La soledad de Arthur: Joker, la figura que plasma las “petits litiges” actuales

La grieta existe en todo el mundo. Pero no es como todos pensamos. Es solo la división del campo liberal. Una disputa en esa cancha. Pero hay muchas arenas de juego. El Guasón II, es un ejemplo de cómo las pequeñas luchas actúan.

ANALISIS 11 de noviembre de 2024 Luciano Ronzoni Guzmán
SECUNDARIA

"Solo bajo el hechizo de la ilusión artística puede el hombre soportar la verdad más cruda de la vida: que el sufrimiento y la destrucción son inevitables” Friedrich Nietzsche, “El Origen del Tragedia”

El estreno de la segunda parte del Guasón (Joker: Folie à Deux – Guasón: Locura de a dos) estuvo lleno de controversias tanto artísticas como ideológicas. Ya desde el arranque de esta narrativa particular del “Payaso del crimen” en 2019, escrita y dirigida por Todd Phillips a partir de la libre interpretación de diferentes líneas argumentativas provenientes de los cómics de DC, se había mostrado como altamente polémica a la par que crecía su éxito de taquilla.

En esta entrega de octubre de 2024, las críticas iniciales fueron muy duras y la venta de entradas no experimentó el “hit” que había logrado anteriormente. Sin embargo, al correr de los días comenzó a tomar cabal dimensión de la obra artística, de la construcción conceptual del filme: no soy objetivo. Mi opinión personalísima es que se trata de una obra de arte que a medida que pase el tiempo se irá convirtiendo en una joya de culto. 

Pero, no estamos para hacer una crítica de cine si no para darles una historia que gira alrededor del fenómeno Joker y que llega al corazón de las disputas ideológicas actuales en el núcleo duro de la cultural global y en las dos principales vertientes en juego: la línea progresista y la línea derechista, ambas con el mismo origen neoliberal y en búsqueda de referencias identitarias de minorías, que en nada ponen en crisis al actual sistema económico y social. 

El Guasón se nos presentó en tiempos pre pandémicos, como la historia de Arthur Fleck, un hombre atormentado por una infancia de brutales abusos físicos, psicológicos y sexuales, con una particular condición psíquica combinado con un estado de depresión profunda. 

Todo ello se desarrolla como marco en medio de una Ciudad Gótica, cargada de caos, desempleo, violencia callejera, abandono de servicios públicos, detritus humanos, con un colectivo siempre al borde de la psicosis en medio una opresión económica asfixiante de grandes plutócratas contra trabajadores y desposeídos. 

En ese contexto brutal, Arthur, trabajando como payaso en una agencia de varieté, continúa sufriendo toda clase de burlas y descalificaciones en su afán de ser un actor de comedia. La trama nos va a atrapando, como un camino de irrupción hacia el brote psicótico y la violencia que luego se convierte en un estado de anarquía social que eleva al Joker, su alter ego, al nivel de mito y héroe social de los sometidos. El Joker se manifiesta como la chispa que enciende la pradera en la distópica -casi actual- sociedad donde transcurre la historia. 

Esa es la trama sintéticamente resumida, no es la intención adelantarles la historia.  Muevan el culo (o aplástenlo) y vayan al cine o mírenlas por plataformas gratuitas o pagas. Lo único que les digo es que no les resultará indiferente. 

La primera parte de la historia del Guasón de Phillips trajo una disputa enorme entre liberales de izquierda, liberales de derecha y hasta algunos conservadores revolucionarios y viejos comunistas que se sumaron al debate. 

Hubo una enorme crítica contra “Joker” desde los partidarios del lado “Woke” de la vida, vale decir aquellos que se han iluminado de que existe injusticia en el mundo pero que conviven en una sociedad ultra neoliberal y consumista, haciendo una lucha más declamatoria que real. Alertan sobre cómo impacta esta opresión sobre diferentes colectivos identitarios, pero no han podido construir una respuesta sistémica a la crisis actual, ya que su núcleo duro ideológico sigue siendo netamente individualista, basado en intereses sectoriales y no comunitarios. 

La diana fue que Arthur Fleck, es pobre, huérfano de padre, sometido a las instituciones psiquiátricas, enfermo mental, depresivo, perdedor, víctima del caos social, pero es blanco (lógicamente un white trash, una escoria blanca, pero blanco al fin y por tanto “privilegiado”) y por eso no encaja bien en el relato progresista. Y si no encaja bien en el relato, no es real o se repudia.

Su entronización como ícono de la revuelta social, lo hace incómodo. No es tanto, su padecimiento y su despertar de violencia lo que irritó desde un primer momento a este grupo, si no que se lo consideró un líder reaccionario, un reivindicador de la cultura de los célibes involuntarios (INCELS) -aquellos que no acceden a tener sexo porque no encajan en los cánones femeninos actuales- que son considerados por los progresistas como el principal combustible del “odio” que atraviesa a las sociedades occidentales desarrolladas y que dan lugar a fenómenos neoconservadores liberales o libertarios.

Para el progresismo “la revolución del Joker” es la pura reivindicación de un grupo de “privilegiados” que por portación de cara pálida debe ser despreciado, aunque el pobre Arthur solo fuese una víctima más del sistema. Su madre es mostrada como una psicótica que lo manipula y le miente, consideran que la película glorifica la violencia masculina y que todas las mujeres que aparecen son indiferentes, apáticas e interesadas, funcionales a un régimen que no las empodera. Para colmo fantasea eróticamente con una joven madre soltera afroamericana y hasta hace invasión de domicilio de la muchacha (aunque jamás la agrede, ni aún en pleno brote). Mal ejemplo de realismo humano. Feo. Guasón Feo. 

Efectivamente, de la mano de enfrente, es decir, desde el movimiento de conservadores liberales, libertarios o derecha “neocon”, la película fue recibida con grandísimo entusiasmo y ciertamente fue celebrada por el fenómeno de hombres INCEL, que es cierto, una nueva minoría identitaria (otra más en el mundo liberal capitalista) compuesto por hombres heterosexuales que se definen por ser incapaces de tener relaciones eróticas o conexión romántica  a pesar de desearlo y culpan de su frustración a factores externos a ellos, de modo de que se caracterizan por su aversión por las mujeres, es decir, niegan su propio objeto de deseo y se intoxican pensando que solamente pueden tener éxito con ellas los hombres apuestos y con dinero. 

Realmente este grupo está cargado de odio, pero es la propia característica natural del resto sexual freudiano que no puede ser canalizado por vía del encuentro genital, lo que genera la neurosis y la angustia. O al menos, la profundiza.

En todo este movimiento Anti-Woke, el Joker fue llevado a la glorificación, porque encontraron un paladín cultural y pop que los representa estéticamente con el cual todos pueden identificarse, dando a conocer según sus fantasías, la verdad de sus creencias y apalancar su lucha, de la misma forma que el progresismo le da leva a las propias. 

Las petits litiges (pequeñas disputas)

Por supuesto, Todd Phillips, el director y guionista de ambos filmes, no dejó de participar en la pelea. Se lo reconoce como un crítico de la cultura Woke, especialmente aquella que tiene que ver con la cancelación y la represión de las expresiones por crudas que sean y así lo demuestra en sus películas, llenas de incorrecciones políticas. 

El Joker no escapó a esa provocación. Sin embargo, su posición narrativa llega hasta ahí. Porque, más allá de que cada ícono populista como el Guasón puede ser llevado hacia el lado que se quiere, la intención del director nunca estuvo en hacer una reivindicación conservadora sino de hacer un filme con una narrativa violentamente realista, mostrando una sociedad donde el dinero sirve para someter vidas, hablando de la alienación actual y de cómo todos estos fenómenos colectivos van acicateando las condiciones mentales individuales que luego irrumpen con violencia para convertirse en un fenómeno de masas o de lucha social. 

En la segunda parte, tan repudiada por todos lados, se profundiza esta línea aún más con un Arthur Fleck encarcelado haciendo su aparición estelar “Lee”, Harley Quinn, la psiquiatra y joven rica, nena de papá Harleen Quinzel, enamorada del Guasón pero no de Arthur Fleck. Gracias a esta fama que logra al final de la primera película, Arthur logra tener un romance con el amor de su vida y conoce el sexo por primera vez. Unos segundos de patético placer al que jamás había podido acceder. No seguiré spoileando la línea argumental, pero, en definitiva, continúa siendo sometido por violencia psíquica, física y sexual. Terminando de la peor manera posible. (Disclaimer: ni siquiera sabemos si existe o es fantasía).

Esto hizo que se cayeran todas las banderas. El progresismo puso el grito en el cielo, porque no solamente que continuaba con lo peor que mostraba en la primera parte sobre “las mujeres de la vida de Arthur”, según ellos, sino que además profundiza en una línea donde se muestra a la fémina como un sujeto manipulador e incapaz de sentir amor (como si la psicopatía fuera solo un fenómeno de hombres). Harley Quinn, no es la joven loquilla, putita, divertida y empoderada de las versiones de Margot Robbie si no que es un ser despiadado solo comparable al nivel de Lori Grimes de The Walking Dead o de Skyler White de Breaking Bad. Una hija de puta magistralmente interpretada por Lady Gaga Germanotta, cuya actuación fue impecable.

Dentro del movimiento Anti Woke, la reacción fue mucho peor: se sintieron traicionados por “su Joker”. Habían encontrado a su ícono pop para que los represente en su reacción tremendamente liberal y burguesa y se encontraron con el drama de Arthur, exponencialmente evidenciado, con lo cual abandonaron las taquillas y la condenaron al olvido. 

Pero, el plan del director se cumplió magistralmente: anticipó esta situación desde la misma película. La historia siempre fue la trágica vida de Arthur Fleck, que paradójicamente podría haber sido el hijo bastardo de Thomas Wayne, el plutócrata más afamado de Ciudad Gótica y padre de Bruce Wayne, Batman, quien sería su hermanastro. 

La tragedia de la vida contemporánea es la soledad, el hastío, la imperiosa necesidad de rendimiento y la enfermedad del positivismo, es el tema que ronda la película. Phillips, hace una crítica social maravillosa, donde conjuga la destrucción de los vínculos comunitarios, la abolición de toda justicia social y como todos esos factores afectan la mente de un hombre que ha sufrido las peores aberraciones en su vida, empezando por la mentira. Llevado a la locura, termina cometiendo asesinatos, pero nunca busca ser un líder que reivindique los valores liberales, progres o de derecha. 

La crítica profunda, es el abandono de las personas y así es como termina su personaje. Y también como un escenario interactivo, ese juego teatral pasa a la vida real donde también se dan pequeñas luchas entre sectores burgueses que sólo reivindican intereses sectoriales y nunca pueden vislumbrar la imagen completa de lo que sucede colectivamente. Phillips fue genial. Puso a prueba a su público y lo logró: a la primera de cambios, Arthur Fleck, fue abandonado, vilipendiado y jodidamente vapuleado por los espectadores, haciendo real el lema de la película que es “todo es un escenario”. 

El mundo de Arthur Fleck es el mundo de hoy, una fase de decadencia absoluta reducida al más vil materialismo lo que para Oswald Spengler, en “La decadencia de Occidente” representa "la última fase de una civilización” donde “la política se reduce a economía, y la vida pública se ve dominada por los intereses económicos". 

El hombre se ve reducido a un engranaje de la técnica, que todos los días, busca mantenerlo activo y productivo, eficiente como magistralmente nos expresa Byung Chul Han en La Sociedad del Cansancio: "La sociedad del rendimiento” se convierte en una sociedad del cansancio. Cada uno se explota a sí mismo voluntariamente en su lucha por el éxito. Las personas son víctimas y verdugos al mismo tiempo” y además en El “Aroma del tiempo” explica que "en la sociedad del rendimiento, la quietud y la reflexión desaparecen. El ser humano se convierte en un animal laborans, atrapado en la lógica de la producción, del rendimiento y de la eficiencia." Es la lógica productiva anglosajona, donde se puede elegir ser todo, menos no ser un liberal. 

Arthur, es la metáfora de cómo la sociedad se convierte en espectadora de sí misma, esperando estímulos que no convocan porque la multiplicidad de ellos los termina agobiando y sometiendo en la eterna lucha entre iguales, entre ideas solo aparentemente discordantes, pero  al primer llamado de humanidad, la estética de la ideas, rompe con el barro de los hechos. Y para crecer colectivamente se requiere actuar. Joker no existiría sin un Fleck sometido a las presiones sistémicas reproducidas en su mente aniñada y enferma. 

Pero, ¿nos damos cuenta de que en la metáfora de abandonar a Arthur también nos abandonamos a nosotros mismos como sujeto colectivo?

El drama de las pequeñas batallas es que el mundo requiere girar alrededor de ellas, en fenómenos absolutamente alejados de problemáticas tangibles materiales y simbólicas. El triunfo de Trump, por ejemplo, es celebrado por sectores políticos ideológicos como propios o enemigos, apropiándose de una disputa que no les corresponde y olvidando que no todo sirve para ello. 

Todo eso, al punto de que hasta para quienes habían aplaudido y puteado a rabiar un filme, un concepto, de un director, hoy estén enojados, porque el final es puramente trágico y para nada liberador de la vida: idiotas todos, que suponemos eso. Solamente el poder de la comunidad puede obrar cambios, porque los hechos sociales, no son individuales. Tontos todos, de creer que nuestros destinos, en el exceso de positividad actual, debe dirigirnos como mandato divino a una existencia sin tragedias. Phillips hace algo maravilloso, se la juega por su concepto y recupera una tercera mirada: la humana y compasiva. Una tercera y sana posición que por suerte enojó a todos. ¿Será el tiempo que viene?

Ahí está Arthur que nos aguijonea al oído “memento mori”. 

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Facundo Ramos (Argentina), Licenciado en Ciencias Políticas y consultor con más de 15 años de experiencia en comunicación de gobierno y campañas electorales, analiza por qué la política de proximidad sigue siendo esencial en la era digital. Escuchar a la ciudadanía, caminar el territorio y construir confianza cara a cara son prácticas insustituibles para conectar con los votantes y fortalecer la gestión pública. ¿Puede la política sobrevivir sin volver al contacto directo con las personas?

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