¿Quién es el dueño de la calle online?

“You are the media now”, publicó un exultante Elon Musk, el hombre más rico del mundo, el 6 de noviembre pasado una vez se confirmó que la elección de Donald Trump era un hecho consumado, dejando clara que su pretensión real es influir directamente en el debate público y la manera en que la información circula a través del mundo.

ANALISIS 28 de marzo de 2025 Lic.Carlos Helfer y Lic. Juan Ignacio Net
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¿A quién le pertenecen estos espacios digitales donde la conversación fluye, aparentemente, libre?  

El viejo Twitter - una de las redes sociales con las que Silicon Valley expandió su influencia en todo el mundo-, devenida ahora en X, forma parte de la vanguardia de una rebelión encabezada por una contradictoria alianza: los nuevos billonarios tecnológicos y los sectores social y económicamente más postergados del mundo post 1991. En nombre de la libertad, y en contra de las burocracias y las mediaciones, irrumpen en el debate público para anunciar que una nueva era ha comenzado.

Este fenómeno, sin embargo, no empezó con esta última elección norteamericana, sino que tiene raíces profundas en la crisis -cada vez más evidente- del mundo globalizado y que tuvo su génesis en la crisis financiera internacional del 2008. “Fue uno de los mayores escándalos financieros de la historia del país. Y ninguno de los responsables fue jamás llevado ante la justicia.”, sentenció Steve Bannon, estratega de Donald Trump y uno de los gurús comunicacionales de la derecha radical.

Durante mucho tiempo, se había considerado que las redes sociales eran una dimensión más de ese progreso indefinido que prometía la globalización, una extensión del viejo orden analógico. Todos los principales medios migraron hacia las nuevas plataformas y nada tenía por qué cambiar ¿no?

Como suele pasar en estos casos, el establishment subestimó estas plataformas como espacios de expresión y generación de nuevas identidades. Y las instituciones oficiales (gobiernos y estados), llegaron tarde, una vez más, al cambio de paradigma. Ha sido al amparo de estos espacios digitales, donde la revolución de la derecha radical ha gestado su ideario en contra de los organismos multilaterales y su agenda, ha denunciado la dictadura de lo políticamente correcto y se ha preparado para una guerra en contra de lo que ellos denominan “marxismo cultural”.

El debate, que antes se desarrollaba en espacios físicos como plazas, parques o congresos,espacios que ante todo se definían por tener algún grado de control estatizado y legal a la forma del ágora de las polis griegas, se trasladó a espacios virtuales provistos por las redes sociales configurando así una gran ágora digital con capacidad de impacto en tiempo real. Así, todos asistimos simultáneamente al inicio de la guerra ruso-ucraniana, la elección en cualquier lugar del mundo o la compra de una red social. 

¡El ágora es global! Y tiene dueños…

La capacidad de influir en el debate público de cualquier país es enorme, pero ¿estamos realmente participando de un debate libre? ¿Este intercambio de ideas sucede de manera voluntaria y aleatoria? ¿A quién le pertenecen estos espacios digitales donde la conversación fluye, aparentemente, libre?  

A diferencia del periodo previo caracterizado por medios de comunicación de masas, la irrupción del internet y las redes sociales han provocado la expansión de nuevos medios de comunicación que han roto el carácter unidireccional que los caracterizaba. El resultado de esta revitalizada relación medios-usuarios ha generado nuevas estructuras de debate que han cambiado la dinámica de comunicación entre ciudadanos y medios. Ahora el comportamiento de los primeros influye directa o indirectamente en el contenido o línea editorial de los segundos que la ajustan en tiempo real para maximizar sus alcance .

Los gatekeepers que antes cumplían un rol fundamental en regular las expresiones del espacio público en función de diferentes instancias que hacian de filtros dieron lugar a los algoritmos en estos nuevos medios. Los algoritmos de las redes sociales son los mecanismos por los que la información se jerarquiza y presenta a los usuarios, y lo hacen mediante cálculos que son propiedad absoluta de los dueños de las redes sociales.

Los medios unidireccionales del pasado tenían siempre una línea editorial reconocible que daban contextos de interpretación a sus contenidos, en cambio los algoritmos se presentaron como mecanismos transparentes que permiten la libre competencia de usuarios en igualdad de condiciones. Internet iba a ser un espacio de liberación, de democracias directas, siempre y cuando existiera el código abierto. Dado el carácter cerrado de los algoritmos que se guardan como secretos comerciales, esta pretensión de libertad es simplemente una mentira, pero que opera en el núcleo del optimismo de la promesa liberal del progreso post 1991. 

Es ese malentendido, esa dinámica falaz de la irrupción de estos espacios,  a que ha cambiado las formas en las que la política se constituye. Habermas y Dah, dos de los grandes campeones de la teoría pluralista del siglo pasado, sostienen que la democracia se estructura como un debate público con el fin de que todos los que están influidos por una decisión puedan formar parte, en igualdad de condiciones, de la toma de esa decisión.

Entonces cabe preguntarse, ¿Cuál es el rol de las redes sociales en el debate público y la calidad democrática? ¿Hasta qué punto esta lógica polarizadora de las redes sociales no es solo un espejo de la dinámica social, sino que de forma complementaria también la retroalimenta?

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