ALBERTO FERNÁNDEZ: POR EL HONOR

Dicen que en la vida los grandes logros no nacen del ruido, sino del instante en que una persona se encuentra frente a un acontecimiento que lo supera. Es en ese umbral —entre la historia y el carácter— donde aparece el honor. No como un trofeo ni como un aplauso, sino como una forma de estar ante lo inevitable.

POLITICAR MAGAZINE17 de diciembre de 2025Martín Ramirez TacgorianMartín Ramirez Tacgorian
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En política, este concepto adquiere un matiz particular, porque el honor no se define únicamente por la eficacia administrativa, sino también por la capacidad de actuar con grandeza frente a un colectivo al que se representa y al que se debe. El honor político es, en esencia, el acto que trasciende las circunstancias y se inscribe en la memoria de una fuerza, de una generación y de una etapa histórica.

“El honor político es, en esencia, el acto que trasciende las circunstancias y se inscribe en la memoria de una fuerza, de una generación y de una etapa histórica”

Todo análisis, sin embargo, exige un encuadre. Es el encuadre el que condiciona el enfoque, la interpretación y la valoración de los hechos. Un mismo proceso puede dar lugar a conclusiones opuestas según el punto desde el cual se lo observe. Y en el caso de Alberto Fernández, la elección del encuadre no es un detalle menor: determina por completo el sentido de cualquier lectura sobre su gobierno y su figura.

Si adoptamos un encuadre orientado exclusivamente a la gestión gubernamental, emergen múltiples dificultades que marcaron su administración. El episodio del “Vacunatorio VIP”, las restricciones sanitarias que impidieron despedidas familiares durante la pandemia, la foto de Olivos que detonó una caída irreversible de credibilidad, y la persistente inflación fueron hechos que generaron desgaste, críticas y desconfianza. Son elementos legítimos de análisis y de evaluación política, propios de un período signado por la emergencia permanente, la incertidumbre global y tensiones internas profundas.

Pero también es cierto que la gestión tuvo aspectos positivos: un Estado presente que contuvo empleos mediante asistencia económica, un esquema de coordinación federal sin precedentes durante la emergencia sanitaria y un presidente que tomó el timón en medio de un escenario mundial desconocido. No se trata de minimizar los errores —sería irresponsable—, pero tampoco de atribuir a una única persona la responsabilidad absoluta del destino de 46 millones de argentinos.

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En esta lectura proponemos otro encuadre, sin negar lo anterior: una mirada política que permite examinar el rol de Alberto Fernández desde una perspectiva estratégica e institucional. Bajo este enfoque, su mayor aporte no se mide en la eficiencia puntual de cada decisión, sino en la capacidad de sostener dos pilares fundamentales para el sistema político argentino y para el propio peronismo: la preservación de la institucionalidad gubernamental y la garantía de unidad partidaria.

La preservación institucional

El primero de estos pilares —la preservación institucional— se manifestó en un contexto de tensiones inéditas. La pandemia, la polarización y las pujas internas podían haber derivado en crisis políticas de consecuencias imprevisibles. Fernández eligió evitar rupturas, moderar los conflictos y sostener la gobernabilidad incluso cuando su propio liderazgo quedaba en cuestión. Optó, en términos personales, por resignar capital político antes que poner en riesgo la estabilidad democrática.

“Fernández eligió evitar rupturas, moderar los conflictos y sostener la gobernabilidad incluso cuando su propio liderazgo quedaba en cuestión”

Este compromiso quedó especialmente en evidencia tras la derrota legislativa durante su gobierno, cuando un grupo de ministros vinculados a Cristina Fernández de Kirchner presentó su renuncia de forma coordinada para condicionarlo. Aceptar esas dimisiones hubiera desatado una crisis institucional de enorme magnitud, reactivando fantasmas del 2001 y sumergiendo a la sociedad en un clima de incertidumbre. Decidió rechazarlas, estableciendo un límite político y priorizando la estabilidad del país por sobre la presión interna. Fue un gesto de templanza frente a maniobras que, lejos de servir al conjunto, expresaban la necesidad de reafirmar poder sin medir el costo social. Nada muy distinto a lo que hoy sigue ocurriendo en un peronismo donde la oposición interna aún no logra consensuar un proyecto común.

A esto se sumó la permanente puja dentro de la coalición —entre Cristina Fernández de Kirchner, Sergio Massa y el propio presidente— que tiñó de gris el funcionamiento interno y proyectó hacia afuera la sensación de que la disputa por el poder se imponía sobre las prioridades del país. En ese marco, la decisión de Alberto Fernández de evitar rupturas y administrar los desacuerdos puertas adentro fue indispensable para sostener la gobernabilidad. 

“La decisión de Alberto Fernández de evitar rupturas y administrar los desacuerdos puertas adentro fue indispensable para sostener la gobernabilidad”

La unidad del peronismo

El segundo pilar —la unidad del peronismo— constituye quizás su aporte más silencioso, pero también el más trascendente. En un momento en que el Frente de Todos convivían con diferencias ideológicas, estratégicas y de liderazgo, Fernández evitó que esas tensiones derivaran en una fractura irreparable. Absorbió costos, administró la conflictividad y mantuvo en pie a una fuerza que, sin unidad, hubiera enfrentado un escenario electoral dramático.

Para comprender esa capacidad es necesario retroceder algunos años. Alberto Fernández fue una de las figuras clave del gobierno de Néstor Kirchner. Desde la Jefatura de Gabinete contribuyó a estabilizar el país después del 2001, recomponer el tejido social y devolver oportunidades a millones de argentinos. Su rol como articulador entre gobernadores, legisladores y dirigentes lo convirtió en un engranaje fundamental del proyecto kirchnerista. Pero su posterior enfrentamiento con Cristina Fernández de Kirchner generó un conflicto profundo, público y prolongado, que erosionó su vínculo con el espacio y alimentó un desgaste que contribuyó al clima político que permitió la derrota del 2015 y la llegada de Mauricio Macri al poder.

El negociador silencioso

Sin embargo, allí mismo comenzó su reconstrucción. Alejado de los cargos, recuperó un rol que pocos pueden ejercer: el del negociador silencioso. El hombre capaz de sentar a hablar a quienes no se hablaban. El que escucha más de lo que habla. El que no reclama protagonismo, pero construye desde el segundo plano. En medio de un peronismo fragmentado, sin conducción clara y con una sociedad desencantada, Fernández tejió puentes. Recorrió cafés, oficinas, comedores y despachos, acumulando conversaciones interminables que fueron recomponiendo confianzas y suturando heridas. La unidad no se fabrica con fotos, sino con horas de diálogo genuino. Y ese fue, durante años, su trabajo político.

“La unidad no se fabrica con fotos, sino con horas de diálogo genuino”

Esa disposición a ceder para incluir, a construir para que otro se saque la foto, es la esencia de la unidad que se consolidó en 2019. La anécdota con Wado de Pedro —cuando Fernández dijo que, si podía pedir un lugar en un eventual gobierno, elegiría ser embajador en Madrid— revela esta humildad estratégica. Nadie imaginaba entonces que el arquitecto silencioso de la unidad terminaría siendo el candidato a presidente. Pero nadie estaba más preparado que él: había logrado que el peronismo volviera a ser representación auténtica de su militancia, de sus dirigentes y de millones de argentinos.

“Había logrado que el peronismo volviera a ser representación auténtica de su militancia, de sus dirigentes y de millones de argentinos”

Por el Honor

Alberto Fernández aparece como un dirigente que eligió actuar por el honor: no el honor de la victoria inmediata ni de la popularidad coyuntural, sino el honor que se construye preservando estructuras, evitando quiebres y sosteniendo la continuidad de un proyecto político que lo trasciende. En tiempos en que la política parece medirse solo por la inmediatez, propongo mirar el fondo: la dimensión estratégica, la calma en la tormenta, la renuncia silenciosa que permite que otros continúen. 

Porque quizás —solo quizás— la grandeza que hoy necesita el peronismo no sea otra cosa que lo que ya hizo Alberto Fernández: el honor de construir donde otros destruyen, el honor de unir donde otros dividen, el honor de sostener cuando el viento sopla en contra.

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