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La represión de ayer y el endurecimiento en el discurso oficial no alcanzan a tapar los signos de debilidad y duda que se pusieron de manifiesto cuando el presidente Javier Milei, cambiando de parecer y casi en secreto, viajó a Bahía Blanca. El desastre climático actúa como espejo de una gestión y una figura que se desgastan aunque sobreactúen su fortaleza.
POLÍTICA 13 de marzo de 2025 Sebastián LalauretteA horas nada más de la brutal represión ejecutada por las fuerzas de seguridad al mando de Patricia Bullrich durante la marcha de jubilados, hinchas de fútbol y miembros de distintas organizaciones políticas y sociales en las inmediaciones del Congreso, podría sonar absurdo hablar del gobierno de Javier Milei como de un gobierno cada vez más obligado a hacer concesiones. Y es cierto que hace falta señalar el endurecimiento cada vez más intenso de la faceta represiva de la administración libertaria en diversos ámbitos. Aunque quizás esa exageración de la firmeza sea justamente un signo de debilidad. Análisis que quedará para otra ocasión.
Si hablamos de absurdo, qué más absurdo que la devastación sufrida por la ciudad de Bahía Blanca y toda la región aledaña, con la irreparable pérdida de vidas humanas y también un incalculable nivel de daños materiales. Una de esas situaciones ante las que, por un lado, poco se puede decir, y por el otro, hay tanto para señalar que las palabras se quedan cortas.
La trágica inundación de Bahía Blanca es, entre otras cosas, un espejo.
Y es un espejo por múltiples razones pero principalmente porque es un evento duplicado. Bahía Blanca, en efecto, ya se había inundado poco más de un año antes, en los primeros días del gobierno de Milei. Y esta duplicación del desastre (que se repitió ahora con creces, con crecida digamos), este desastre en espejo, da la ocasión ideal, como todo lo doble, para el cotejo, el contraste, la búsqueda de coincidencias y excepciones.
Salta a la vista, porque las fechas impuestas por la naturaleza se ajustaron bien a las oleadas de la política, que los dos temporales que azotaron a la gran ciudad del sur bonaerense encuentran a Milei y a su gobierno en posiciones radicalmente distintas. Allá por diciembre de 2023 el Presidente viajó a Bahía sólo para decir que Bahía debía arreglarse sola: vestido con ropas militares, era un mandatario fuerte, pero a la vez sordo y ciego, desprovisto de tacto y envuelto en su propia arrogancia. Ayer, Milei volvió a viajar a la ciudad, y habría sido fácil tomarlo por otro presidente: ya no tan sordo, ya no tan ciego, dispuesto a ver y oír e incluso a disponer recursos para paliar el desastre, pero también más débil, sobreactuando el ataque para disimular esa flaqueza.
A través de esa cuenta de Twitter que funge como oficina presidencial, Milei denunció que el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, hacía una “utilización política” de la catástrofe al viajar a territorio bahiense para anunciar allí un plan de ayuda. Lo hizo en el mismo texto en el que anunciaba su propio plan de ayuda, un plan al estilo libertario, consistente en la liberación de fondos que irán, se supone, directamente a cada uno de los damnificados, en forma “proporcional” y evitando toda intermediación. También jugó con la aritmética al afirmar que esos recursos “cuadruplican” los prometidos por Kicillof: se trata de un fondo de 200.000 millones de pesos, algo menos que los 273.000 millones de inversión total que insumiría lo prometido por el gobernador, y mucho menos que cuatro veces más.
Es un ninguneo artificial, que no espera ser creído (así es la posverdad), sino que apunta solamente a enmascarar el cambio de rumbo evidente, el recálculo al que se vio obligado el gobierno mileísta, que un día antes había amagado con no enviar más fondos que una suma nominal y luego la multiplicó por veinte; y que no tenía previsto pisar el fangoso terreno de Bahía pero terminó haciéndolo de improviso y casi en secreto.
Como si quisiera demostrar con bravatas que sigue siendo el mismo, Milei preservó el tono y los temas de su discurso mientras sus acciones describían un giro radical. Propuso la ayuda “directa” por oposición a la mediación de quienes llama “gerentes de la pobreza”, pero en los hechos pasó de negar todo auxilio a la ciudad a disponer la creación de un fondo especial para paliar la emergencia y avanzar en su reconstrucción.
La verdad es que Milei se equivocó al pensar que podía repetir el comportamiento de los primeros días de su gobierno ahora que ha pasado más de un año y también mucha agua bajo el puente (permítase la metáfora quizás demasiado ligada a la literalidad de los hechos en Bahía Blanca). Se equivocó al creer que podía mostrarse prescindente mientras Kicillof acudía al lugar de la tragedia y allí, con naturalidad, desplegaba su discurso del “Estado presente”, mucho más apropiado a las circunstancias. Milei llegó un día después, llegó con perfil bajo, prometió menos: quedó, en todos los aspectos, segundo.
Es una novedad todavía para un presidente acostumbrado a fijar la agenda y a escapar siempre hacia adelante, una estrategia que le rindió frutos extraordinarios durante el primer año de su gobierno pero que ahora ya no parece surtir efecto. En ese sentido Bahía Blanca es un espejo en el que se mira aunque no quiera. Bahía Blanca le devuelve la imagen de un mandatario con la pólvora mojada (permítase otra vez la metáfora ligada al agua); la imagen de un artista cuyos trucos ya cansan un poco.
Lo más chocante de todo, quizás, es que los soldados de las redes que inmediatamente salieron a atacar a Kicillof para atribuirle responsabilidades en la catástrofe, por no haber hecho las obras necesarias, tienen un argumento mucho más fuerte que la acusación de manipulación política o la trivialidad de quién pone más y quién pone menos. Pero ese argumento circunstancial es difícil de sostener para quienes bancan a un presidente que desde su asunción decidió acabar con la obra pública.
Alguien lanzó al aire una hipótesis en las redes: Milei no tenía pensado viajar a Bahía Blanca, pero lo hizo para no estar en la Casa Rosada cuando se produjera la manifestación recargada de los jubilados. Si ese fuera el caso, sería aún peor, porque mostraría a un Presidente que no sólo ha dejado de huir hacia adelante sino que huye, sin más, de su propio sillón cuando las papas queman.
Javier Milei se mira en el espejo de Bahía Blanca y ve a un presidente que no es el que viajó a Bahía Blanca en diciembre de 2023 a dejar sentada su (pre)potencia. Tampoco ve a Axel Kicillof, el adversario a quien le dio el gusto, hace ya varios meses, de subirlo al ring para pelear en iguales términos. No sabemos bien qué ve, pero sabemos que está mirando.
Una medida del SENASA generó enojo en los gobiernos de Neuquén y Río Negro. Quedó en suspenso y sus diputados votaron con el oficialismo, en perjuicio de La Pampa y sus consumidores.
Si a este gobierno le importa el control, ¿por qué demora tanto en designar a los auditores de la Auditoría General de la Nación (AGN), el órgano que asiste al Congreso en el control externo de la administración pública nacional.
En la provincia de Vaca Muerta, el mayor enclave de extracción de petróleo y gas del país, la del MPN que con sus distintas variantes es una suerte de PRI patagónico, desde hace dos años se encadenan y crecen casos de corrupción para financiamiento de la política.
En la provincia de Formosa, se ha desatado un escándalo en torno a la gestión de las pensiones por invalidez. Gerardo Piñeiro, exconcejal y referente político de la oposición provincial, denunció que funcionarios públicos habrían aprovechado la necesidad de sectores vulnerables.
Afecta a la producción de una épica verticalista que pasa por alto sus propias contradicciones, la intelligentsia libertaria ahora emula al primer peronismo con sus Veinte Verdades. Aunque en este caso también hay recorte: los preceptos libertarios son diez. Un breviario de la motosierra ideológica.
Bahía Blanca logró que Javier Milei sea lo que no es. Dos tragedias en poco más de un año expusieron al Presidente de la Nación a pasos en falso. “Esguince político”, definió a su accionar un colega durante una charla de edición. Ajeno a la solidaridad, a la empatía y al afecto, la máxima autoridad del país caminó por un terreno que desconoce y que, en esta última ocasión, lo arrastró hasta un gesto típico de Alberto Fernández.