
IA, campañas y poder: los nuevos dilemas de la comunicación política en la Argentina
La inteligencia artificial ya no es solo una herramienta: es un actor que reconfigura la competencia electoral y desafía la autonomía cognitiva de los votantes.


Hay algo que se ha acentuado en estos tiempos interesantes y es una cierta topología. Seres solitarios, llenos de ansiedad, presas de modas sociales, nos disponemos todos los días a un camino que bien podría considerarse de la muerte. Todo invita a eso.
ANALISIS 29 de abril de 2025 Federico Quinteiros
Despertarse cada mañana, tomar el transporte público, viajar mal, apretado. Oír quejas, peleas. Si hay alguien que tiene el timing de estos días son los muchachos MCM del tren, los que tienen puesta una pechera amarilla con la palabra ORIENTACIÓN.
Hay quienes se ganan la vida propagando todo esto. Desde opinólogos, analistas, columnistas hasta teleseries, películas y videojuegos. Pero les restamos importancia, son voces lejanas que vociferan, no parecen decir nada nuevo. Ninguna novedad. Desear.
Sentir que nunca es suficiente, que no se está a la altura, que no se puede lidiar con la complejidad tan fácilmente, con las presiones, con los malos tratos, que el trabajo no era lo que se esperaba, que se perdió tiempo para uno, para el ocio, la poesía de la vida.
Trabajos de mierda es el último libro de David Graeber (1961-2020). Tomado como un pequeño chiste privado, el libro pregunta a boca de jarro ¿Cómo se sostiene un país, un sistema, personas, con trabajos que aburren, angustian, vacíos, molestos, sin alma?
No habla Graeber de trabajos pesados, de obreros, operarios, camioneros, inclusive de bacheros o mozos, sino de trabajos de oficina, de consultoría, financistas, asesores (si acá lo sabremos), agrego coachings, mentores, males necesarios, propugnadores.
El libro empieza contando experiencias en primera persona, a veces muy graciosas, que comienzan con la salida de la universidad, los sueños, los anhelos, y chocan con la realidad frustrante que para lo que se habían preparado largo tiempo fue para nada.
Enfocarse en lo que se hace, aunque no se sepa qué, ni por qué, tal perplejidad que el trabajo da. En la frialdad de este. No se confunda con falta de propósito.
Hay una película que se llama Toni Erdmann de Maren Ade (1976) que narra todo esto a la perfección. Es la historia de un padre y una hija a los que el mundo laboral ha distanciado, física y mentalmente. El padre es un tiro al aire, la hija se toma en serio.
En la consultora JP Morgan trabaja una hija de Toni que se encarga de hacer el trabajo que Shell no quiere. Mera casualidad.
Ante el advenimiento de la AI y también de la flexibilización laboral, en su fuero interno a más de uno se le pasó por la cabeza que era reemplazable, prescindible, fácilmente desechable. Entonces dos opciones se presentaron: cuidar la quintita, o ceder.
Hay pensamientos que solo aparecen en el tren, especialmente en el último, en medio de una noche cerrada, y a veces son dos: odio, detesto, al filósofo surcoreano llamado Byung Chul Han, y otro, una pregunta: ¿Por qué parece dar siempre en el clavo?
Sus libros son ideales para leer de un tirón y para ir a otros libros. La sociedad del cansancio, La agonía del eros, Psicopolítica, La crisis de la narración, Topología de la violencia.
Su oportunismo, constancia, su forma de ser ese diagnosticador del presente, estar en el lugar y momento justo, suponer que lo hegemónico es la infelicidad disfrazada de felicidad, hacer un picnic con el aparentar, la ignorancia disfrazada de información.
Creador de conceptos (iba a decir contenidos) que el mundo vio, pero nadie fue capaz de decir, ganó la adhesión de muchos que veneran su silencio, su representación de sí mismo, su misterio, y claro, el rechazo de los que intentan batallar, discutirlo. Aquí uno.
El pensamiento no es recurrente, es tan solo un asalto, breve, fugaz, contra la vida de hoy. Pero ¿Cuál es esa vida? La verdad que no tengo la menor idea. Asaltado por pequeños atisbos de perplejidad. ¿Qué propone Trabajos de mierda?
Una renta universal para que cada uno pueda hacer lo que se le cante, y un pensar más allá del mercado. Algo parecido a lo que propuso Juan Grabois en el debate con Javier Milei en lo de Jorge Fontevecchia, tiempo antes de la elección. No sé quién lo vio.
El debate duró más de cuatro horas. La gente eligió. Esto tendría que haberlo escrito antes, pero lo escribo ahora. Hay un poema de Nicanor Parra que dice: la derecha y la izquierda unidas, jamás serán vencidas. Se ve que nadie lo leyó.

La inteligencia artificial ya no es solo una herramienta: es un actor que reconfigura la competencia electoral y desafía la autonomía cognitiva de los votantes.

La negociación por el presupuesto bonaerense se aceleró a más no poder. El gobernador busca tenerlo aprobado (por fin) antes de que cambie la composición de la Legislatura. Es una aspiración cuestionable: los dos proyectos anteriores fracasaron con esta misma integración, y el mandatario no está dispuesto a ceder tampoco esta vez.

El clima interno del peronismo bonaerense volvió a tensarse luego de una serie de movimientos que dejaron expuesta la estrategia —o el intento de estrategia— de Mayra Mendoza para instalarse como figura de una supuesta rebelión interna contra la conducción histórica del espacio. Pero el intento duró apenas un suspiro: la superestructura partidaria le frenó el impulso antes de que su postura pudiera transformarse en algo más que una foto de ocasión.

La llamada “guerra cultural” de la ultraderecha latinoamericana ya no es un fenómeno aislado. Lo que comenzó como un experimento digital en Brasil a mediados de la década pasada se ha convertido en una red transnacional que emplea bots, influencers, medios digitales y campañas coordinadas de desinformación para erosionar gobiernos progresistas e instalar agendas conservadoras.

Hace unos meses —que hoy parecen años— antes de que Elon Musk saliera eyectado de la administración Trump como si fuera uno de sus propios cohetes, nos preguntamos sobre la influencia de las redes sociales en el debate público y la calidad democrática.

Javier Milei no solo tiñó de violeta el mapa argentino: consiguió algo más raro aún, paciencia. En una elección marcada por el miedo y la emocionalidad, el país convirtió las legislativas en un plebiscito sobre su figura. El resultado, más que un aval, fue un salvataje: Milei recuperó aire y deberá traducir su milagro electoral en gobernabilidad. Indudable: salió de estar colgado del travesaño a meter un contraataque letal que terminó en gol a favor.