Claudio Moroni: “Hoy se hace gala del exceso de la represión”

Claudio Moroni, ex ministro de Trabajo de la Nación, atiende a POLITICAR para conversar de actualidad en una nueva conmemoración del Día del Trabajador. Habla de cómo no se atendió el tema de la inflación durante el gobierno de Alberto Fernández, pero realza las tareas durante la pandemia. Responde sobre la reforma laboral y la democracia sindical. Y pide recordar que el 1 de mayo tienen que verse las dos caras de la moneda de aquel día en Chicago: la lucha por los derechos laborales y cómo el Estado reprimió los reclamos.

ENTREVISTAS 01 de mayo de 2025 Andrés Miquel
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Este 1 de mayo está envuelto en una potente recesión económica. Según los propios datos del INDEC, desde tercer trimestre de 2023 a hoy, se perdieron más de 250 mil empleos formales. Distintas mediciones estiman que se perdió cerca del 30 por ciento del poder adquisitivo tras el primer año de gestión de Javier Milei y el consumo recolectó quince meses consecutivos de caída. 

Por eso, Claudio Moroni, ex ministro de Trabajo durante el gobierno de Alberto Fernández describe un escenario difícil para este Día del Trabajador, está en contra de la política económica del Gobierno nacional, pero subraya cuán poca atención le prestó la gestión del ex Frente de Todos a la inflación. 

Ex funcionario, también, durante el gobierno de Carlos Menem, Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, acumula un amplio recorrido en materia de laboral e impositiva. Pone en valor el trabajo durante la pandemia, la importancia de los ATP y los puntos de acuerdo entre la CGT y las cámaras empresariales. Pero repite una frase que dijo a principios de 2024: “No tuvimos oficialismo”.

En esta conmemoración del Día del Trabajador, Moroni propone analizar otra faceta de la fecha que recuerda la lucha por la jornada de ocho horas en Chicago. Sostiene que es un día para pensar en el rol de la represión del Estado, tras lo sucedido el 1 de mayo de 1886.

No esquiva la consulta sobre la reforma laboral, la democracia sindical y el futuro del peronismo.

Pero, ante todo, el ex ministro apela a reflexionar sobre la inflación y su impacto en los salarios en Gobierno nacional que se jacta de haberla eliminado. Por ende, la primera pregunta de POLITICAR en casi una de hora de conversación es…

—¿Qué de lo que está haciendo Milei favorece a los trabajadores?

—La pregunta es compleja de responder. En primer lugar, el pecado en nuestros gobiernos, particularmente el último, es que deberíamos haber tenido más cuenta que es la inflación. La realidad es que podemos pensar un montón de cosas para resolver los problemas de la gente, y más aún para los de más bajos ingresos, pero el que no se los resuelve es la inflación. Menospreciamos el efecto de la inflación sobre los salarios y las clases populares. Asentado esto, algo que puede ayudar, justamente, es la baja inflación. Pero el tema es el método para hacerlo. Si bajas la inflación reprimiendo salarios, cortando beneficios sociales, recortando programas y ajustando jubilaciones, no es bueno. Nadie puede estar en contra de la baja de la inflación, pero el tema es quién paga ese costo de bajar la inflación. Hoy se están reprimiendo salarios, se presiona sobre las paritarias, se dejan de homologar o se hace tarde. Ahí tenemos el problema del cómo y no del objetivo. 

—¿Es consecuente el número que se publica de la inflación con el incremento en los costos de vida?

—El índice de precios está compuesto por múltiples productos. La verdad es que la inflación no fue tan baja con en el índice general. Volvemos a lo del método. Cuando ajustamos los ingresos y resulta que determinados bienes de consumo se disparan por encima del índice general de precios, estamos en un problema. Esperemos que se empiece a resolver, pero hoy no lo veo.

—¿Estamos frente a un proceso efectivo de estabilización de la economía?

—Durante nuestro gobierno tuvimos una serie de problemas reales, como la pandemia y la sequía. Pero, insisto, creo que no tuvimos en cuenta los efectos de la inflación sobre el tejido social. Ahora bien, pensando en mejorar las condiciones de los más postergados, nunca hubiera elegido el método actual. 

—¿Qué tienen para festejar los trabajadores este 1 de mayo?

—Yo creo que hay algo para recordar. Creo que es una fecha que en cada momento histórico la podemos recordar poniendo el acento en aspectos distintos. Lo primero que tenemos que recordar es que los derechos fueron ganados y no otorgados. Es una larga historia de lucha. Lo segundo es que, a partir la lucha de la jornada de ocho horas, uno suele olvidar que el 1 de mayo es un recordatorio del mal ejercicio de la represión por parte del Estado. Tenemos una represión terrible que se hace en Chicago, donde fusilan a gente que protestaba por la jornada laboral. Entonces, entiendo que se pone el acento en el plano laboral por la lucha de aquel día, pero también es un buen momento para hablar del ejercicio de la represión por parte del Estado. Nadie niega que el Estado tiene el derecho a ejercer la represión, pero el tema es cómo y sobre quién. 

—¿Hoy cómo ve la represión de parte del Estado?

—Terrible. Hoy se hace gala del exceso de la represión. Uno en el Estado debería preocuparse por cómo tiene que hacer uso de la represión, no hacer gala de eso. Es tremendo lo que sucede hoy. 

—¿Cuál es la medalla que se lleva de tu gestión y de qué decisiones se arrepiente?

—Fue una gran gestión en relación a la atención de trabajadores, y de la sociedad general, durante toda la pandemia. Creo que no lo pudimos poner en valor, como tantas otras cosas, producto de la locura interna que vivía el gobierno y sus peleas innecesarias. El sostenimiento del empleo mediante el programa de Asistencia al Trabajo y la Producción (ATP) cuando se declaró la pandemia y a los cuarenta y cinco días le estábamos pagando una parte importante del salario a 2.250.000 trabajadores. Eso pasó desapercibido. Incluso fue criticado. Nosotros sabíamos que la pandemia iba a pasar, por lo que si había despidos masivos las consecuencias malas serían para ambas partes y por eso decidimos prohibirlas. Las paritarias se manejaban libremente y los conflictos, incluso los de largo plazo, se resolvieron pacífica y democráticamente. Como algo importante que me recuerdan siempre, es que sacamos una resolución donde le dimos a la Unión de Trabajadores de la Economía Popular una suerte de regulación específica para que estuviera ordenada y fuera representativa para el Estado y no una simple asociación civil. Así que también trabamos en eso, en un grupo de trabajadores que no estaban representados de manera institucional. Así que, yo tengo un buen recuerdo de la gestión en el ministerio, sólo lamento que hayamos tenido otro tipo de problemas. 

—¿Cuáles problemas?

—Como decía, los ATP fueron criticados hasta por actores de nuestro espacio político. Una vez lo dije, nosotros fuimos un gobierno sin oficialismo, más allá de los errores que podemos haber cometido. 

—¿Por qué?

No lo sé. Ojalá tuviera una respuesta. No la tengo y creo que somos muchos los que no tenemos una respuesta clara. 

—¿Es correcto hablar de la necesidad de una reforma laboral? 

—Hay un montón de palabras que no son malas en sí misma y las colocamos en un lugar espantoso por el lugar que se le dio. La realidad es que muchas reformas fueron planteadas bajo una quita de derechos. La palabra no es negativa en sí misma, pero parece que cada vez que se saca a relucir la idea de una reforma laboral es para una reducción de derechos o modificación de las estructuras de representación colectiva de los trabajadores. Es todo lo que vimos desde el decreto 70/23 que, por suerte, está paralizado por una medida cautelar. Con lo cual, toda reforma que signifique una disminución de derechos o un debilitamiento de la representación colectiva de los trabajadores es un error grave y malo. 

—¿La Ley de Contrato Colectivo de Trabajo amerita modificaciones?

—Nosotros tenemos una ley de Contrato Colectivo de Trabajo que es muy buena y es ejemplo a nivel internacional. Pero tenemos que tener en cuenta que fue redactada a principios de los años setenta con una estructura productiva propia de aquel tiempo. Esa estructura sigue vigente en algunos aspectos, pero hay formas de producción y trabajo que se le van escapando a la ley. Por eso, es difícil regularlas. Me parece que nos está faltando comenzar a pensar en otras formas de trabajo que necesitan protección y que con la actual ley de contrato de trabajo no alcanza adecuadamente. Eso da dudas de interpretación sobre, por ejemplo, asistencia o relación de dependencia.

—¿Cree que es muy difícil arribar al consenso para llevar adelante una reforma de este tipo?

—En este momento hay una cultura política basada en la confrontación. Los bandos piensan si este dice A, yo digo no-A. No digo B, digo no-A, porque no se piensa en alternativas. En esa estructura de inexistencia de diálogo, es muy difícil avanzar en proyectos racionales. No veo que sea un clima razonable para debatir.

—¿Más allá de los dirigentes?

—Es un clima de época. No hace falta ser un gran politólogo para ver que los debates son agresiones sin contenido. Es muy difícil pensar en acuerdos. Argentina necesita algo parecido al Pacto de la Moncloa, donde las fuerzas mayoritarias que no se ponen en los extremos establezcan puntos de acuerdo básicos. Pero lo veo muy difícil.

—¿Hay un problema impositivo en Argentina que atenta contra el crecimiento del trabajo formal?

—El problema de la informalidad en Argentina es severo y multifacético. El grupo de informales del cual tenemos registro a partir de la Encuesta Permanente de Hogares es muy heterogéneo. Hay un sector que son asalariados dependientes y no registrados, que no es la mayoría. Y otro sector que es cuentapropista. Ambos necesitan abordajes diferentes. Cuando vemos a los asalariados dependiente no registrados, el 80 por ciento de ellos están en empresas de menos de cinco trabajadores. Ahí, lo más probable, es que esa empresa se maneje en un submundo de informalidad. Es decir, probablemente no sólo esté en falta por el registro de los trabajadores, sino también está en infracción en otras normas impositivas. Son las pequeñas empresas o comercios. Ahí amerita un abordaje integral porque son cadenas de informalidad. Por ahí es informal porque el proveedor es informal y no le quiere facturar o el cliente es informal. Es algo que hay que resolver porque es una deuda de hace años en el país. No sé si es un problema del diseño impositivo o de fiscalización. Lo más probable es que sea una combinación de ambas cosas.

—¿Y con los cuentapropistas?

—Ahí tenemos un problema. Ahí se dio el sistema de monotributo que, teóricamente, debería incentivarlos a la formalidad, pero parece que no es suficiente. Incluso, desde el Estado no hicimos notar los beneficios del monotributo. En el monotributo, con muy poco aporte, tiene acceso a una obra social y al sistema jubilatorio. Y es un aporte muy bajo. Sin embargo, no termina de resolver el problema de la informalidad de los cuentapropistas. Debería resolverse todo de manera integral, lo que hace que sea un problema difícil. 

—¿Cuál debería ser el primer paso?

—Creo que vamos a tener que pensar seriamente el tema impositivo. La verdad es que, cuando lo analiza, uno tiene más dudas que certezas. Seguimos teniendo muy poca incidencia en ganancias, comparado con otros países pagamos mucho menos de ganancia. Tenemos deducciones que no requieren demostrar el gasto. Supuestamente, los que pagamos ganancias deberíamos ser grandes consumidores de servicios porque estamos en las.

—¿Coincide con el Gobierno nacional en que debería ser más fácil contratar, así como echar?

—A mí me parece que eso es una reducción de la discusión a niveles ridículo. Nadie contrata a nadie para producir algo que no vende. Entonces, como primer punto, la incidencia de las normas laborales en la producción de empleo es marginal. Lo que va a hacer crecer el empleo es que haya desarrollo, y no normas fáciles para despedir o contratar. Si tenemos que analizar la situación de las empresas de menos de cinco empleados para facilitarles un esquema para la formalización, nos podemos sentar a discutirlo. Ahora, plantear que el nivel de empleo va a depender de si se puede despedir más barato es algo que no tiene demostración empírica. Con estas mismas normas el empleo creció y decreció. 

—¿Tampoco coincide en que las normas actuales alimentan los juicios laborales?

—Yo creo que las normas laborales están bien. Pero también reconozco que hay jueces laborales que tienen una interpretación muy particular de la ley. Entonces, la norma es siempre la misma, pero tenemos distintos criterios de interpretación. Tengo amigos al frente de PyMEs que me lo plantean. También es real, por ejemplo, que había multas que eran muy severas en el marco de la registración, pero ahora se eliminaron completamente, algo que también está mal. Ahí tenemos un tema donde no encontramos un punto medio.

—¿Cómo fue su relación con la CGT durante la pandemia?

—Tengo que decir que durante la pandemia tengo las mejores cosas para decir tanto de la CGT como de la mayoría de las cámaras de empresarios. Yo nunca he visto, como en la pandemia, que fue el medioevo en el siglo veintiuno, el acuerdo que se alcanzó. Cuando prohibimos los despidos y las suspensiones, dejamos abiertas las suspensiones de común acuerdo. Allí, la CGT y los empresarios acordaron fijar un piso del 75 por ciento del sueldo para ese tipo de suspensiones. Eso no pasó en el mundo, donde la gente se fue a su casa suspendida o despedida sin cobrar un peso.

—¿Hoy debería ser un actor más agresivo? 

—La situación actual es compleja. A veces le pedimos a las representaciones de los trabajadores que, a su vez, sean la representación y política y sean más beligerantes que los propios representantes políticos. La verdad que la CGT lo primero que tiene que hacer es defender a los trabajadores en un contexto de mucha agresividad hacia los trabajadores. Me parece que está aplicando una dosis de conflictividad adecuada: negocia, conflicto, negocia conflicto. Plantearle que sea el ariete político es exigirle más de lo que les corresponde.

—¿Piensa que se debe modificar la manera en la que los trabajadores eligen sus representantes?

—Creo que hay que respetar a los sindicatos en que fijen las pautas de su democracia interna. En la medida que fijen un sistema de elección transparente y el voto libre de sus afiliados, la democracia sindical debe estar fuera del control del Estado. En lo que respecta al contenido, debe estar fuera. Después, en los métodos para se respete la voluntad de afiliados, sí debe haber un control del Estado. 

—¿Cómo evalúa su paso por las gestiones de Carlos Menem, Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner, Cristina Kirchner y Alberto Fernández?

—Yo lo veo por períodos, no como una cosa completa. El tema de Menem casi lo tengo olvidado. El primer período de Duhalde, donde era todo un caos, siento que se trabajó muy bien. Y después, el período con Alberto. Lo que se hizo en la pandemia en algún momento se valorará. Más allá de todo lo que se dijo, el diario The Lance publicó que tuvimos mejores resultados en la gestión de la pandemia que Canadá o Estados Unidos. Acá nos decían barbaridades. La verdad es muy difícil, pero cuando se pasen las pasiones, alguien tendrá en cuenta que se trabajó muy bien en ese período.

—¿El peronismo volverá a ser una alternativa que seduzca a los argentinos?

—Creo que la salida va a ser algo más tipo frente que una sola fuerza. Lo que está mostrando esto es que se acabaron las hegemonías. Vamos a un esquema de mayor dispersión y de mayores consensos. El peronismo va a seguir siendo la mayoría, pero para volver a ganar tiene que construir nuevas utopías. No podemos seguir mirando el futuro con la nuca. Si toda nuestra utopía es mirar lo que hicimos en el pasado, estamos en un problema. Tenemos que mantener la esencia del peronismo, que es un sistema de desarrollo inclusivo. Si pensamos que es un sistema de impresión de billetes para repartirlos, estamos al horno. 

—¿Le parece bien que Leandro Santoro, de origen radical, encabeza la nómina en CABA?

—Si. Yo no pido certificado de nacimiento. Creo que lo importante es construir una fuerza con voluntad de ganar. En los últimos años, el peronismo de la Ciudad de Buenos Aires se conformó, en el mejor de los casos, en ser la primera minoría. 

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