
Ahora que se viene la elección quizás sea ameno recomendar un libro que se llama 24/7 de Jonathan Crary (1951) que dice que no está todo mal, en caos.
¿El miedo a estar sin tu móvil es sólo un hábito del siglo XXI o un reflejo de una sociedad hiperconectada y dependiente? Facundo Ramos, Licenciado en Ciencias Políticas y experto en comunicación estratégica, analiza la nomofobia como fenómeno contemporáneo y su impacto no solo en la salud mental, sino también en la interacción social y las dinámicas políticas. ¿Estamos perdiendo el control en una era gobernada por dispositivos móviles?
ANALISIS 17 de enero de 2025 Facundo RamosEn los tiempos que corren, el móvil ya no es solo una herramienta; para muchos, es una extensión de su identidad, según Statista se estima que para 2025 más de 40 millones de argentinos serán usuarios de smartphones, y de mismo modo un informe del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) indica que este año la tasa de adopción de teléfonos inteligentes superará el 80% en América Latina y el Caribe. En este contexto, la posibilidad de desconexión no se percibe como un descanso, sino como un abismo que genera ansiedad.
Este fenómeno, conocido como nomofobia, no es únicamente un reflejo de una dependencia tecnológica, sino también un síntoma de una sociedad hiperconectada y ansiosa que redefine las relaciones humanas y los procesos políticos. ¿Cómo impacta este trastorno en nuestras decisiones, emociones y sistemas democráticos? Este artículo explora las raíces de la nomofobia, su influencia en el ámbito político y las claves para equilibrar tecnología y bienestar.
La nomofobia es derivada del término “no-mobile-phone phobia” y describe el miedo irracional a estar sin acceso al móvil. Este trastorno fue acuñado en 2009 en un estudio británico, pero hoy afecta a millones en todo el mundo. Entre sus principales causas destacan la baja autoestima y validación social donde el móvil se convierte en un refugio para quienes buscan sentirse aceptados. También lo causa el miedo a perderse algo (FOMO) y el perfeccionismo por responder de inmediato y estar disponible en todo momento.
Entre sus efectos, en la salud y las relaciones sociales la nomofobia tiene consecuencias tangibles como la ansiedad, pensamientos obsesivos, irritabilidad y aislamiento. Aparecen dolores musculares, molestias visuales y alteraciones del sueño causadas por la luz azul de las pantallas. En el plano social, este trastorno limita las habilidades para interactuar cara a cara, en este sentido estudios recientes muestran que los adolescentes prefieren sus dispositivos sobre las interacciones humanas, erosionando la empatía y la capacidad de construir vínculos reales y sanos.
Si pensamos en la nomofobia y la política aparece el cuestionamiento: ¿estamos frente a ¿una herramienta de participación o de control?, ya que la hiperconectividad plantea preguntas clave sobre la política en la era digital. Por un lado, el móvil democratiza el acceso a la información y facilita la participación ciudadana; por otro, concentra el poder en quienes controlan los algoritmos y los flujos de datos, que sabemos que son muy pocos a nivel global. Parándonos en el concepto de control social, los móviles permiten rastrear y analizar comportamientos, capacidades que son usadas tanto para optimizar servicios como para manipular decisiones. En campañas electorales las notificaciones constantes y las estrategias de microtargeting político convierten al móvil en un arma persuasiva sin precedentes. Y desde el lado de la desinformación, las fake news amplifican tensiones y polarización, dificultando la construcción de consensos.
El caso de Javier Milei en Argentina es un ejemplo paradigmático, con su narrativa disruptiva y antisistema encontró en las redes sociales el canal perfecto para conectar con un electorado frustrado. Su estrategia digital le permitió maximizar el alcance de su mensaje y movilizar emociones colectivas.
Y aquí aparece nuevamente el dilema entre lo digital y lo humano, ya que aunque la tecnología ha revolucionado la política, el contacto directo sigue siendo insustituible.
Escuchar, caminar el territorio y construir confianza cara a cara no pueden ser sustituidos por algoritmos.
La clave radica en equilibrar y combinar de manera certera lo digital y lo terrenal. Las estrategias territoriales, como las recorridas y los encuentros vecinales, son fundamentales para comprender las necesidades reales de la ciudadanía y reforzar la legitimidad de las gestiones públicas. Al integrar herramientas digitales con la interacción humana, se puede fomentar un diálogo más inclusivo y efectivo.
Pensando en el trastorno, para mitigar el impacto de la nomofobia, es esencial promover hábitos saludables como establecer horarios libres de móviles, silenciar notificaciones innecesarias, priorizar actividades al aire libre y desconexión digital. Desde la política, las campañas de educación tecnológica pueden fomentar el uso consciente y responsable del móvil, promoviendo la desconexión como una práctica planificada de salud pública.
¿Queremos gente presa de sus pantallas? La nomofobia no es solo un problema individual; es un reflejo de cómo la tecnología está rediseñando nuestras vidas, su impacto en la salud, en las relaciones y la política plantea preguntas que debemos hacernos ahora y actuar en consecuencia. ¿Estamos utilizando los móviles para progresar o nos hemos convertido en sus prisioneros? El desafío no es eliminar la tecnología, sino integrarla de manera consciente y sana, equilibrando su uso con el desarrollo de una sociedad más empática, conectada y por sobre todo, más humana, ya que solo así podremos aprovechar el potencial de la era digital sin perder nuestra esencia.
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