
Ahora que se viene la elección quizás sea ameno recomendar un libro que se llama 24/7 de Jonathan Crary (1951) que dice que no está todo mal, en caos.
"Una de las actitudes más comunes que se observan en la sociedad argentina es la 'doble vara', un criterio inconsistente donde se aplican juicios o exigencias diferentes a situaciones similares o a personas según su afiliación política o conveniencia. Aunque se manifiesta en diversos ámbitos, es en la política donde este concepto resulta más evidente. Probablemente es producto de un cuadro psicológico, resultado de innumerables causas, pero al margen de ello, en este análisis examinaremos las principales características de este comportamiento. A continuación, exploraremos cómo esta 'doble vara' aparece en distintas ocasiones contrastando con expresiones de otros contextos políticos de nuestro país.
ANALISIS 30 de abril de 2025 Gastón LandiYa son varias las décadas en las que nuestro país ha cultivado un gran cúmulo de personas que al menos gastan un tercio de su tiempo en cuestiones relacionadas con la política. Esto, a simple vista, pareciera ser algo normal e incluso saludable para el civismo de una sociedad tan compleja como la Argentina. Pero lo curioso es que este sentido fue reemplazando otros modos de relaciones que estaban muy arraigados en las personas, donde se dio el fenómeno de la politización. Esta cuestión fue siendo, de a poco, el tejido fundamental de la formación del aspecto social y la inicial en el proceso de descomposición de los valores clásicos de otros tiempos anteriores. Una de las instituciones más legendarias, como lo es la familia, comenzó a experimentar una fragilización no vista antes en la historia, sitiada fuertemente por disputas cuasi futboleras mezcladas con la defensa del sistema político del momento. De allí, familias enteras divididas por posturas que sostenían aciertos y desaciertos de los espacios partidarios de turno, motivo que marcó un quiebre, en muchos casos irreparables, donde las personas llevaron la discusión simple a altos niveles de violencia. Posiblemente, en esto tuvieron que ver algunos medios que sacaron rédito de este tema, cosechando altos niveles de audiencia y picos de rating, aunque el foco no sea precisamente el ámbito de la prensa, es válido aclarar ese hecho; al margen de que también aportaron cosas valiosas en materia de investigación. De manera similar, no podemos dejar de lado el ámbito laboral, que también experimentó significativas tensiones internas, en muchos casos impulsadas por dinámicas dentro del propio aparato burocrático.
Esta politización, marcada por la inconsistencia y la 'doble vara', se extendió también al mundo del deporte, donde el fútbol, por ejemplo, evocó cánticos alusivos en las canchas y promovió agendas institucionales alineadas a diferentes gobiernos. Asimismo, la comunidad educativa vivió momentos de grandes discordias, en ocasiones intensificadas por la presión sistemática de los gremios docentes que se sumaron a este clima de confrontación discursiva
En consecuencia, la impericia de la política ha desestabilizado el clima argentino, fracturando el gran contrato social sin una razón justificada, impulsada únicamente por la ambición cortoplacista de acumular poder. Un actor clave, aunque a menudo pasivo en apariencia, en la dinámica que he descrito han sido las redes sociales. Este espacio, que paradójicamente alberga desde la reflexión más elaborada hasta la expresión más burda, se ha convertido en un caldo de cultivo para opiniones superficiales que ganan fuerza por el simple hecho de ser compartidas. Esta sensación de pertenencia virtual puede exacerbar la 'doble vara', al priorizar la adhesión emocional a un grupo por encima de la coherencia y el análisis crítico. En tal sentido es que quiero considerar el término politización como un sinónimo de bajeza humana, del irrespeto y la vanidad que exploran los nuevos políticos 2.0. Por su parte, las redes proporcionan el entorno ideal para que la doble vara prospere y se infiltre en todos los niveles de la sociedad.
Resulta llamativo observar dos estrategias que se repiten: la presentación de los recién llegados como si tuvieran un borrón y cuenta nueva histórico, desvinculándose de cualquier responsabilidad pasada; y el despliegue de un discurso moralizante que ataca implacablemente a la oposición, recurriendo a señalamientos, acusaciones sin pruebas, desmentidas sistemáticas y una retórica abundante pero carente de sustancia. Algo que no tardó en ubicarse en lo más profundo del electorado, quien toma partido y asimila este modo, continuando las acciones irracionales de los mandatarios modernos. En ese sentido, la manía se traslada nuevamente a las redes, a la vida real, donde la sociedad se manifiesta, como de costumbre, a “defender a los políticos”. Lo locuaz de todo esto es que, preferentemente, comienza la guerra con un aditamento especial: la lógica olvido-acusación, un espectro esquizofrénico tremendo. Tal es así que el ejemplo más claro son los hechos en donde quien es nuestro presidente, Javier Milei, acusaba reiteradas veces en TV a su contrincante Patricia Bullrich de haber colocado explosivos en jardines de infantes en su juventud. Pero, redoblando la apuesta en sentido conveniente, tiempo después esta ingresa al mismo espacio olvidando aquellos dichos y, lo que es peor, más tarde termina ocupando un cargo. Un claro ejemplo de esta dinámica lo observamos en la imagen de Menem votando junto al Kirchnerismo en sus últimos años, un espacio político al que se había enfrentado duramente en el pasado con Néstor Kirchner, quien a su vez había compartido previamente actos y alianzas con el riojano durante su presidencia.
Tristemente, este criterio se reproduce en la sociedad, transformándose en una imitación dañina que evoca, en su virulencia virtual, las viejas cacerías de brujas. Crucialmente son discriminados aquellos periodistas, intelectuales, artistas que disienten con alguna política actual, lanzándoles acusaciones de todo tipo, sin fundamento solo por el hecho de estar una vereda no conveniente. Un fenómeno tan extraño que nos lleva a recordar como en otras ocasiones eran apoyados e incluso considerados grandes celebridades, solo porque confluían en un enemigo en común. Pero, a su vez, están quienes hoy evaden la crítica y sostienen los programas vigentes, a pesar de haber dedicado horas en el pasado a criticar hasta incluso al propio presidente; quien entonces estaba en campaña. Esto también genera dudas sobre si su apoyo actual se basa en convicción o devolución de favores económicos; sea cual sea el caso es un dato de conversión dudosa. Así, se configura un panorama de contradicciones, exacerbado por una dicotomía impuesta por el juego político que establece quiénes pueden alzar su voz y quiénes deben callar.
Es alarmante constatar que vivimos en un tiempo enfermizo, donde la provocación es moneda corriente, el miedo se utiliza como herramienta de control, la censura se normaliza y la memoria de los hechos se desvanece convenientemente.
La pregunta es inevitable: ¿cómo se explica que un país con una tradición de mesura verbal incluso en la adversidad hoy se exprese con tanta chabacanería en la era de la comunicación abierta? La respuesta parece radicar en una educación incompleta y una falta de comprensión profunda sobre el significado de expresarse y criticar con fundamento. Es una ilusión esperar un futuro próspero si la política insiste en repetir errores en lugar de trabajar por el bienestar del pueblo, una inconsistencia que la 'doble vara' pone de manifiesto. El peso de la transformación recae en las nuevas generaciones, quienes deben ser conscientes de que la libertad sin discernimiento que ofrecen las redes puede ser una trampa, una ceguera emocional e irreal que solo beneficia a quienes nos dirigen.
Ahora que se viene la elección quizás sea ameno recomendar un libro que se llama 24/7 de Jonathan Crary (1951) que dice que no está todo mal, en caos.
El Observatorio de la Palabra Democrática en conjunto con MásDeAgencia presentan la siguiente sistematización en formato de informe sobre las políticas de agresiones a la prensa en general y a las y los trabajadores de la comunicación en particular desde la asunción del Mileismo al gobierno de Argentina al día de la fecha.
Las elecciones en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que se llevarán a cabo el próximo 18 de mayo, serán un termómetro crucial para el partido liderado por Mauricio Macri, el PRO. El escenario electoral está atravesado por una fuerte interna dentro del espacio amarillo, marcada por el debate sobre una eventual alianza con La Libertad Avanza.
Hay algo que se ha acentuado en estos tiempos interesantes y es una cierta topología. Seres solitarios, llenos de ansiedad, presas de modas sociales, nos disponemos todos los días a un camino que bien podría considerarse de la muerte. Todo invita a eso.
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En los albores de la democracia ateniense, Sócrates se paseaba con sus conciudadanos en la plaza, no para proclamar verdades absolutas, sino para someter cada afirmación al fuego de la dialéctica. Su método, la mayéutica, entendía el diálogo como un parto colectivo de ideas, donde la pregunta correcta valía más que la respuesta contundente. Hoy, sin embargo, asistimos a otro escenario: el ágora digital de Twitter ha reemplazado aquella búsqueda de la verdad por una carrera de ingenio y picardía, donde lo que importa no es convencer con argumentos sólidos, sino impactar con la respuesta más “basada”.