Trump y Putin cara a cara: contexto y escenarios en Alaska

La reunión entre Estados Unidos y Rusia en Alaska busca sentar las bases para un cese de fuego en Ucrania, en un conflicto que ya lleva cuatro años pero cuyas raíces geopolíticas se remontan a más de tres décadas. Entre la posibilidad de concesiones y la continuidad de la guerra, el encuentro pondrá a prueba las “leyes” de la geopolítica sobre el derecho internacional.

ANALISIS 11 de agosto de 2025
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Por Alberto Hutschenreuter *

El viernes 15 de agosto se reunirán en Alaska los mandatarios de Estados Unidos y Rusia con el propósito de alcanzar las bases para un cese de fuego en la guerra de Ucrania. El encuentro reviste importancia mayor no tanto porque tras un largo tiempo (desde 2021) vuelven a reunirse los presidentes de potencias de clase u orden mundial, sino porque se trata de las dos partes clave de esta innecesaria guerra.  

En efecto, la guerra en Ucrania cursa su cuarto año, pero la pugna entre Estados Unidos-Rusia lleva más de tres décadas, y se inició cuando el primero, tras la victoria en la Guerra Fría y el desplome de la URSS, jamás consideró que debía tratar a Rusia como un actor confiable. En este sentido, sí bien con la URSS se iba el reto que implicaba un actor revolucionario, ello no significaba que la "nueva" Rusia sería (cuando se fortaleciera) un actor despojado de los viejos vicios, esto es, geopolítica revisionista, política exterior proactiva, autocracia, amenaza vecinal, etc. 

 En gran medida, esa afirmada percepción explica varias iniciativas adoptadas por Occidente durante esa funesta década para Rusia, siendo la primera ampliación de la OTAN en 1999 (o acaso la segunda si consideramos que la primera fue la reunificación alemana bajo los términos occidentales) la iniciativa más decisiva en relación con el enfoque de poder estadounidense.

 Luego vinieron otras olas de ampliación de la Alianza Atlántica, habilitándose para algún momento el ingreso de Ucrania y Georgia, dos países ubicados en la zona geopolítica roja de Rusia, que mantiene su propia “doctrina Monroe” en relación con esos territorios. Para entonces, todas aquellas iniciativas entre Occidente y Rusia, como los foros de consulta o asociación estratégica, fueron muriendo de mero formalismo.

 La llegada de Zelenski a la presidencia de Ucrania (en 2019) aceleró los hechos, en un contexto de guerra larvada que desde 2014 tenía lugar en el este del país. 

Zelenski implicó, al menos, tres cosas en relación con la alta sensibilidad geopolítica rusa: entrenamiento de fuerzas locales por parte de expertos occidentales; entierro de los acuerdos de Minsk; y delineamiento de una política externa y de seguridad única asociada a convertir a Ucrania en miembro pleno de la OTAN, una política que podemos denominar "doctrina Zelenski".

 Para Rusia esta situación no dejaba alternativas para, tarde o temprano, desplegar la acción militar sobre su vecino, la que luego iría acompañada de cuestiones como la acusación por parte de Moscú de componentes nazis en el gobierno de Ucrania y, un tema que no debemos  olvidar, la tesis de la no existencia de Ucrania.

 En este punto, la diplomacia europea, en lugar de disuadir a Ucrania de persistir en esa política exterior de vía única hacia la OTAN, la acompañó y promovió. Por supuesto, al carecer de reflexión geopolítica y estrategia propia, la potencia institucional europea siguió el guion de Estados Unidos cuyos gobiernos, particularmente demócratas, nunca consideraron (a menos que haya existido una deliberada política de ganancias de poder denominada "cebo y sangrado", es decir, atraer a Rusia a una trampa y una guerra)  la importancia del principio de indivisibilidad estratégica en el Este de Europa ni la experiencia rusa en relación con la aproximación de poderes externos hacia sus fronteras.

La llegada de Donald Trump despertó expectativas en relación con el posible término de la guerra fratricida en Europa del este. 

Por un lado, los republicanos no tienen tan afirmada la percepción de Rusia como "problema geopolítico eterno"; por otro lado, consideran que es necesario retomar la primacía de relaciones entre "los que cuentan". Desde esto último, es inaceptable que las preferencias de un actor intermedio y pivote (es decir, ubicado en una zona sensible o de irremediable statu quo) terminen por arrastrar a todos a una guerra y que esta contienda no pueda ser detenida; en tercer lugar, es posible que Trump, con el "viento de cola" del reciente acuerdo entre Armenia y Azerbaiyán, se halle "tentado" de hacer concesiones.

 Sí predomina está hipótesis, en Alaska podría haber definiciones, las que favorecerían los intereses de Rusia en detrimento de Ucrania y de la Unión Europea.

 En caso contrario, podría predominar un enfoque basado en la no aceptación de la derrota de Ucrania y, sobre todo, de Occidente, y entonces la guerra continuaría con el sensible aumento de presiones económicas a Rusia, algo así como una semi generalización de la contienda, y con situaciones estratégica-militares de incierto curso.

 Finalmente, dos cosas: ¿podría haber un escenario inesperado en Alaska? Difícil, las principales cartas, a pesar del principio de incertidumbre de las intenciones, están echadas. Por otra parte, en todo esto pareciera que no existiera el derecho internacional. Existe, sin duda, lo que ocurre es que en estas cuestiones predominan las "leyes" eternas de la geopolítica, tanto de un lado como del otro lado.

* Doctor en Relaciones Internacionales (summa cum Laude, USAL). Profesor titular de Geopolítica en la Escuela  Superior de Guerra Aérea. Ha sido docente en la Universidad de Buenos Aires y Director del Ciclo Espacio Eurasia en la UAI.
 

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