Cuenta, algo quedará

Facundo Ramos (Argentina), Licenciado en Ciencias Políticas, Diplomado en Consultoría Política y Campañas Electorales, y actual Director de “Sensum Consultoría Política”, analiza cómo las narrativas políticas no solo transmiten mensajes, sino que construyen identidades, movilizan a la sociedad y moldean percepciones. En un entorno saturado de información, el poder de un relato bien articulado puede cambiar la realidad social, legitimar agendas y establecer una conexión profunda con el público. ¿Cómo logran algunos líderes políticos utilizar esta herramienta de manera tan persuasiva?

POLITICAR MAGAZINE10 de enero de 2025 Facundo Ramos
Cuenta, algo quedará (1)
¿Cómo logran algunas narrativas cambiar la percepción de la realidad?

Según la RAE narrar es “contar, referir lo sucedido, o un hecho o una historia ficticios”, allí el narrador presenta los personajes, describe los escenarios, desarrolla las acciones y acontecimientos que conforman la trama de la historia. Las narrativas pueden definirse como un relato de una secuencia de eventos para mostrar un punto particular y se componen por historias. Lo que los azulejos son para los mosaicos, las historias son para las narrativas. 

En política, si bien las ideas y los hechos importan, aún más lo hace la forma en que se cuentan. Las narrativas políticas son poderosas herramientas que comunican y además construyen identidades, legitiman agendas y movilizan a las masas. Donde hay saturación de información una buena narrativa permite a los actores políticos conectar con sus audiencias, transformar percepciones y establecer marcos en el debate público. ¿Cómo logran algunas narrativas cambiar la percepción de la realidad? ¿Cuáles son los elementos que construyen un relato político efectivo y persuasivo?

La narrativa política es más que un conjunto de mensajes; es un relato coherente y emocionalmente convincente que los actores políticos emplean para justificar e impulsar su visión, acciones y objetivos. No solo de informar, sino de construir marcos de la realidad desde su perspectiva particular. Según Christian Salmon, el storytelling político moderno se ha convertido en una “máquina para formatear mentes”, donde cada relato político filtra y modela la percepción de las audiencias. ¿Quiénes somos? ¿Qué queremos lograr? ¿Contra quién luchamos? Estas preguntas permiten articular una historia que da sentido y propósito al proyecto político. Como señala Mario Riorda, “el mito de gobierno” no es sólo comunicación; es un sistema que organiza el consenso y vincula emocionalmente a los ciudadanos con el gobierno, lo que facilita la gobernabilidad.

Entonces, más allá de comunicar ideas, las narrativas políticas construyen identidades, de este modo los actores políticos moldean cómo sus seguidores se ven a sí mismos y cómo perciben a sus adversarios, proceso clave para consolidar lealtades. En su discurso, Javier Milei define como su adversario a “la casta”, define un enemigo común y dota a sus seguidores de una identidad “anti-sistema” en oposición a esa élite, creando una pertenencia que moviliza y legitima su propuesta política.

Según el estudio de Carlos Andrés Pérez, una narrativa poderosa no necesita ser una gran épica; basta con que convierta las vivencias de sus ciudadanos en una historia colectiva, haciendo que los votantes vean reflejadas sus luchas y aspiraciones personales en el proyecto político.

Progreso y miedo son dos enfoques contrapuestos. Las narrativas de progreso ofrecen una visión optimista, de cambio y mejora. Barack Obama apeló a la esperanza “Hope” ofreciendo un futuro inclusivo y transformador. Las narrativas de miedo se anclan en la idea de que una amenaza externa atenta contra los valores o la seguridad del colectivo. Donald Trump, con “Make America Great Again” construyó un relato de protección ante amenazas como la inmigración o la globalización. Ambos enfoques movilizan, con efectos distintos. El progreso es una visión esperanzadora, mientras que el miedo suele polarizar en un esfuerzo por combatir la amenaza percibida. Como lo subraya Pablo Matus, “las historias que conectan deben simplificar las emociones y conflictos” para que las personas las asimilen y actúen en consecuencia.

Hasta hoy la narrativa de la transformación económica de Milei ha promovido la necesidad de reformas económicas profundas para superar las crisis recurrentes de Argentina. Esta incluye medidas como la reducción del gasto público, la desregulación de la economía y la apertura al comercio internacional, donde se aclara que sin un cambio radical en el modelo económico, el país no tiene futuro. Por otra parte existe una narrativa de la oposición que destaca la importancia de preservar las políticas de memoria, verdad y justicia relacionadas con los crímenes de la dictadura militar, la que ha cobrado relevancia ante declaraciones y acciones del gobierno que algunos interpretan como intentos de minimizar o reinterpretar ese período histórico. Desde la misma oposición se ha enfatizado la importancia de mantener la soberanía nacional frente a influencias extranjeras, debatiendo sobre acuerdos internacionales, inversiones extranjeras y la participación de Argentina en organismos multilaterales.

Un elemento clave en muchas narrativas políticas es la construcción de un “enemigo”, ya que como vimos en la casta de Milei, definir un adversario otorga cohesión y sentido de propósito a la base de seguidores, consolidando el relato. En Venezuela, Hugo Chávez erigió la figura del “imperio estadounidense” como amenaza constante para la soberanía del pueblo venezolano. Esta narrativa justificaba sus políticas y fortalecía la lealtad de su base, que veía en Chávez un defensor frente a la injerencia extranjera. Otro ejemplo es la narrativa política del presidente salvadoreño Nayib Bukele, donde se visualiza como principal adversario a “las pandillas y el crimen organizado”. Construir enemigos es una estrategia que permite estructurar la comunicación del poder para ejercer influencia sobre los ciudadanos y legitimar políticas.

La Revista Internacional de Comunicación Política reportó que las campañas electorales que integran narrativas coherentes en múltiples plataformas digitales experimentan un incremento del 15% en el compromiso del votante. Las redes sociales han revolucionado la manera en que se consumen y difunden las narrativas políticas, permitiendo que se vuelvan virales y lleguen a públicos masivos en cuestión de segundos, pero este entorno fragmenta las narrativas, exponiendo a los usuarios a mensajes adaptados a sus creencias. Esta “infoxicación”, descrita por Gonzalo Sarasqueta, desafía a los políticos a implementar el “storydoing”, o mejor dicho llevar adelante las acciones tangibles que respalden sus palabras. Pero el efecto “cámara de eco” de las redes profundiza la polarización, cada grupo percibe la realidad a través de lo que el algoritmo le muestra para reafirmar su visión del mundo. La narrativa política puede actuar como un mecanismo de cohesión ideológica en entornos altamente polarizados.

Investigaciones del Pew Research Center señalan que las narrativas polarizantes en campañas políticas pueden aumentar la división ideológica entre los votantes en un 12%, afectando la cohesión social. El poder de las narrativas políticas es innegable como también su lado oscuro, ya que también son utilizadas para manipular o dividir, llevando a la fragmentación social. No construyen puentes, erigen muros que dificultan el diálogo y la reconciliación. Según Christian Salmon, el storytelling político ha sido cooptado como “instrumento de manipulación” que, bajo la ilusión de conectar, fomenta una “posverdad” que distorsiona la realidad para beneficio de quienes detentan el poder. Las narrativas polarizadoras erosionan la confianza en las instituciones y debilitan la cohesión social, alimentando un clima de hostilidad que puede derivar en violencia política.


Las narrativas son herramientas poderosas en política; construyen realidades, inspiran a las masas y pueden definir el rumbo de una nación. Con un gran poder viene una gran responsabilidad, por lo que los actores políticos deben ser conscientes del impacto de sus relatos en la sociedad y las consecuencias a largo plazo de sus palabras. Al final de todo, ¿estamos utilizando las narrativas para construir un futuro más inclusivo o simplemente estamos generando divisiones irreparables?

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