¿La iniciativa en la batalla cultural cambia de bando?

El gobierno de Javier Milei parece haber empezado a perder terreno en el campo más impredecible: el cultural. Entre el impacto simbólico de “El Eternauta” y la proscripción judicial de CFK, reaparecen narrativas colectivas que activan zonas dormidas del inconsciente popular. El Oficialismo ya no parece tener el monopolio del relato.

ANALISIS 17 de junio de 2025 Lic. Luciano Ronzoni Guzmán
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Gustar o no gustar son categorías del paganismo ideológico; el análisis realista debe operar en otra frecuencia.

“Un grupo social puede y debe ser dirigente antes de conquistar el poder gubernamental”, afirmaba Antonio Gramsci en Cuadernos de la Cárcel. La condición previa para el ascenso al poder político sostenía, que no es tomar el Estado sino conquistar la cultura. Es decir, realizar primero una tarea de instalación cultural, casi evangelizadora, agitando el desorden semiótico hasta modificar el sentido común. Así, como bien anticipó Durkheim, se crea una forma de pensar y sentir, una obligación moral, un hecho social naturalizado. El sentido de oportunidad no debe ser desaprovechado. Eso está claro.

Si bien Gramsci concebía esta estrategia para las clases proletarias, no imaginó que el guante sería recogido por pensamientos ubicados en las antípodas. Uno de los primeros en comprender la potencia del análisis gramsciano sobre la subjetividad fue Alain de Benoist, fundador de la llamada “Nouvelle Droite” francesa y se define como “gramsciano”.

Pero, De Benoist no es reductible al cliché de la ultraderecha: defiende las diferencias étnicas, pero reivindicando sus particularidades, critica el globalismo, es anticapitalista y antiliberal, además en su producción intelectual aparece una reivindicación constante del obrero desplazado y despojado.

Por eso conviene decirlo claro: es de derecha, sí. Pero mientras el marxismo europeo se obsesiona con las minorías sexuales y la fragmentación, este bicho raro habla de desindustrialización, deprivación obrera y pérdida de identidad comunitaria.

Juzgar a priori, obtura el pensamiento estratégico. Es un sesgo basado en un error fatal, es como tocar la guitarra con cinco cuerdas: se desprecia la bordona por prejuicio ideológico. Y ya sabemos que el campeonismo moral en la política real consiste, muchas veces, en permitir que otro te narre —y construya así una realidad desfavorable— para aquellos que decís defender.

Aunque la metapolítica es mucho más antigua, su forma moderna se inspira profundamente en Georges Sorel, otro pensador inclasificable, usado por comunistas, fascistas, monárquicos y sindicalistas revolucionarios. En Reflexiones sobre la violencia, Sorel da en el clavo: los mitos no son predicciones, son fuerzas movilizadoras, condensaciones de voluntad colectiva que arrastran hacia un objetivo sin pasar por el análisis racional. El trabajo del sembrador nunca se detiene y en algún momento da frutos.

Contemporáneo, Agustín Laje, uno de los principales intelectuales orgánicos que impulsaron el ascenso de Javier Milei, también lo comprendió. En medio del caos de atomizaciones identitarias, supo ver lo que otros no. Y acá hay que aclarar los tantos: el pensamiento crítico debe prevalecer sobre el fanatismo conceptual, político o epistemológico. Gustar o no gustar son categorías del paganismo ideológico; el análisis realista debe operar en otra frecuencia.

En efecto, este pensador autodefinido de derecha dejó una lección clave: “La cultura es un factor de poder, por eso nunca hemos vivido en un mundo tan abarrotado de cultura como hoy.”

Desde su óptica, intuyó que era necesario interceptar el código enemigo y usarlo como caballo de Troya. Una jugada maestra de construcción subjetiva. Algo obvio de explicar, pero aún inasimilable para sectores que ven el campo semántico como un terreno peligroso donde batallar.

Y, sin embargo, la estrategia puede resumirse así: el escenario que tu enemigo no espera que uses, es el menos defendido. Por tanto, paradójicamente es el más fácil de atacar. Una lección clara de nunca dar por sentado a tu oponente. 

Así fue como una buena comunicación, la lectura precisa de un momento anómico y algo de astucia, lograron instalar la idea de que un panelista excéntrico de TV podía ser presidente. ¿Por qué no? Representaba una ruptura simbólica frente a la inercia post pandémica y a un peronismo hegemonizado por una versión liberal-progresista políticamente correcta cada vez más ajena a la cultura argentina profunda — tanto como el darwinismo de derecha que terminó ganando.

¿Y qué carajo pasa?

Hasta el momento, solo hicimos una burda aproximación al campo cultural como arena de batalla, hablamos de representaciones sociales, mitos, narrativas y sentido común. ¿Pero qué tiene que ver con el título? Mucho o nada. El lector decide. 

Los últimos dos meses han sido pésimos para el Gobierno más allá de que la inflación está controlada por medio de la restricción monetaria y el ajuste, en un escenario de endeudamiento del cual es dudoso el largo plazo. Pero en el corto plazo, es una baza importante. 

Sin embargo, nada es tan sencillo. Establecimos, que el campo semántico es el principal escenario de combate político en los tiempos actuales, no dudamos de que la persuasión y la propaganda siempre fueron determinantes para conquistar el poder. Solo con violencia no se sostiene una estructura hegemónica. 

Muy por el contrario, la verdadera dominación no requiere violencia. Se ejerce cuando los sujetos creen que eligen, pero en realidad están cumpliendo mandatos ajenos. En tiempos cibernéticos, se trata del “mind setting” o arquitectura desde donde surgen las decisiones: creencias, actitudes y disposiciones mentales que condicionan la percepción, la toma de decisiones y el comportamiento. Ni más ni menos que el equivalente a “prompting” de las inteligencias artificiales. Aquello que nos hace actuar como deberíamos y no como querríamos, aunque de eso no tomemos consciencia. 

Y si bien ese acervo, no se construye automáticamente, se pueden obtener resultados deseados de una forma mucho más efectiva de lo que pensamos. La cultura nos marca y nos impone. Aunque no lo admitamos en voz alta, todo cientista social reconoce que el conjunto humano es más predecible de lo que parece. Pero eso no lo hace estable, ni mucho menos. Siempre hay fisuras, siempre hay elementos que escapan del control y que se multiplican. 

No nos vayamos del punto. Dos hechos han sido claves y marcan que poco a poco el espacio libertario, o liberalismo de derecha comienza a ser atacado, en la zona que conquistó con poco esfuerzo. 

Veamos la dinámica que se desplegó con la serie de El Eternauta, muy bien desarrollada por Bruno Stagnaro (Okupas) proveniente de la historieta original de Germán Oesterheld y Francisco Solano López que representó un importante golpe a la moral oficialista. Una herida autoinfligida e innecesaria: el oficialismo se hizo cargo de un ataque que no fue, de una serie con producción privada y en una plataforma internacional de gran prestigio. 

Ya sabemos toda la perorata del héroe colectivo. Pero tiene elementos que van mucho más allá de ese discurso progresista. Se sabe perfectamente que motivó a Oesterheld a crear el exitoso personaje. Al igual que Rodolfo Walsh, no eran peronistas, sus posiciones originales eran más bien todo lo contrario. Ambos pertenecían a una clase media, que consideraba a Perón como un facho y sus posiciones eran cercanas al socialismo domesticado. Es cierto que sí tenían conciencia social de lo que estaba sucediendo en el país. 

Para ambos referentes culturales, la persecución sobre los militantes peronistas, el encarcelamiento y los fusilamientos de 1956, marcaron a fuego su época y eso les hizo surgir cuestionamientos que los pusieron en crisis. ¿Qué le vieron a Perón? Responderse esa pregunta los fue acercando a identificarse poco a poco con una causa que no terminaban de entender pero que una mayoría popular la acompañaba y resistía en su nombre. Perón, no era solamente un dirigente político que había realizado un gobierno que benefició a las masas, ya era un símbolo, un arquetipo del pueblo cuya sola mención movilizaba amores proletarios y odios burgueses, en sus propios términos, entre el pueblo y los oligarcas. Ese saber ubicarse les permitió construir sus obras y tributar como se hace a todo símbolo manifestado, a través de elementos culturales cargados de significación. 

Pero, en El Eternauta de Bruno Stagnaro, se recrea la épica original, aunque actualizada, tangible, cercana. Venimos del recuerdo cercano de la pandemia. Eso causó desconcierto. Los libertarios dudaron, algunos salieron a repudiar a ese Juan Salvo que representaba un emblema de organización popular ante la catástrofe social pero a la vez el éxito mundial de la cinta no les permitió hacer uso de la violencia simbólica y correctiva a través de redes sociales. Es que El Eternauta, desde una plataforma privada estaba conquistando el mundo, al punto de que hasta en Japón se organizaron clubes para aprender a jugar al truco. 

El reboot televisivo cortó con tanta individuación y se reconfirmó como un símbolo de resistencia, pero no contra el Gobierno de Argentina, sino contra toda injusticia perpetrada por una minoría, que fue lo que hizo ganar simpatías hasta en lugares impensables. 

Contra un símbolo, no se puede hacer demasiado, ni siquiera millares de trolls pudieron quebrar la inercia de lo que implica la imagen de una organización comunitaria no creada desde la estructura administrativa. El malestar en el Gobierno y sus elementos de difusión se hizo más que evidente. 

En el pensamiento dominante de la derecha neoliberal, la creencia es que si quitamos al Estado del radar, la propia sociedad se volcará a la meritocracia (siempre falsa) y por supuesto irá por la salida más individual y al Ethos predominante en el capitalismo.

El siempre brillante Max Weber lo explica, en La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo: "El éxito económico es visto como signo de bendición divina”. En esta rama cristiana se encuentra la predestinación como elemento motriz. Cada uno está condenado o salvado de antemano. Pero la señal más importante de saber si una persona cuenta con la gracia divina es el éxito en la vida comercial y profesional. La fe y el cálculo se unifican para lograr el objetivo de demostrar que estamos salvos de la sartén del infierno. Esa lógica ultra racional como tendencia fundante del Capitalismo, choca con la idea comunitaria que nos describe la máscara que usa Darín y ese entrañable Favalli: “Lo viejo funciona”. 

El éxito de la serie no es lo colectivo como una cuestión puramente material o marxista, si no la idea de comunidad, de valores compartidos, de ayuda mutua, organización horizontal de base contra la adversidad y por la libertad. No se unen para comerciar, se unen para enfrentar el fantasma del apocalipsis. Una herencia hispano-católica que se resiste a morir en nuestros pueblos y que cuando parece que está siendo eliminada, devuelve un cross de valores comunes imparable.

Finalmente, el aparato de ciberataque del oficialismo cesó. El éxito da legitimidad. El Eternauta disparó su engagement por todo el globo y su narrativa fue performativa. La bronca de Milei está justificada. 

Los humanos somos egoístas. Pero justamente por ser conscientes de ello, nos identifica la falta, los arquetipos altruistas y eso ya de por sí es movilizante de voluntades. El Eternauta, es una serie, muy bien lograda que explota comercialmente estos elementos. Pero a nivel cultural señala un tiempo de crisis del concepto de que la indiferencia egoísta es beneficiosa. El oficialismo, no tuvo lucidez para retomar la narrativa, por tanto, lo contestario aun dividido, lo llenó de significados.

El campo cultural, el que disputa quien guía el sentido común, fue invadido por la épica, con un personaje interpretado por Darín -con los ojos de Darín-. Punto. Símbolo mata ataques en redes sociales. Y seamos serios. Enamorarse del instrumento es lo peor que le puede pasar a un decisor. Llega un momento que se torna inefectivo: cuando se naturaliza el propio discurso disruptivo, deja de tener esa frescura original y se vuelve burocrático. Hagámosla corta, repetir el mismo látigo desgasta el golpe. El dolor se vuelve rutina. Y la piel, un callo inmune. Y lo que era un corte de inercia, se vuelve inerte. 

Pero hay otro elemento, aún más preocupante para las filas libertarias. Una Corte Suprema que no domina el Gobierno, sino otros poderes fácticos a pocas semanas de una elección, ratificó la condena a 6 años de prisión que pesaba sobre Cristina Fernández de Kirchner por “Administración fraudulenta”. Este fallo, no solo la “envía a prisión” -un eufemismo ya que Cristina nunca irá a una cárcel- si no que la inhabilita a perpetuidad para ejercer cargos públicos, con lo cual, no puede ser candidata. 

Políticamente, representa encarcelar a una dirigente peronista que fue presidenta, vicepresidenta y senadora, que conserva una gran porción de las acciones políticas de su sector y además proscribirla. Esto toca una fibra sensible del ADN justicialista, ya que son elementos constituyentes del arquetipo peronista al cual, las rejas siempre le sentaron bien para unirse y enfrentar en bloque toda adversidad. Si algo demostró en la historia es su plasticidad y capacidad de resiliencia. 

Claramente, sería simplista decir que para el Gobierno de Milei es beneficioso este fallo porque lo ubica como quien hizo justicia. Pero así no funciona este juego.  Por eso, el verborreico presidente que se manifiesta a troche y moche a través de X (Ex Twitter) publicó solo “Justicia. Fin” (y luego insultó al periodismo). No se subió a ninguna euforia. Esa escuálida sentencia puede leerse de dos maneras. La entusiasta: “Por fin se hizo Justicia” o la realista “Este muerto no es mío". 

Un presidente sabe de antemano esta clase de decisiones y las anticipa políticamente. Milei ni siquiera estaba en el país. Es decir, quiso estar bien lejos para mostrar que no era algo avalado por él. Podemos intuir que otro representante del poder fáctico pudo tener influencia sobre la Corte y dejarle el paquete bomba al Presidente. 

No interesa la responsabilidad penal. Recordemos que no podemos ser realistas políticos y a la vez hacer juicios éticos que nos sesguen la mirada. Aquí buscamos aportar ideas y tenemos claro que en este juego “la moral es solo un árbol que da moras”, como dicen en México. 

La reacción no se hizo esperar. Las sectas peronistas cedieron y en todos esos espacios la idea de unidad fue inmediata. No hablamos de amor a Cristina. Hay elementos arquetípicos que un dirigente peronista debe respetar aunque no quiera. Ante una dirigente de ese calibre, no pueden mirar para otro lado, cuando hay cárcel y proscripción, que son dos elementos simbólicos del campo cultural justicialista que obligan a tomar partido, con alegría o con asco. Es una línea roja. Por más prosperidad política que los dirigentes hayan desarrollado con el oficialismo, termina siendo mandatorio. “Braden o Perón”, fue la consigna fundadora. Lo de la Expresidenta, no tiene el mismo volumen, pero es un parteaguas. Si quedas del lado de la “Unión Democrática”, tu valor político se devalúa, porque no se trata de los acuerdos que tengas, se trata de que si no hay alineación rompes tu base significante y pasas a cargar la mochila de haber estado de la mano de enfrente en las malas y eso tiene un costo político impactante en el después. 

La acumulación de voluntades sigue sumando. Desde la derecha tradicional hasta la izquierda trotskista se animan al alineamiento de la unidad contra la fracción reinante.  Un escenario que el economista nunca quiso. Y también tiene lógica. 

Milei, no es el padre de la radicalización del individuo en esta parte del Globo, incluso se podría decir que CFK tuvo una participación activa de esta corriente al permitir la proliferación de lealtades alternativas basadas en gustos, preferencias, identidades y autopercepciones. 

Sin embargo, su capital político nunca pudo ser menospreciado y si bien su liderazgo hace años que está siendo cuestionado, no hubo figuras emergentes que pudiera empardar su fuerza, ahora revitalizada por una nueva narrativa épica que le dejaron servida puede darse el gusto de ser vinculante en la interna.

Con una representación que la proscribe electoralmente, queda habilitada para seguir conduciendo el espacio. Ya no desde un cargo, si no desde el arquetipo peronista, algo que a ese nivel ya no se puede negociar. 

Este extenso artículo, es arbitrario y antojadizo, solamente invita a pensar los espacios de disputa y como se reflejan los discursos y las ideas detrás. 

El éxito de Milei y su equipo fue capitalizar la bronca, de amplias capas de población con demandas reales pero que en los últimos años habían sido prácticamente olvidadas según el relato, por un Estado elefantiásico, innecesario y que solo beneficiaba a sectores con microrrelatos, independientemente de su contenido. 

Es comprensible esta reacción: El poder de la clase dominante es tan asimétrico con las mayorías que nadie es capaz de volcar su fastidio sobre él. Es difuso, demasiado grande de entender, pero si esa bronca alguien la puede acicatear contra un cercano, es mucho más fácil de digerir y le pone cuerpo próximo a un enemigo. 

No sé cómo funciona la bolsa de valores, los trust financieros, el carry trade y ninguna operación infinitamente más peligrosa, pero sí puedo agarrármela con un vecino que cobra planes, un travesti de barrio que tiene un empleo precario pésimamente pago en una cooperativa social organizada por el municipio y demás actores que son despreciados, no por su lejanía como un plutócrata de Nueva York si no porque está cerca, está a pocos metros, es tangible y es un sujeto al cual puedo objetivar con violencia. Al otro poderoso no lo identifico, es gaseoso. 

En el egoísmo que no está dirigido al perfeccionamiento de la comunidad es necesario siempre un cordero de redención. Esa violencia, esa negación de status humano al otro, fue hábilmente explotada por el equipo presidencial y eso le permitió ganar las elecciones, logrando algo que sería ilógico si el mundo no fuera una narrativa tan inestable. El odio y sus herramientas tiene réditos políticos. Pero después de un tiempo comienza la exigencia de hechos, el discurso no alcanza, las grietas no pueden evitarse y las medidas con las que se ganó la popularidad dejan de surtir efecto. 

La adrenalina que genera la bronca no puede ser permanente so pena de matar al propio cuerpo, así que, la actitud blasé, que explicó Georg Simmel, es el síntoma de esta sociedad volátil. Rápidamente comienza la indiferencia, el hastío, el aburrimiento y peor aún, cobra fuerza un ser aún más peligroso, lo que en un momento fue el discurso que rompió el tablero se naturaliza, se vuelve lo normal, pierde sorpresa y expectativa. No genera vértigo.

Por el contrario, de una oposición peronista dividida al extremo, surgió una épica nueva, una que tiene peso histórico, que está dentro del imaginario colectivo. Un elemento de ruptura que llega como El Eternauta, el héroe de la organización popular, sin  perder de vista que también es un proceso egoísta pero que se identifica con fenómenos altruistas.

En todo escenario político, el papel de villano no se puede sostener en el tiempo si no se gestiona adecuadamente una fachada que le de legitimidad y una careta de valores profundos sobre una arena que impone normas, crea hechos sociales, núcleos duros y lealtades. Además de ser un goce bastante perverso: como representante del espacio tenés que ser hijo de puta, pero no podés hacerme sentir así por apoyarte. 

Nadie inventó la pólvora. En 1922, Walther Lippmann expresó en su célebre libro Opinión Pública que el "ciudadano moderno no actúa según la verdad, sino según imágenes. El que controla esas imágenes, gobierna”. Esas visiones elaboran aquello que sentimos, que deseamos y cómo actuamos, modelan nuestra subjetividad. No hay dato concreto que valga. Se pelea para crear ficciones necesarias para convivir en sociedad. 

Todo aquel que disputa el poder, siempre está buscando explicar la realidad, escribirla y que se constituya en acciones colectivas. Ese campo que fue muy favorable para que Javier Milei, pudiera acceder a los resortes gubernamentales, comenzó a ser tierra de combate de nuevo. Y está vez la habilidad política y crear una mejor novela de cabecera parece ser el recurso donde el oficialismo se siente más incómodo. Ya no está alcanzando con la inyección de odio a través de las redes. No impacta. Es lo habitual. El Presidente ya lo ha establecido y eso es una crisis de sentido. 

No solo que ya no puede ejercer el rol de venir a romper todo, por el contrario, está comenzando a sentir la mano pesada de una oposición que despertó y crea un frente compacto. 

Por primera vez, la iniciativa no la tiene el Gobierno. Su relato moviliza como al principio y sus herramientas se están agotando por repetición. En la mano de enfrente arrancó un nuevo relato viralizable. Está a la defensiva. Empezó otro partido. 

Apostilla de último momento

La desesperación del Gobierno de Milei por morigerar las condiciones de detención de Cristina Fernández de Kirchner ante el temor de una manifestación masiva que resultara contraproducente no hace más que confirmar que ha comenzado un quiebre en el monopolio narrativo: Hace más de una semana que los tiempos los está marcando la ex presidenta desde su departamento, el cual se está convirtiendo en un Mini "Puerta de Hierro", desde su exilio de entrecasa y chancletas, comienza a tomar medidas de acción política vinculante y de manera de poder coagular una mayor masa crítica. Desde ahí crea las condiciones para un retorno peronista. 

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