
IA, campañas y poder: los nuevos dilemas de la comunicación política en la Argentina
La inteligencia artificial ya no es solo una herramienta: es un actor que reconfigura la competencia electoral y desafía la autonomía cognitiva de los votantes.


Efectos de la campaña “permanente” y cómo los medios tradicionales perdieron el monopolio de la información.
ANALISIS 22 de noviembre de 2024 Julio Gómez
El sociólogo mexicano Rubén Aguilar Valenzuela habló años atrás en una conferencia sobre comunicación en Latinoamérica y puso sobre el tapete una realidad cada vez más palpable: cuando hay elecciones los resultados ya no dependen tanto de las campañas, por mucho dinero y esfuerzo que se ponga en esos 30 días. Sino que se comunica las 24 horas, los 365 días del año.
El ex asesor del presidente Vicente Fox explicó que, si bien la propaganda partidaria llega a los ciudadanos, la “opinión” es arraigada de antemano debido a que previamente a través de los medios, las redes sociales y el contexto de estar-siempre-informado, se elige a los héroes y villanos, cuyas virtudes y defectos son repetidos todo el tiempo, sin refutación crítica.
La campaña, entonces, como enseñan las cátedras de comunicación política, es “permanente”: las 24 horas, 365 días al año; estando en el oficialismo o en la oposición; desde una banca legislativa o en el gobierno. O, bien, sin siquiera saber con certeza que tal o cual será candidato o quien permanecerá en sus funciones.
Siguiendo estas reglas, todo parece un reality show: los políticos ocupan un lugar en el imaginario colectivo (posicionamiento), que les asignan las miles de horas de pantallas de televisión, las fotografías de las redes sociales y los describen los millones de líneas en las páginas de diarios y revistas.
Resulta que la relación entre los medios y el poder tiene orígenes de antaño. La multiplicación de ideas, al igual que proclamas revolucionarias y hasta planes de gobierno neoliberales, fueron siempre difundidos a través de los medios cumpliendo con el axioma de que una sociedad bien informada es la que consume medios de comunicación.
Aunque ahora ya sabemos que estar-bien-informado no necesariamente implique la lectura diaria de Clarín. Causa hasta pereza hacer zapping en los canales argentinos y leer las columnas de especialistas, sabiendo prácticamente de memoria la agenda que repetirán las 24 horas: corrupción, Venezuela, dólar, Cristina.
¿Control? de la opinión
En esta actualidad donde parece no poder entenderse a la política sin comunicación, no son pocos los que denuncian que la prensa ha dejado de ser solo el cuarto poder para pasar a constituirse como una entelequia que abraza –y condiciona– a los otros tres.
El ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso –que además es sociólogo y escritor– arriesgó para esto una teoría: es de esta manera como se ejerce en las sociedades modernas de masa el control ideológico de la opinión, ya sea por parte de los gobiernos o de los grupos dominantes de la sociedad, económicos o políticos.
La prensa, dicen algunos, en países con una marcada grieta como en Argentina, ha venido tomando tanto el lugar de la justicia como del oficialismo y hasta el de la oposición. O, en menor caso, le asigna a cada uno de estos los roles que deben cumplir a rajatabla o verán valerse también ellos un escarmiento público.
Ya no están solos
Lo cierto es que la diversidad del universo por medio del cual circulan y se hacen propios los discursos y los consumos culturales, es ahora de una amplitud inconmensurable: las TICs (tecnologías de la información y la comunicación) cambiaron las formas de relacionamiento entre las personas y de los ciudadanos con la política, los políticos y los gobiernos.
“Los medios tradicionales perdieron el monopolio de la información. Esa centralidad que tenía el periodismo, que informaba al ciudadano, hoy es un caos”, nos explica la socióloga argentina Adriana Amado, en coincidencia con el status que se le otorga hoy a los nuevos medios masivos.
Tanto Facebook, como Instagram, al igual que Twitter y otras redes sociales llegaron hace tan solo unos pocos años para acelerar el rompimiento de este paradigma.
Sobre todo, en la última década, asistimos a un boom de los ciudadanos con acceso a las tecnologías y a la información gracias a los celulares y redes sociales, estableciéndose un acercamiento del público a la escena de los medios (conocido como periodismo ciudadano).
Según José Fernández Ardaiz, consultor en comunicación política 2.0, esto es posible porque las personas –y más aún los millenials y centennials– no tienen dos vidas: “una física y una virtual”. Sino que “tienen una sola vida atravesada por internet, las redes sociales y el territorio físico (la calle)”.
¿Y por qué las redes ganan terreno? Adriana Amado lo resume así: Ante la cada vez más abrupta caída de la credibilidad del periodismo -y la política, los políticos-, uno se refugia en sus pares, en sus conocidos, en la comunidad inmediata. Y eso lo facilitan internet y las redes sociales.

La inteligencia artificial ya no es solo una herramienta: es un actor que reconfigura la competencia electoral y desafía la autonomía cognitiva de los votantes.

La negociación por el presupuesto bonaerense se aceleró a más no poder. El gobernador busca tenerlo aprobado (por fin) antes de que cambie la composición de la Legislatura. Es una aspiración cuestionable: los dos proyectos anteriores fracasaron con esta misma integración, y el mandatario no está dispuesto a ceder tampoco esta vez.

El clima interno del peronismo bonaerense volvió a tensarse luego de una serie de movimientos que dejaron expuesta la estrategia —o el intento de estrategia— de Mayra Mendoza para instalarse como figura de una supuesta rebelión interna contra la conducción histórica del espacio. Pero el intento duró apenas un suspiro: la superestructura partidaria le frenó el impulso antes de que su postura pudiera transformarse en algo más que una foto de ocasión.

La llamada “guerra cultural” de la ultraderecha latinoamericana ya no es un fenómeno aislado. Lo que comenzó como un experimento digital en Brasil a mediados de la década pasada se ha convertido en una red transnacional que emplea bots, influencers, medios digitales y campañas coordinadas de desinformación para erosionar gobiernos progresistas e instalar agendas conservadoras.

Hace unos meses —que hoy parecen años— antes de que Elon Musk saliera eyectado de la administración Trump como si fuera uno de sus propios cohetes, nos preguntamos sobre la influencia de las redes sociales en el debate público y la calidad democrática.

Javier Milei no solo tiñó de violeta el mapa argentino: consiguió algo más raro aún, paciencia. En una elección marcada por el miedo y la emocionalidad, el país convirtió las legislativas en un plebiscito sobre su figura. El resultado, más que un aval, fue un salvataje: Milei recuperó aire y deberá traducir su milagro electoral en gobernabilidad. Indudable: salió de estar colgado del travesaño a meter un contraataque letal que terminó en gol a favor.