La reconversión del PRO y el futuro post mileísmo: “Patricia siempre quiso un partido de derecha”

Pablo Avelluto, ex ministro de Cultura en el gobierno de Mauricio Macri, expone sus diferencias con el Gobierno nacional y su distancia con el espacio al que se sumó en 2011. “Si crees en la democracia pluralista, Milei no está para eso”, afirma. A su juicio, la alternativa a La Libertad Avanza emergerá, tarde o temprano, desde una lógica de izquierda que hoy está replegada y en reflexión.

POLITICAR MAGAZINE18 de diciembre de 2024 Andrés Miquel
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Pablo Avelluto, ex ministro de Cultura en el gobierno de Macri.

“Creo que la gravedad de lo que está pasando habilita puertas, puentes y cruces que estaban obturados”, dice Pablo Avelluto. El ex ministro de Cultura durante la presidencia de Mauricio Macri, hoy está alejado del PRO. Asegura que el partido en el que comulgó fue cooptado por un universo de valores que no comparte y que no tiene ningún parecido con el espacio al que se supo sumar. Se muestra preocupado por la violencia propone Javier Milei, sostiene que tiene un proceder de “dudosa” filiación democrática y señala que, de todas maneras, en algún momento quedará en el pasado y arribará un nuevo momento histórico para el progresismo y la izquierda. 

Durante la más de una hora y media de charla con POLITICAR, recuerda su frase a principios de este año en la que aseguró haber probado la “droga del antikirchnerismo”. En el mismo tono, vuelve a asegurar que no le hizo bien aquella experiencia donde se extrapoló una polarización que no fue constructiva. Pero, remarca, no hay punto de comparación con el accionar del Gobierno nacional.

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Avelluto no cree en el justificativo que pregonan en el PRO sobre la lógica de migrar ideológicamente y acercarse a Milei porque “ahora mi electorado fue para allá”. Pide que se sostengan las convicciones, pone en valor el rol del ex Jefe de Gabinete en el gobierno de Cambiemos, Marcos Peña, y señala que Patricia Bullrich desde el minuto uno en que tomó las riendas quiso hacer del PRO un partido de derecha. 

Para sintetizar su postura, levemente recostado en la silla de su oficina en la sede de Movimiento al Desarrollo, el think tank que fundó Horacio Rodriguez Larreta, cuenta una anécdota.

—Hace poco me pasó que una periodista, amiga de mi hijo que falleció, me dijo si había ido alguna vez al Museo de la ex Esma. Le dije que no, porque temía que fuera un lugar muy cooptado por el kirchnerismo. Por qué no vas, me dijo. Y fui. Y después escribí sobre mis prejuicios y sobre lo que vi, que no era lo que me imaginaba que iba a ver. Tuve una entrañable conversación con su directora, la felicité por lo que me encontré, y también me decía: no los invitábamos. Fue una conversación con un 80 por ciento de acuerdos. Me hizo pensar y reflexionar sobre mis prejuicios, que es parte de un enriquecimiento intelectual que yo valoro mucho.

—¿Algo cambió en usted?

—Uno atraviesa distintos momentos. Hace un año dije que consumí la droga del antikirchnerismo, algo que es habitual en la política, pero que hoy está más exacerbado.

—¿Qué cosa es habitual?

 —Encontrar explicaciones muy simples que te conducen, voluntaria o involuntariamente, a restringir tu visión democrática. Expresiones como ‘son todos chorros’ o ‘te afanaste un PBI’ generan un plano donde no hay diálogo posible. Si salís de ese lugar, te encontrás matices y preguntas compartidas entre quienes no están de acuerdo. Y ahí, el encuentro personal genera condiciones diálogo que pueden construir algo. Durante la campaña de Macri en 2015, estudié mucho el peso de los prejuicios en la política. Nosotros queríamos moderar los prejuicios sobre Macri, y hay solo una instancia en la cual se quiebran prejuicios: el encuentro personal. Antes de eso, construís una fantasía, donde las redes son ideales para eso. 

—¿El PRO padeció esas explicaciones simples que menciona?

—Al PRO le pasó que, en 2015, se imaginaba como alternativa novedosa post kirchnerista, pero terminó en el encierro del antikirchnerismo. Hoy en sus frases siempre está el kirchnerismo como justificación de cualquier cosa. Lo hacen hasta el extremo ridículo de no votar los proyectos de ley que escribieron ellos mismos porque los kirchneristas votan parecido. Es un fenómeno que yo llamo republicanismo intermitente. Es decir, soy tan republicano según tan republicano se vuelvan los kirchneristas. Si se vuelven muy republicanos entonces la República no me gusta tanto. 

—¿Qué marcó su distancia con el PRO?

—En mi caso particular, la candidatura de Patricia Bullrich y el acuerdo con Milei marcaron un límite. 

—¿Habló de estas decisiones con Macri?

—No tuve una conversación lo suficientemente profunda en el último año con Mauricio. Claramente tengo una visión política diferente hoy. Para mí, el PRO, era un partido alejado de los extremos y así lo dice su declaración de principios. El tema que en aquel momento el pensamiento extremo era otro. Sí le hice saber mis diferencias y que, para mí, el liberalismo no tiene nada que ver con esto. Esto es extrema derecha, es fascismo. Podemos discutir mucho cual es el nombre que tiene, pero no tiene nada que ver con el PRO al que yo me decidí sumar. Quizás representa a un sector del PRO. Quizás tiene que ver con el debate posterior al gobierno de Macri sobre cómo había sido nuestro gobierno. 

—¿A qué se refiere?

—En aquel momento, aparecía la discusión sobre el gradualismo, la polarización y la negociación política. Desde mi punto de vista, los derrotados ideológicamente durante la hegemonía de Marcos Peña tomaron la conducción del partido después de 2019 y dijeron que no se consiguieron los objetivos porque no hicimos las cosas que había que hacer porque fuimos tibios. Desde el principio Patricia quiso hacer un partido de derecha que era algo que yo discutía con mis amigos más progres que me decían que éramos eso y yo les decía que no. Resulta que terminamos siendo eso, algo que se consolidó en la interna. El reclamo del grupo de Patricia fue que la policía no fue a reprimir a la gente frente a la casa de Cristina Kirchner. La discusión no era política, era moral. Cuando en política sacas la moral card, ya no se trata de un problema de diferencias, es un tema de que vos sos un hijo de puta y yo no. Ahí, ya estaba todo roto. 

—¿Por qué Macri la acompañó, siendo que ahora tienen más diferencias que coincidencias con Bullrich?

—Mauricio tenía una fascinación con Patricia y jugó ahí. Pensó que era una candidata competitiva contra Milei. Creo que es una decisión que tiene que ver con lo que decía sobre las interpretaciones posteriores a nuestro gobierno y la pregunta de por qué nos fue como nos fue. En el debate con Scioli, Mauricio dijo que no iba a privatizar Aerolíneas Argentinas y ahora por poco dice que hay que regalarla. En el caso de Mauricio, tal vez piense esto, algo que es legítimo por más yo no esté de acuerdo. El problema es la otra visión que se apoderó del PRO a partir del fracaso de Patricia y es afirmar que nuestros votantes se fueron para la Libertad Avanza y, entonces, hay que ir para allá. Y cuando vas a La Libertad Avanza te dicen que ya los votantes son de ellos, que no vengas a jorobar. Ahí, la lógica de la polarización los deja en ningún lugar. 

—¿No cree en la premisa de accionar a partir de la mudanza de los electorados?

—Hay un ejemplo extremo por su valor ético. En 1982, a los pocos días del desembarco en Malvinas, los militares organizaron un vuelo a Puerto Argentino para acompañar la jura de Menéndez como gobernador de las islas. Fue como un viaje de la casta de ese momento, con empresarios, sindicalista, peronistas, radicales, curas. Todos, menos Raúl Alfonsín. Él estaba en contra de la guerra y el 99 por ciento de la población a favor. Pero él no fue. Eso no le impidió que un año después sea presidente. Lo que quiero decir es que la política siempre torsiona, pero en algún momento te tenés que abrazar a tus convicciones. Y hoy, si crees en la democracia pluralista, hay que entender que Milei no está para eso. 

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—En este sentido, ¿cómo evalúa la actitud de María Eugenia Vidal y Diego Santilli, tan cercanos a Rodríguez Larreta hace un año y hoy tan involucrados en defender el Gobierno nacional?

—Creo que en el PRO hay tres grupos diferentes en su relación con el Gobierno nacional. El grupo que está de acuerdo o tiene un compromiso ideológico, donde yo pondría a Mauricio. Los que hacen seguidismo, con esto de que le gente fue para allá y yo voy para allá, entre los que está María Eugenia. Y están los que buscan sobrevivir en la política. Son los que hacen honor al nombre con el que nos bautizó José Luis Espert sobre que somos Juntos por el Cargo. No juzgo caminos políticos que toma cada uno, pero no lo tomo yo. 

—¿Nunca pensó en acercarse a La Libertad Avanza?

—Hace un año, un ex colega de gabinete me dijo de acercarnos al gobierno de Milei si ganaba. Le dije que no, porque eso no va a terminar bien. No es la primera experiencia en el mundo. Esto ya pasó con Bolsonaro en Brasil o Trump en Estados Unidos. Si estás de acuerdo, andá, pero yo no. Una cosa era pelearme con mis amigos progres por integrar el gobierno de Macri. Otra diferente es pelearme con amigos democráticos porque integro un gobierno de cuya voluntad democrática tengo, al menos, dudas. Volver de ahí es más difícil. Una vez que hiciste la mayonesa con el nacionalismo católico procesista de Villarruel, con el liberalismo viejo de Benegas Lynch, con Rothbard, con el fascimo de Laje y con ‘Toto’ Caputo, después no puedo decir que hice la mayonesa y ahora puedo sacar los huevos. Ya todo es la misma cosa. Ahí sí creo que puedo hablar de que algo me dolió.

—¿Qué cosa le dolió?

—Las piruetas de los liberales que conocí obamistas, que se llamaban a sí mismo liberales de izquierda, y que estén abrazándose a la causa de Milei. Una cosa era ser crítico del progresismo y sus promesas incumplidas, y otra muy diferente es volverte facho. Una cosa eran los desvíos que podía tener hacia cierto hegemonismo el discurso progresista que yo criticaba y otra muy distinta es convertirte en facho. Una cosa es criticar los extremos de la cancelación y otra cosa es abrazar a Laje.

—¿Qué fue lo que te atrajo para sumarte al PRO?

—La política siempre me atrajo. Pero hubo una persona clave que llevó a involucrarme en términos partidarios, que es Marcos Peña. Un día, a finales de 2011, a raíz de que publiqué un libro de Duran Barba, él me hizo saber que me quería conocer. Fui a conversar, y Marcos, lo pensaba entonces y lo pienso hoy, tenía una visión estratégica muy diferente e innovadora, distinta, que me interpelaba o me atraía. Era la apertura de un liberalismo que en Argentina estaba siempre ligado a derecha y a las peores cosas que pasaron en el país, que tomaba valores que no eran conservadores tanto en materia cultural como ambiental, educativa, sexual, y que estaba centrado en gestión, es decir, hacer más eficiente la gestión del Estado. 

—¿Durante el gobierno de Macri había una puja entre esta mirada y otra más extrema?

—A mí me tocó a hacer la secundaria en el Carlos Pellegrini durante la dictadura. Ahí, entre otras cosas, refundamos el centro de estudiantes. Entonces, las arbitrariedades del autoritarismo me marcaron. Esos discursos de derecha que hablaban de zurdos de mierda. Y en los orígenes del PRO, había una mirada marcopeñista, moderna, y otro sector que se sentía que estaba librando la batalla cultural. Ese grupo me cuestionaba por no cagar artistas kirchneristas o de izquierda. La idea de que las posiciones ideológicas de los artistas son, particularmente, significativas, tanto para estar a favor o en contra, me parece una boludés. Me parecía una boludés antes y me lo parece hoy. Pero también es real que el concepto de la batalla cultural estaba en el kirchnerismo, no lo inventó Agustín Laje. Lo que digo es que no es la Casa Rosada la que debe pensar por la sociedad o decirle qué pensar. 

—¿A la sociedad le importa la discusión de los simbólico?

—No creo que a la mayoría le preocupe mucho, pero para este gobierno es estructural lo simbólico. Por eso me opongo a los que quieren desdoblar al mileísmo. Algunos ex compañeros del PRO creen que hay un mileísmo bueno que es el económico porque comparten sus ideas o sus objetivos, y hay uno malo que tiene que ver con los modales o las formas. Para mi es una sola cosa. Yo lo llamo pinochetismo democrático. Buena parte de la derecha en la época de Pinochet decía que, al menos, él estaba haciendo las reformas que había que hacer a pesar de ser un dictador sanguinario. Creo que no hay peros cuando se cruza ese límite. Por eso, si algo me preocupa más, es el discurso de Victoria Villarruel. No son discursos nuevos. Lo que sí impacta y me llaman la atención es que los discursos violentos o dictatoriales de Argentina fueron excepcionales, acá son cotidianos, de muchas veces por día y constantes. 

—Más allá de esta lectura, ¿por qué Larreta sumó a José Luis Espert a su lista, alguien que habla de cárcel o bala? 

—La campaña electoral de Horacio no fue buena, y lo de Espert fue un error. Horacio se guió por un manual que está obsoleto. Es un manual que dice que, si sumas figuras de la política y le atribuís una representación eso suma, pero resulta que eso resta. Es un modelo político vigente en algunos sectores de la política que Milei hizo saltar por los aires. No sabemos cuál es el nuevo manual, pero eso no sirve más. Hoy hablamos con Horacio de esto, que es un proceso de adaptación que implica entender esta época sin traicionar las convicciones, entendiendo que el lenguaje y la estética tiene que cambiar. En eso, el PRO fue pionero.

—¿Cuándo?

—En su momento, la política argentina de los años 2000 tenía ese costado de política dramática militante que le había inyectado el kirchnerismo, como un remix de los setenta. Ahí llegamos nosotros con los globitos, la canción de Gilda y ‘que noche mágica ciudad de Buenos Aires’. Al principio nos miraban como los boludos que no entendían nada. Lo que sucedió es que la política retomaba esa tradición festiva, que no era frívolo como el menemismo, porque después todos agarraron los globitos y hasta Cristina terminó bailando. El PRO rompió con la lógica narrativa de la política que se había vuelto áspera. Ahora con Milei los globitos no alcanzan.

—¿Cómo imagina la alternativa que se puede gestar para enfrentar a Milei?

—Creo que la respuesta viene de una cultura más amplia, democrática, plural y progre que hoy está a la baja. Esa cultura que hoy es marginal, renovada y no autoritaria como se había vuelto, va a volver. Va a volver distinta. Este modelo autoritario va a llevar a reacciones que tienen que ver con el reencuentro de cosas que van a resolver nuestro pasado. Tendrá que ver con una cultura de izquierda como la que surgió ante estos fenómenos en la década del ‘30, ‘60 o ‘90. Además, si algo aprendimos, es que los procesos históricos empiezan y terminan. Esto que hoy es nuevo va a ser viejo y aquello que hoy está olvidado va a renacer. No sabemos bajo qué forma. Esto va a requerir un proceso de mucha reflexión sobre la democracia. No podemos ser defensores de un orden que no ha resuelto los problemas de la gente. 

—¿Eso nuevo es MAD?

—Es un espacio para pensar esas cosas y donde hay diversidad. Una plataforma de encuentro para pensar eso. El desarrollo tiene la ventaja de que es una palabra que está en la letra de muchas canciones partidarias. Es un punto de apoyo y encuentro, con temas como, por ejemplo,

—¿Larreta puede sintetizar esa opción?

—Es parte de un proceso. Ojalá, porque tiene una ventaja no habitual en Argentina que es una valoración sobre su concepción de administración del Estado. Todo se transforma y él tendrá que hacerlo. Lo está haciendo. Yo celebro que, por más de que siga afiliado al PRO, no integre la conducción del partido, alejado de lo que pasó estos meses. Al haber roto con Mauricio y Patricia, la figura de Horacio tiene la ventaja de ser más aceptable y próxima para aquellos que están contra Milei. Tomar distancia de lo que hoy representan el PRO y Milei es parte de ese camino, pero no es suficiente. Sí lo veo más interesado en ser parte que en pensar en un proyecto personal, algo que había sido un problema también. Pero bueno, algo se está armando. 

¿Cómo la ves?

Lilia Lemoine. Un personaje de esta época.

Axel Kicillof. De lo más interesante que produjo el kirchnerismo. 

Facundo Manes. Un tipo, con quien he conversado, he estado de acuerdo muchas veces y que tiene mucho para aportar.  

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