Eurasia como principal tablero de la geopolítica mundial

Eurasia sigue siendo el principal tablero de juego para dirimir la lucha por la supremacía mundial. Esto queda cada vez más en evidencia cuando se observan las luchas, frías o calientes, que se están llevando a cabo en su territorio.

GEOPOLÍTICA07 de noviembre de 2024Lic. Andrés BerazateguiLic. Andrés Berazategui
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Fue el geógrafo británico Halford Mackinder quien, en su hoy clásica conferencia de 1905 “El pivote geográfico de la historia”, argumentó que en Eurasia —o más precisamente en lo que llamaba la “Isla-Mundial”— estaba el principal escenario de competencia para aquellas potencias que pretendieran ejercer el dominio mundial. La World-Island, compuesta por Eurasia y el extremo norte de África, posee atributos únicos. Se trata de una inmensa continuidad territorial en la que se encuentra la mayor concentración poblacional y de recursos del planeta, y desde ella se puede acceder directamente a los principales océanos. En general, las civilizaciones que han dado forma a la historia se desarrollaron en su territorio y aún hoy la mayoría de las ciudades cultural y tecnológicamente más dinámicas del mundo se hallan en Eurasia. Mackinder afirmaba que el espacio fundamental de esa Isla-Mundial era el “Heartland”, el corazón terrestre, al que ubicaba en una zona que iba desde Europa oriental y hacia el sur hasta el Medio Oriente; en el este incluía casi toda Rusia, Asia Central, Mongolia y hasta cerca de la costa del Océano Pacífico en el norte de Asia Oriental. Pasados los años, el británico amplió sus argumentos explicando sus tesis, aunque reformuló un poco las fronteras del Heartland. Su teoría llegaría a ser fundamental en el pensamiento geopolítico condicionando buena parte de los posteriores debates teóricos, particularmente aquellos que relacionan el poder marítimo y el poder terrestre. En su libro Democratic ideals and reality, de 1919, resumió su doctrina de la siguiente manera: “Quien controle Europa del Este, dominará el Heartland; quien controle el Heartland, dominará la Isla-Mundial; quien controle la Isla-Mundial, dominará el mundo”.

Brzezinski y la supremacía norteamericana

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Más cerca en el tiempo, quien llevaría a cabo la más elaborada reactualización del pensamiento de Mackinder con relación a Eurasia fue el polaco-norteamericano Zbigniew Brzezinski. Este afirmaba que la supremacía norteamericana —total en la década del noventa, cuando defendía las ideas que aquí expondremos— dependía “directamente de por cuánto tiempo y cuán efectivamente puedan mantener (los Estados Unidos) su preponderancia en el continente euroasiático”, y planificó toda una geoestrategia para que los Estados Unidos pudieran llevar a cabo esa preponderancia. En líneas generales, su pensamiento se basó en la idea fundamental de Mackinder acerca de que la supremacía mundial se disputaba principalmente en Eurasia, con lo cual estaba de acuerdo no solo con el geógrafo inglés, sino también con otros autores clásicos de la geopolítica como Karl Hausofer y Nicholas Spykman. Sin embargo, introdujo cambios y también evitó entrar en polémicas que consideraba secundarias. Así, para Brzezinski no importaba tanto qué área de la geografía eurasiática era la más importante como punto de partida para el dominio del megacontinente, como enseñaba Mackinder quien la situaba en Europa del Este; o como para el mencionado Spykman, que ubicaba las zonas más importantes en la periferia de Eurasia, territorio al que llamaba Rimland. Para Brzezinski, la geopolítica se había desplazado “desde la dimensión regional a la global”, por lo tanto “la preponderancia sobre todo el continente eurasiático es la base central de la primacía global”. Tampoco consideraba fundamental saber si era más importante el poder terrestre o el poder marítimo. Ahora bien, los Estados Unidos no son un país eurasiático, motivo que llevó a Brzezinski a elaborar un pensamiento orientado a distinguir las principales áreas de Eurasia y de prescribir cómo los Estados Unidos debían abordarlas con objeto de seguir siendo el actor determinante en la política internacional. Así, distinguió cuatro zonas en Eurasia: la oeste, la sur y la este; y lo que llamaba “espacio medio”, compuesto básicamente por Rusia. En cada una de esas áreas se hallaban problemáticas que se debían abordar subordinadas a una estrategia integral que tuviera como objetivo fundamental, como ya dijimos, que los Estados Unidos se transformaran en la potencia preponderante de Eurasia, para lo cual, además, aquellos debían contrarrestar el posible ascenso de potencias que cuestionaran el poder norteamericano y eventualmente pudieran desafiarlo. Para Brzezinski, el peor escenario que podía darse era la concreción de una alianza antihegemónica formada por Rusia, China e Irán.

Ahora bien, ¿cuáles eran los principales desafíos en cada una de esas áreas y cómo debían los Estados Unidos abordarlos? Con relación a Europa (la zona oeste), los Estados Unidos debían promover la unidad del Viejo Continente apoyando la expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), así como de la Unión Europea (UE). En una Europa así, los Estados Unidos podrían proyectar poder en materia de seguridad a través de la OTAN (en la que son el actor fundamental); y por medio de la UE podrían expandir su modelo de orden internacional basado en el multilateralismo, el comercio libre y los “valores occidentales”. Por este motivo, Brzezinski definió a Europa como “la cabeza de puente democrática”. Para el geoestratega, la zona sur se presentaba compleja en términos de seguridad por la multitud de conflictos latentes, por eso la llamó “Balcanes eurasiáticos”. No es para menos: la zona aparece delimitada hacia el norte por Asia Central y la región del Cáucaso, al oeste por el Mediterráneo oriental; más al sur por el extremo noreste de África, la Península Arábiga, el golfo Pérsico y Pakistán. Teniendo en cuenta las dificultades inherentes a la zona sur, Brzezinski proponía un pluralismo geopolítico que llevara a que ningún poder político único controlara la región, y que permitiera a la “comunidad global” acceder a sus recursos económicos (principalmente el petróleo) y financieros. Brzezinski consideraba que Rusia podía tener un papel positivo en esta zona, por lo que había que buscarla como socia para la región, aunque, claro está, no como potencia dominante. Con relación al espacio medio —“agujero negro” llamaba al enorme vacío geopolítico que había dejado la desintegración de la Unión Soviética—, dado el tamaño de la sucesora de la URSS, la Federación de Rusia, había que tener una estrategia particular con respecto a esta por sus inmensos recursos energéticos, la posesión de un gigantesco arsenal nuclear y la capacidad de ese país de poder proyectar y multiplicar fuerza territorialmente hacia todas las regiones de Eurasia. Para Brzezinski, el único camino posible para Moscú era integrarse con Europa generando una alianza de cooperación transcontinental que hiciera entender a Rusia que su destino estaba en la colaboración con occidente y no en un rol de oposición. En definitiva, Brzezinski propuso una Rusia contenida por la OTAN —e incluso con posibilidades de cooperar con ella— y con una relación estrecha con la UE. Una Rusia que abandonara su “pasado imperial”, creciendo en la democracia liberal, la economía libre y fuera estrictamente “occidental”; que aceptara el pluralismo geopolítico en el “ex Imperio soviético”, alejando de sí la tentación de subyugar a los Estados que nacieron con la desintegración de la URSS. Por último, con relación a la zona este, es decir el Lejano Oriente y el Sudeste asiático, Brzezinski recomendaba una gestión a tres bandas: los Estados Unidos debían trabajar con su tradicional aliado, Japón, al tiempo que debían reconocer e integrar a una China emergente. Con un Japón “no regional, sino internacional”, y una China “no global, sino regional”, los Estados Unidos podrían tener su “ancla en el Lejano Oriente”. Reconocía como inevitable el ascenso de la República Popular China y su transformación en un actor significativo, pero creía que su crecimiento económico tendería a decrecer con el transcurrir del tiempo, por lo que suponía que era posible contenerla sin grandes problemas.

Como ya adelantamos, Brzezinski creía que el peor escenario que podía darse era la concreción de una alianza antihegemómica que desafiara el poder de los Estados Unidos limitando su poder y que incluso eventualmente los expulsara de Eurasia. Esa alianza antihegemónica podía formarse entre China, Rusia e Irán, ya que los tres países tienen objetivos estratégicos diferentes, pero comparten el rechazo a la intervención de los Estados Unidos en lo que consideran como sus áreas de interés. Por este motivo, los Estados Unidos debían generar alianzas y promover el pluralismo geopolítico en Eurasia, confrontando a su vez con los eventuales competidores haciéndoles ver que los costes de un desafío serían muy altos, pero evitando al mismo tiempo amenazar los intereses vitales de aquellos que aspiraran a algún tipo de hegemonía regional. En definitiva, la receta de Brzezinski para Eurasia se basaba en: 1) la búsqueda de equilibrios regionales y pluralismo geopolítico en zonas bien definidas; 2) la disuasión para los desafiantes, pero evitando que un garrote fácil amenazara los legítimos reclamos de aquellos que buscaran ser importantes actores regionales; y 3) evitar que estos formaran una alianza que lograra desafiar con éxito el poder estadounidense.


Mackinder y Brzezinski no estaban tan errados

Cuando examinamos el panorama actual, llegamos a la conclusión de que las ideas fundamentales de la geopolítica clásica en general, y las de Halford Mackinder y Zbigniew Brzezinski en particular, siguen vigentes en el actual desorden mundial. Lejos quedó la euforia de los años noventa por el triunfo de occidente en la Guerra Fría. También lejos quedó el optimismo del proyecto globalizador, con su expansión de la democracia liberal, la economía de mercado y el “mundo basado en reglas”. Hoy parecen hasta burdas las ideas cosmopolitas. Relegadas han quedado las teorías de la paz democrática y aquellas que postulaban un mundo que se integraba y cooperaba por intereses económicos. Ha vuelto el mundo “de siempre”, el de las políticas de poder, con todas las cuestiones que este mundo trae anejas: desconfianza en materia de seguridad, competencia por los recursos, proteccionismo económico, primacía del cálculo egoísta en las decisiones, “interés nacional” primero, etc. Otra constatación es que la estructura internacional ha devenido multipolar. En efecto, China, Estados Unidos, y algo más lejos Rusia, son hoy las grandes potencias que modelan el sistema internacional. Para desgracia de los Estados Unidos, China y Rusia se muestran cada vez más coincidentes en materia de energía y seguridad. Como si fuera poco, Irán también ha generado buenas relaciones con ambos Estados, en particular con Rusia, generando un acercamiento que se parece cada vez más a la alianza antihegemómica que temía Brzezinski. Pero veamos cómo están dados los escenarios en las zonas que este había analizado en los noventa.

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Con relación a la zona oeste, una Rusia revitalizada, y ya lejos de ser un “agujero negro”, reaccionó finalmente contra la expansión de la OTAN y la decisión de esta de integrar a Georgia y Ucrania en la alianza militar. Putin en varias oportunidades dejó en claro que la expansión de la OTAN comportaba una amenaza a la seguridad de Rusia, y que el avance de Europa en la dirección de integrar a Ucrania a la alianza suponía el cruce de una línea roja que no se toleraría. Así las cosas, cuando Ucrania insistió (y la OTAN implícitamente aceptó) en pedir el ingreso a la OTAN, Putin reaccionó y comenzó la guerra que aún se encuentra en desarrollo. Las raíces inmediatas del inicio de la guerra están en la amenaza existencial que percibe Rusia en una Ucrania integrada a la proyección militar de occidente en las puertas de su propio territorio. Las potencias son celosas de sus fronteras y no quieren que ninguna otra potencia (o alianza de potencias) se ubique cerca de ellas. ¿O qué hicieron los norteamericanos cuando la Unión Soviética instaló misiles de alcance medio en Cuba? Además, Putin desafía los propios valores occidentales y el tipo de orden internacional de posguerra fría creado, modelado y sostenido por los Estados Unidos. Un orden internacional basado en sociedades abiertas, multicultural, con mercados libres, fronteras laxas y fundamentado en la teología secular de los derechos humanos y las libertades individuales. El presidente ruso, a partir de una concepción conservadora y estatista que postula la primacía del interés nacional, no avala el orden vigente y exige revisarlo de una manera en la que se reconozcan las nuevas realidades en la distribución del poder mundial y Rusia se posicione de manera más favorable para sus intereses. China, por su parte, comparte esta idea.

En los “Balcanes eurasiáticos”, mientras escribimos estas líneas, ha escalado de manera dramática la conflictividad regional entre Israel, un aliado clave para los Estados Unidos en la región, y el denominado Eje de la Resistencia, es decir, la alianza entre Irán y diversos grupos y milicias que patrocina, como Hezbolá, Hamás, los hutíes de Yemén y otras organizaciones con actividad en Irak, Siria y los territorios palestinos. El detonante inmediato para la actual escalada fue el ataque llevado a cabo el 7 de octubre de 2023, cuando en una arriesgada acción el grupo Hamás logró penetrar las fronteras en el sur de Israel matando a cientos de civiles y militares dentro el Estado judío. Por supuesto que este enfrentamiento tiene raíces más profundas y añejas cuyo examen excede el marco de este artículo. Como sea, la respuesta no se hizo esperar e Israel comenzó una operación de defensa en la Franja de Gaza que básicamente ha sido de tierra arrasada.  Como consecuencia, Hezbolá contestó lanzando cohetes hacia el norte de Israel en defensa de los palestinos, también lanzaron lo suyo los hutíes desde Yemen, luego se metieron los iraníes… La situación en el Medio y Próximo Oriente está hoy muy lejos de aplacarse, por lo que más que nunca se ha vuelto una región de inestabilidad con impacto global debido a los Estados que tienen aliados e intereses en la región, o bien porque ahora, a diferencia del pasado, interviene activamente la República Popular China, que aspira a ser uno de los garantes de la seguridad internacional en Eurasia, reto que deberá afrontar si aspira a mantener el estatus de gran potencia. Es difícil predecir el desarrollo de los acontecimientos cuando las tres grandes potencias tienen intereses cruzados en la región. Además, hoy la zona cuenta con Estados que aspiran a ser potencias regionales y poseen buena cantidad de recursos para defender sus intereses, como Arabia Saudita, Irán, Israel y Turquía.

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¿Qué decir con relación al Lejano Oriente? Uno de los hechos más notorios de la política mundial contemporánea es el ascenso de China, que ya se ha transformado en el mayor competidor de los Estados Unidos a nivel global. La República Popular China tiene vastos recursos y además la voluntad de defender sus intereses lejos de sus fronteras, pero es consciente de que no podrá llevar a cabo su política exterior sin amenazar intereses norteamericanos. Sin embargo, su estrategia suele estar articulada en la capacidad de generar negocios e intereses compartidos. China construye infraestructura, presta dinero, se muestra diplomática y con poco interés en intervenir en los asuntos de los países a los que les brinda beneficios. Claro, no en todos lados es así, como con relación a Taiwán. Además, China ayuda a países muy débiles a los que a veces les resultan muy difíciles de cumplir las exigencias que pide. De todos modos, China sigue firme en la construcción de una red de infraestructura, negocios, asuntos militares y diplomacia que termina confrontando con los intereses norteamericanos. Por su parte, los Estados Unidos responden con contramedidas para neutralizar lo que perciben como amenazas a sus objetivos. China construye alianzas, caminos y puertos, entre otras cosas, con la Iniciativa del Cinturón y la Ruta de la Seda, con la que desembolsa grandes inversiones e integra vastos territorios; o con estructuras económicas como la Organización de Cooperación de Shangai, el grupo BRICS o el Banco Asiático de Inversión e Infraestructura. Los Estados Unidos responden con organizaciones ya existentes o creadas para la actual competencia. Con diversas funciones en los ámbitos militar y económico, los norteamericanos sostienen la OTAN, el NORAD, el QUAD, la iniciativa Cinco Ojos, el AUKUS, el Banco Mundial, el Marco Económico Indo-Pacífico para la Prosperidad, entre otros, y llevan a cabo acuerdos bilaterales con diversos aliados y socios.

De este breve recorrido que hemos hecho podemos sacar algunas conclusiones. La primera entre todas es que Eurasia, evidentemente, sigue siendo el tablero principal en la competencia que llevan a cabo las potencias para alcanzar sus objetivos. Por otro lado, podemos ver que las afirmaciones de Brzezinski con respecto a las zonas principales de conflicto en Eurasia fueron básicamente ciertas: los frentes de conflicto entre los Estados Unidos y sus desafiantes están en Europa oriental, en el Próximo y Cercano Oriente y en el Lejano Oriente. Otra conclusión es que la estructura internacional es multipolar, con unos Estados Unidos que ya no son la única superpotencia global como los fueron en la inmediata posguerra fría, sino que comparten la cúspide de la jerarquía internacional con una China en ascenso que en el futuro podría convertirse, tal vez, en el “competidor par” de los Estados Unidos; y algo más lejos, pero con una política exterior activa y que no duda en ir a la guerra, una Rusia revitalizada por la acción de Vladimir Putin. Estos dos últimos Estados, además, y junto con la República Islámica de Irán, han estado dando forma a un conjunto de medidas de ayuda mutua cada vez más aceitado, constituyendo algo cercano a lo que Brzezinski temía, una alianza antihegemónica que desafiara al poder estadounidense. No pocos incluyen en esta alianza a la débil, pero siempre impredecible y hermética, Corea del Norte.

En un futuro previsible los Estados seguirán siendo los actores más importantes del sistema internacional y las grandes potencias competirán con mayor atención, tiempo y recursos en Eurasia. Es difícil predecir cómo saldrá Rusia de la guerra con Ucrania, y si se recuperará material y políticamente de la contienda manteniendo su estatus de gran potencia. O si por el contrario quedará debilitada, bajará unos escalones en la estratificación del poder global y el mundo se dirija hacia una estructura bipolar donde los Estados Unidos y China sean los competidores pares. No obstante, es claro que se agregarán nuevos temas y espacios de competencia donde cada potencia buscará modelar el orden por venir del modo que mejor se vea favorecida: así ocurrirá en temas como la cuestión climática, el ciberespacio o las nuevas tecnologías como la inteligencia artificial, la biotecnología y la nanotecnología. Si agregamos los problemas tradicionales como el acceso y regulación de los espacios compartidos (océanos, polos, espacio ultraterrestre), el crecimiento de la exclusión, el impacto de la tecnología en el mundo del trabajo, el enfriamiento demográfico en los países más ricos y la dificultad de abordar amenazas transfronterizas, entre otras cuestiones, ya podemos ir entreviendo que se nos avecina un mundo turbulento. 

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