
El escenario internacional está ingresando en un ciclo de alto riesgo, pues las cuatro principales realidades asociadas a la estabilidad relativa del mundo se encuentran en una situación comprometida, descontrolada o de creciente tensión.
Las guerras de hoy no necesitan declaración formal para ser mundiales. En un escenario sin orden global claro, los conflictos regionales arrastran a las potencias y reconfiguran el equilibrio planetario. Lo que antes era periférico, ahora es centro. Y nadie queda afuera.
GEOPOLÍTICA18 de junio de 2025Por Alberto Hutschenreuter *
En este momento, en el mundo tienen lugar "tres guerras y media". La primera, la ruso-ucraniana, cursa ya su cuarto año y las posibilidades de una tregua se tornan cada vez más difíciles; en la segunda confrontan en modo directo Israel e Irán, rompiendo décadas de tensiones y roces en un contexto de carácter irreductible, pues Teherán pretende la desaparición física de Israel; la tercera sucede entre hindúes y pakistaníes al norte de la península indostánica; y la cuarta, que podríamos definirla como una "no guerra" o "confrontación latente", es, nada más y nada menos, entre Estados Unidos y China, los dos países más poderosos del mundo y sobre los que tiende a pivotear el orden internacional en las próximas décadas.
Se trata de confrontaciones y tensiones que no suceden en sitios antigeopolíticos del planeta, es decir, zonas de bajo relieve estratégico, sino en plazas selectivas del mismo, es decir, placas geopolíticas que concentran una pluralidad de activos, cuestiones e intereses que exigen la injerencia de actores extrazonales, situación que, a su vez, realimenta la lógica de conflicto.
Estamos frentes a guerras y tensiones regionales, pero por varias realidades que se dan en ellas son también, en su conjunto, confrontaciones "casi mundiales".
En primer lugar, suceden en un entorno internacional que carece de orden o configuración. Pero lo que resulta peor o más inquietante es que en todas esas guerras y tensiones están involucrados los "actores estratégicos de orden mundial”, es decir, potencias mayores con capacidades de pensar, construir y sostener un orden.
Nos referimos a Estados Unidos, Rusia, China e incluso aquellas, Reino Unido y Francia, que el desaparecido experto Zbigniew Brezezinski las calificaría como "potencias jubiladas", esto es, actores relevantes, pero que desde 1945, cuando el poder interestatal se marchó de Europa, no ostentan la condición de poderes mayores.
Por otro lado, en todos estos frentes participan actores con capacidades militares superiores, convencionales, pero sobre todo nucleares. Y en el caso de India y Pakistán, la confrontación es directa, a diferencia de la guerra en Ucrania, donde la pugna Rusia-Occidente es indirecta, pues tiene lugar en el nivel estratégico del conflicto, lo cual no deja de ser inquietante, más tratándose de Estados Unidos y Rusia cuyos arsenales, cuantitativa y cualitativamente, están muy por encima de los demás.
Esta cuestión es clave en relación con lo de "casi mundiales", pues se trata del segmento que más se relaciona con la seguridad internacional y mundial, es decir, con la propia supervivencia de la humanidad. Más aún cuando se habrían producido algunos "desajustes" o "fisuras" en el grado de "cultura estratégica" que debe predominar entre los países poseedores de tal armamento.
El carácter mundial que, siempre en su conjunto, tienen estas confrontaciones y tensiones también está dado por las externalidades que producen a escala regional, continental y global. Sólo considérese el impacto en las cadenas de suministros que puede tener una “fuga hacia adelante” la triple contención que aplica Estados Unidos a China, es decir, la presión militar, geoeconómica y tecnológica. Asimismo, el impacto que produjo la guerra israelo-iraní en el precio del crudo (sin considerar la crisis energética que podría tener lugar si se agravara la guerra) o la reactivación del terrorismo transnacional que podría provocar esa confrontación. Por último, las consecuencias energéticas que ha tenido para Europa la guerra en Ucrania, particularmente para Alemania en su vínculo "de territorio a territorio" con Rusia, y las consecuencias en materia de defensa y seguridad que ya tiene para la “potencia institucional” que es Europa.
También podemos apreciar el carácter mundial en la casi exclusión del modelo multilateral y de cooperación internacional, situación que lleva o podría llevar a determinados actores a relativizar dicho modelo y reforzar fuertemente la autoayuda, es decir, la acumulación de capacidades militares propias para, eventualmente, "arreglárselas solos" si surgieran determinadas amenazas, como lo muestra el informe 2025 sobre gasto militar en el mundo elaborado por el Instituto de Estudios Internacionales para la Paz de Estocolmo (SIPRI). En otros términos, el carácter mundial de estas confrontaciones implica disminución de la confianza entre los Estados y aumento de la anarquía internacional.
Por último, otra manifestación del carácter mundial son los efectos de las guerras en la propia guerra, es decir, en la cambiante naturaleza de este fenómeno. En las tres guerras se pueden apreciar muchos modos tradicionales: blindados, artillería, poder aéreo, logística, etc. Pero también se utilizan otros múltiples recursos o capacidades que no son estrictamente militares; medios, muchos de ellos, que pertenecen a la esfera de lo transmilitar, por caso, el uso de la red, la psicología, lo psicotrópico, el terrorismo, etc.
En este marco de cambio en la naturaleza de la guerra, resultan sumamente interesantes y oportunas estas palabras de los expertos militares chinos Qiao Liang y Wang Xiangsui escritas hace un cuarto de siglo en su texto “Guerra sin restricciones”:
“La guerra sigue siendo el terreno de la vida y la muerte, el camino de la supervivencia y la destrucción y, como todo camino dual, no tolera la más mínima ingenuidad. Si algún día se librara una guerra con armas incruentas en la que se pueda evitar el derramamiento de sangre, todavía seguiría siendo una guerra. Tal vez el proceso de crueldad pueda atemperarse o modificarse, pero no hay forma alguna de transformar la esencia de la guerra, que es una ciencia meramente coercitiva y, por lo tanto, ni siquiera es posible alterar su cruel desenlace”.
En suma, ciertamente no nos hallamos en una guerra mundial como las que tuvieron lugar en el siglo XX. Pero si consideramos los lugares, los actores, las externalidades, las incertidumbres de las intenciones, las capacidades militares y no militares, todo en un contexto de desorden internacional y muy bajo nivel de multilateralismo, las tres guerras y media que tienen lugar actualmente bien podríamos considerarlas, en su conjunto, como “casi mundiales”.
El escenario internacional está ingresando en un ciclo de alto riesgo, pues las cuatro principales realidades asociadas a la estabilidad relativa del mundo se encuentran en una situación comprometida, descontrolada o de creciente tensión.
Los hechos que tienen lugar en torno a Estados Unidos, Rusia y la guerra (reuniones entre Washington y Moscú, reacción de Kiev, confusión en Europa, etc.) no sólo produjeron un impacto en la política internacional, sino que, de súbito, crearon un despeje de la niebla suspendida hace ya tres años sobre la guerra y las intenciones de sus participantes, los directos y los indirectos.
Días pasados, desde este mismo medio, expusimos brevemente las razones geopolíticas que han llevado a que Donald Trump propusiera la integración territorial de Groenlandia en los Estados Unidos.
Las declaraciones de Donald Trump, con relación a la posible adquisición —e incluso uso de la fuerza— de Groenlandia para los Estados Unidos, llamaron la atención y pusieron en alerta a varios de sus aliados y socios europeos, desde luego principalmente a los daneses.
“Catástrofe humana”, dicen unos. “Viva la libertad, carajo”, exclaman otros. No se puede entender cómo todavía en nuestro país se forman “Boca-River”, mirando un partido de hockey.