El pulso de la información: El nuevo juego de poder en la era digital
Efectos de la campaña “permanente” y cómo los medios tradicionales perdieron el monopolio de la información.
Facundo Ramos, Licenciado en Ciencias Políticas y consultor con más de 15 años de experiencia en comunicación política, analiza el poder y las consecuencias del discurso de odio en la política moderna. A medida que los mensajes polarizantes se amplifican en redes sociales, se fortalece un clima de intolerancia y división que amenaza la cohesión democrática. En este artículo, exploramos cómo la desinformación moldea la opinión pública, alimenta conflictos sociales y redefine las estrategias de campaña. ¿Estamos preparados para enfrentar el impacto del odio en nuestra democracia, o es ya un ciclo incontrolable?
ANALISIS 14 de noviembre de 2024 Facundo Ramos¿Sentimos odio?
El odio es un sentimiento profundo y persistente de aversión o desprecio hacia una persona, grupo o entidad; duradero y puede mantenerse durante largos períodos, incluso toda la vida, suele ser destructivo para quien lo siente como para el objeto de su odio, llevando a comportamientos hostiles y a la deshumanización, se centra en la esencia o identidad del otro teniendo el potencial de perpetuar conflictos y resentimientos.
El discurso de odio, como lo define Naciones Unidas, es una comunicación que utiliza lenguaje discriminatorio o peyorativo para atacar a individuos o grupos en función de características inherentes, como la etnia, religión o género. Este tipo de discurso ha precedido actos de violencia masiva, como genocidios y crímenes atroces. El Holocausto empezó con el discurso de odio contra una minoría. En el genocidio camboyano el discurso de odio transformó a intelectuales, opositores, residentes de ciudades, minorías étnicas y religiosas, en los “enemigos” del pueblo. En 1994 los tutsis de Ruanda venían de décadas de incitación al odio que exacerbaron las tensiones étnicas, como tantos otros ejemplos.
Ahora el odio encuentra un nuevo canal de difusión a través de redes sociales y los medios digitales, donde su alcance y efectos se amplifican rápidamente impulsado por algoritmos que priorizan contenidos extremos, lo que no solo amenaza la paz social, sino que debilita los valores democráticos y la cohesión, creando un terreno fértil para la intolerancia, la radicalización y el extremismo lejos del diálogo en busca de consensos.
Pero ¿qué tanto de esta dinámica es intencionada? ¿Son los actores políticos quienes crean y propagan el odio, o simplemente aprovechan un malestar preexistente?
Según los resultados del estudio realizado por el Centro de Investigaciones en Estadística Aplicada (CINEA) de la UNTREF sobre el impacto que tienen las redes sociales en la población argentina, más del 50% de las personas encuestadas experimentó episodios de agresión y/o acoso, donde las causas principales fueron del 15,2% vinculadas a su género, 11,7% su aspecto físico y un 10,7% con ideas políticas.
En este artículo, exploraremos cómo el discurso de odio se ha convertido en un recurso estratégico en la política moderna, su papel en la polarización y su impacto en la cohesión democrática. Además, veremos cómo las redes sociales y la inteligencia artificial han intensificado y sofisticado este fenómeno, creando un entorno de burbujas informativas donde el odio encuentra terreno fértil.
Génesis del odio político
El odio discursivo no es nuevo, han evolucionado su estructura y propósitos con una retórica que toma formas nuevas, más peligrosas, apoyándose en las redes sociales y en un ecosistema mediático que refuerza burbujas informativas que nos separan y profundizan los prejuicios. Desde la antigüedad, los líderes han utilizado el odio para consolidar apoyo, como en Roma o en los Estados totalitarios del siglo XX, solo que con internet el odio se descentraliza y se disfraza de “opinión pública”, es así que la amplificación de mensajes extremistas se convierte en normalidad, donde el discurso de odio se viraliza, fragmentando la percepción de la realidad.
El reciente incidente entre el rapero argentino Dillom y el usuario de X (ex Twitter) conocido como “La Pistarini” ejemplifica cómo los discursos de odio en redes sociales pueden trasladarse al ámbito real. Este episodio se suma a otros casos donde la hostilidad en línea ha tenido repercusiones físicas. Por ejemplo, en septiembre de 2022, la vicepresidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner fue víctima de un intento de asesinato por parte de un individuo influenciado por discursos de odio propagados en redes sociales. Asimismo, el actual presidente electo de Estados Unidos Donald Trump ha enfrentado amenazas y agresiones durante sus campañas, muchas de ellas incitadas por retóricas hostiles en plataformas digitales. ¿Estamos conscientes del impacto que los discursos de odio en las redes pueden tener en la vida real?
Nosotros vs. Ellos
La polarización actual en política encuentra en el discurso de odio un aliado fundamental que logra dividir a la sociedad en bandos irreconciliables, exacerbando tensiones, dificultando el diálogo, perpetuando diferencias y hostilidades.
Calvo y Aruguete mencionan en Fake News, trolls y otros encantos que “los usuarios deciden compartir contenidos que refuercen su visión del mundo”, en este proceso, los actores políticos demonizan a sus oponentes, construyendo una narrativa de enemigos internos o externos. Las plataformas sociales limitan la exposición de los usuarios a contenidos afines, formando “cámaras de eco” que refuerzan las ideologías y de este modo el odio encuentra terreno fértil para reproducirse y fortalecerse, pudiendo los interesados manipular estos espacios para posicionarse como los únicos defensores de “la verdad”.
El odio se ha convertido en una estrategia política efectiva, especialmente para aquellos que buscan posicionarse como outsiders, rechazando al sistema establecido y transformando ese rechazo en una narrativa de odio hacia las élites políticas, los medios y, a menudo, minorías sociales. Figuras como Donald Trump, Jair Bolsonaro y Javier Milei aprovechan el odio hacia el sistema para captar a una audiencia desilusionada de la política estructurada como sistema de valores que no logró en el último tiempo posicionarse como la solución a las demandas sociales. Estos actores canalizan la frustración y la ira de sus bases, prometiendo cambios radicales y profundizando la división, lo que les permite mantener una imagen de “líder de la gente”, aunque en el poder, el discurso de odio tiende a aislar y reducir el apoyo. Giuliano da Empoli en Los ingenieros del caos describe cómo los nuevos líderes populistas han aprendido a explotar las redes sociales y la polarización a través de la manipulación de emociones y el fomento de una narrativa de “nosotros contra ellos”, legitimando así discursos que radicalizan y fragmentan a la sociedad.
Odiar es caro
Este discurso tiene efectos profundos en la sociedad, no solo la polariza, sino que fragmenta la cohesión social, desgasta la confianza en las instituciones y crea un clima de sospecha generalizada, un ambiente hostil. Las sociedades se parten en hemisferios antagónicos, debilitando lazos de unión preexistentes comunes y fomentando la desconfianza hacia los procesos democráticos, que pierden legitimidad cuando la opinión pública está dominada por el odio. La idea del “ellos contra nosotros” convierte a las instituciones en blanco de ataques, generando un bucle de desprestigio. Tal como señala David Alandete en Fake news: la nueva arma de destrucción masiva “los medios tradicionales han perdido el control de la distribución de información”, reflejando la pérdida de confianza en las fuentes tradicionales de información. Cuando la polarización y el odio dominan el ambiente político, los actores políticos pierden el interés en construir consensos y optan por acciones que radicalizan aún más a sus bases, y esta falta de consenso hace que el diálogo político sea cada vez más difícil impidiendo la creación de políticas integradoras y generando un ambiente de conflicto permanente.
Muchos partidos de extrema derecha han utilizado el odio como medio para legitimar sus ideologías presentándose como la “última defensa” contra un enemigo inminente.
Viralización del Odio
Como hemos dicho, las redes sociales amplifican el odio a una escala sin precedentes, facilitando la propagación de mensajes polarizantes y de noticias falsas, así permiten que el odio llegue a una audiencia masiva ya que un mensaje cargado de odio tiene más probabilidades de ser compartido y de volverse viral, lo cual contribuye a la creación de tendencias polarizadoras del debate público. No olvidemos que los algoritmos de plataformas como las de Meta y X refuerzan el contenido que genera interacción, no importa de qué modo lo haga, lo que intensifica los sesgos de confirmación, donde los usuarios solo ven contenido que refuerza sus creencias, creando percepciones distorsionadas de la realidad. Con el auge creciente de la inteligencia artificial (IA) que por un lado ofrece herramientas para detectar y combatir el odio, por el otro facilita la creación de contenido manipulador y falso, como los deepfakes que se han convertido en una herramienta para manipular percepciones públicas mostrando a figuras diciendo o haciendo cosas que no dijeron ni hicieron jamás, sumando confusión. Bots automáticos amplifican los discursos polarizados manipulando la percepción pública y engañando a los usuarios.
¿Te odiaré por siempre?
La prevalencia del discurso de odio no es solo un problema de momento, es además una amenaza a largo plazo para la estabilidad democrática, si no tomamos medidas para mitigar su impacto podría convertirse en el núcleo de nuestra dinámica política, ya que la continua exposición a este tipo de mensajes y polarización profundiza las divisiones y lleva a una sociedad cada vez más irreconciliable.
Seguro que un paso importantísimo es la alfabetización mediática digital y la educación en redes, logrando que los ciudadanos aprendan a identificar y cuestionar los discursos polarizados. Del mismo modo todos los actores políticos deben optar por una comunicación responsable y un compromiso con el diálogo democrático, ya que a medida que la polarización aumenta y las redes sociales continúan amplificando mensajes extremos, el futuro de nuestras sociedades democráticas está en juego.
La pregunta es inevitable: ¿Podremos construir una sociedad donde el diálogo y el respeto prevalezcan, o estamos destinados a vivir divididos por el odio que nosotros mismos fomentamos?
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