrevista con Viale, una entrevista importante porque era la ocasión de Milei para contrarrestar el efecto de la revelación de su papel en una megaestafa con la criptomoneda Libra, una vez que empezó a circular el video en que se ve cómo el asesor estrella interrumpe el diálogo entre Milei y el periodista. De la misma manera, una vez que circularon las imágenes de un Caputín pasado de rosca amedrentando a Facundo Manes, ya nadie les prestó atención a los fuertes y abundantes anuncios que había pronunciado el mandatario minutos antes, en el recinto del Congreso.

A la vista de estos deslices, y en forma intensificada por la cercanía temporal entre ambos, la figura de Santi Caputo como elemento férreo y vital del poder presidencial quedó en entredicho. En realidad parece que en ambas ocasiones le hubiera jugado en contra al Presidente. El error es salir a la luz: un monje negro siempre opera en las sombras.

Este hombre montado entre lo cool y lo siniestro, que a veces porta la prestancia impoluta de James Bond y a veces la magnética suciedad de Thomas Shelby, viene quedando, digámoslo sin más, en ridículo. Lo expresó genialmente un usuario de Bluesky, elmonodesofista, cuando, jugando con el título del libro de Empoli, lo llamó “el Goma del Kremlin”. Son carcajadas que Rasputín jamás le habría arrancado a nadie.

¿Qué significa este resquebrajamiento para el gobierno libertario? Es difícil saberlo. A un monje negro no se lo despide (y esperemos que tampoco se lo asesine como podía ocurrir hace más de un siglo). Javier Milei ya respaldó a su asesor favorito y parece que tendrán que buscar juntos una forma de remontar esta seguidilla de pasos de costurerita. De todas maneras el daño está hecho: lo que salió a la luz ya no puede ocultarse.

Es una de las terribles virtudes de la luz.

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