La Interna Peronista: De la Plaza San Martín a la Plaza del Congreso, un Ciclo de Violencia, caos y Desestabilización

La violencia que se desató en la ciudad de La Plata, protagonizada por barrabravas, sindicalistas y avalada por la connivencia entre la política, la justicia y el crimen organizado, no es un hecho aislado. Es el último eslabón de una cadena de violencia sistemática con fuerzas de choque para disciplinar adversarios y sostener una estructura de poder basada en la coacción y el miedo, que son las mismas utilizadas para desestabilizar al gobierno nacional. La interna peronista, siempre teñida de sangre, ha demostrado ser la herramienta favorita de aquellos que, al fragor de la lucha por el poder, no dudan en usar la violencia como método para garantizar su hegemonía territorial y política.

POLÍTICA 05 de abril de 2025 Pablo Villegas
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Imágenes del enfrentamiento entre barra bravas de Estudiantes de La Plata y Gimnasia y Esgrima La Plata

Es imperativo advertir la relación directa que existe entre la violencia desatada recientemente frente al Congreso de la Nación y los brutales enfrentamientos ocurridos en la ciudad de La Plata. La interna peronista, que parece ser una constante en la política argentina, ha demostrado una vez más que no solo es un problema de poder, sino también de mafia, corrupción y desestabilización.

Los hechos de violencia en la Plaza San Martín de La Plata, en donde se enfrentaron barrabravas de Estudiantes de La Plata y Gimnasia y Esgrima La Plata, no pueden ser vistos como un episodio aislado. Estos enfrentamientos, que involucraron machetazos, disparos y una impunidad absoluta, fueron protagonizados por grupos mafiosos financiados por el peronismo bonaerense. Entre ellos, se encontraban los cabecillas de los barrabravas como "El Volador", "El Javi" y "Fede", todos operadores dentro de las estructuras políticas y sindicales del PJ.

Lo que ocurrió en la ciudad de La Plata tiene un trasfondo que no solo involucra a la disputa entre dos barras rivales. Es parte de una trama más amplia que involucra a la cúpula política del peronismo, con figuras claves como el gobernador Axel Kicillof y el intendente Julio Alak. Ambos han sido, durante años, artífices de un sistema que no solo permite, sino que también financia con fondos públicos, y les brindan impunidad para operar a su antojo a estos grupos para que actúen como fuerzas de choque en el ámbito sindical, en el futbol o en la calle, en favor de su hegemonía política. En este contexto, la violencia no es un accidente, sino una consecuencia directa de un modelo político que se ha edificado sobre la corrupción y el clientelismo.

Es evidente que la interna peronista no conoce límites. Si bien el enfrentamiento entre las barras de fútbol y facciones sindicales puede parecer un conflicto sectorial, este tipo de violencia es solo un reflejo de las luchas de poder internas dentro del peronismo. La disputa por los recursos del Estado, especialmente en lo que respecta a la obra pública y los fondos sindicales, es el motor de estos enfrentamientos. En este caso, actores como Juan Pablo "Pata" Medina, exlíder de la UOCRA de La Plata, y su rival Iván Tobar, son protagonistas de esta guerra de facciones que no duda en recurrir a la violencia física y la extorsión para imponer su dominio sobre el territorio.

Esta violencia no se limita al ámbito local. La misma estructura de poder mafiosa que opera en La Plata es la que también se despliega a nivel nacional. La marcha de los jubilados frente al Congreso de la Nación, en la que las mismas fuerzas de choque fueron utilizadas para generar caos y desestabilizar al gobierno nacional, es otro ejemplo claro de cómo la interna peronista ha aprendido a utilizar la violencia como una herramienta para alcanzar sus fines políticos. No hay ninguna duda de que la violencia en La Plata y en las puertas del Congreso está íntimamente relacionada con los intentos de algunos sectores del peronismo por minar la estabilidad política del gobierno de Javier Milei.

Es importante destacar que este tipo de violencia tiene un efecto profundo en el orden político y social. El daño es múltiple: no sólo debilita al gobierno, sino que también socava la confianza de la ciudadanía en las instituciones del Estado. La presencia de jueces, fiscales y otros actores judiciales (como así también legisladores) durante los enfrentamientos en La Plata y la falta de intervención ante los hechos de violencia evidencia un sistema judicial cómplice, incapaz o, en el peor de los casos, parecen más bien formar parte del engranaje de impunidad y dispuesto a tolerar estas situaciones con tal de preservar el statu quo del poder.

El proceso de desestabilización, orquestado por las mafias internas del peronismo, no se limita a estos episodios de violencia. A través de la manipulación de los recursos del Estado y el control de estructuras paralelas como los sindicatos y los barrabravas, el peronismo ha creado un sistema que responde solo a sus intereses. La sangre derramada en La Plata y frente al Congreso es solo un reflejo de la decadencia del sistema político, un sistema que ha sido forjado con base en la cooptación de la justicia y la violencia como método de control.

La violencia siempre ha sido parte del peronismo.

Desde sus primeros años hasta la actualidad, la historia de este movimiento está marcada por una serie de enfrentamientos, tanto internos como con actores externos, que han desembocado en situaciones sangrientas. No podemos olvidar el rol de las organizaciones armadas y la violencia política que se vivió durante los años 70, ni el rol que ciertos sectores del peronismo jugaron durante la dictadura militar. La violencia, por tanto, no es algo aislado ni excepcional; es una constante en la política peronista.

El problema de fondo, y lo que realmente debemos cuestionar, es cómo el movimiento “peronista" puede seguir funcionando bajo estos parámetros. La falta de reformas estructurales, la impunidad con la que actúan sus miembros, la complicidad con el crimen organizado y el uso de la violencia como una herramienta para la obtención de poder, son características que deberían poner en evidencia la necesidad urgente de un cambio profundo en el sistema político bonaerense.

Es urgente que los ciudadanos, especialmente aquellos que aún se sienten representados por este movimiento, se cuestionen el precio de este tipo de políticas. El peronismo ha demostrado ser incapaz de ofrecer un proyecto político que respete los principios de la democracia, la justicia y la libertad. La violencia en la ciudad de La Plata, al igual que en otras partes del país, no es un hecho aislado, sino parte de un patrón de comportamiento que ha sido sistemáticamente tolerado y promovido por los sectores más oscuros de la política argentina. El gobernador Kicillof, el intendente Alak, al igual que muchos barones del conurbano, han construido su andamiaje político sobre estos cimientos podridos, con un modelo agotado que se ha construido sobre la base de la corrupción y la extorsión, en donde todos han sido participes activos de su financiamiento y consolidación, y que además  han permitido que operen con total impunidad.

Lo que vivimos en La Plata y lo que reiteradamente sigue ocurriendo frente al Congreso de la Nación es sólo una manifestación más de un sistema que se alimenta de la violencia y la desestabilización cuando no son gobierno. La interna peronista sigue siendo un ciclo de sangre, corrupción y caos, que nunca termina en una solución política, sino en más derramamiento de sangre. Es hora de que la sociedad argentina tome conciencia de lo que está en juego y exija un cambio radical en el manejo de la política bonaerense. 

En definitiva, la interna peronista seguirá su curso, con su habitual cuota de sangre y su inconfundible hedor a descomposición, mientras Kicillof, Alak y los barones del conurbanos seguirán jugando a la política, las calles de la ciudad de La Plata y el congreso seguirán siendo el escenario de una guerra mafiosa cuyo único final posible es más violencia y más decadencia. Pero claro está, para el gobernador y los intendentes del palo no es más que un daño colateral en su cruzada por perpetuar el viejo orden de la prebenda y el apriete. Un peronismo en estado puro: ruinas, saqueos, sangre y balas.

Es tiempo de poner fin a esta cultura de la violencia que ha caracterizado al peronismo. La democracia y la libertad no pueden seguir siendo secuestradas por los intereses de una cúpula política que prefiere el caos antes que la estabilidad y el progreso. La violencia en La Plata, en el Congreso y en todo el país debe ser un llamado de atención para todos aquellos que aún se resignan a vivir bajo la sombra de esta maquinaria de poder.

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