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En 1919 Carlo Ponzi puso en marcha una empresa que prometía a inversores una rentabilidad del 50% en 45 días o del 100% en 90 días. Un año más tarde, salió a la luz que esto se trataba de un fraude total. Más de 100 años después, Ponzi sigue siendo tan famoso como en ese entonces. Parece que a pesar del tiempo algunas tecnologías aún no han quedado obsoletas. Las estafas piramidales y los esquemas Ponzi siguen obteniendo víctimas como si se tratara de innovaciones. ¿De qué se tratan?
ECONOMÍA18 de octubre de 2024 Mg. Rosario Porthé y Mg. Isabel Turri
Una estafa piramidal empieza con un creador que capta a un número pequeño de víctimas a la que les ofrece ingresos fáciles y rápidos por vender sus productos. Pero finalmente resulta que la base de la generación de ingresos en este tipo de esquemas no es la venta del producto en cuestión, sino la captación de nuevos “vendedores” por parte de los vendedores más antiguos.
Por su parte, un “esquema Ponzi” es una variante de la estafa piramidal en la cual una persona ofrece a potenciales clientes, inversiones con rendimientos exageradamente altos en periodos de tiempo muy breves. La diferencia es que los clientes no tienen la responsabilidad de buscar nuevos inversores, sino que el promotor es quien debe sumarlos.
Las promesas de rendimientos rápidos generan confianza en los ahorradores, quienes cometen un primer error: no cuestionar la procedencia de esas ganancias. A su vez, para generar aún más confianza, generalmente el estafador devuelve a sus víctimas el capital de su primera inversión más los intereses prometidos, para hacerles creer que estas promesas son reales. ¿El origen de esos “intereses”? Capital captado de nuevos inversores. De esta manera, el estafador muestra credibilidad y va incrementando no solo la cantidad de víctimas sino el volumen de sus inversiones. Así, se va generando una bola de nieve de dinero aportado por nuevas víctimas (o víctimas ya cautivas que por supuesto desconocen encontrarse en una estafa), que permite al estafador pagar los intereses prometidos a todo aquel que quiera retirar sus inversiones.
Lo cierto es que ningún asesor profesional, debidamente auditado y registrado en la Comisión Nacional de Valores (CNV), puede ofrecer promesas similares; es por esto que muchas veces son percibidos como aburridos y poco comprensibles. Sin embargo, la realidad se torna evidente cuando comienzan a surgir dudas entre las víctimas y las solicitudes de retiro superan los ingresos que el estafador puede generar a través de la atracción de nuevas inversiones.
La primera pregunta que nos surge es, ¿Cómo puede ser que estas estafas, tan repetidas y evidentes a los ojos de algunas personas, puedan seguir teniendo éxito? ¿En qué fallamos, como sociedad, para que esto siga pasando?
Se nos ocurren varios motivos. El primero: la escasa educación financiera, que convierte a los pequeños y no tan pequeños ahorristas en blancos fáciles que en muchos casos desconocen lo que puede ser un rendimiento lógico. Además, en muchos casos tampoco saben que existe un mercado regulado donde uno puede seguir sus inversiones día a día y que hay otros negocios… que están fuera de cualquier órbita de control. El juicio a Cositorto por el caso Generación Zoé que se está llevando a cabo en estos días lo ilustra a la perfección.
Sin embargo, también existen casos en los que incluso cayeron inversores experimentados, como fue el conocido caso de Bernie Madoff. Esto ya es otro tema donde tal vez ya entre en juego la ambición desmedida.
Otro motivo, en el caso de Argentina, podría ser la prevalencia de la economía informal. Estos estafadores operan en un ámbito poco visible para los reguladores y la AFIP, aprovechándose así de grandes cantidades de ahorristas cuyo dinero no está registrado en el sistema, cuestión que se hizo evidente en los últimos blanqueos.
Y acá la pregunta que podrían hacerse las víctimas atrapadas por falta de educación financiera: ¿cómo sé cuándo una promesa de rendimientos es muy elevada?
Para tener una noción básica, un bono del tesoro de Estados Unidos, que tomamos como un bono “libre de riesgo” paga una tasa anual en torno al 4% en dólares. Si queremos extrapolar a cuál debería ser el rendimiento de una inversión similar en un país con un riesgo elevado, como podría ser el caso de Argentina, lo que deberíamos hacer es, a ese 4%, sumarle el famoso “riesgo país”, del país en cuestión. Siguiendo con el caso de Argentina, este ejercicio nos arrojaría un rendimiento esperado, aproximado, de un 15% anual en dólares. Es decir que un inversor que decide colocar su dinero en un bono de un país con un riesgo elevado como es el caso de Argentina, debería esperar un rendimiento anual aproximado del 15% en dólares.
En otras palabras: un rendimiento anual del 15% en dólares es muy alto y, para obtenerlo, se debe asumir un riesgo. ¿Qué implica este riesgo? Probabilidad de default, alta volatilidad en el precio del bono, entre otras cuestiones. Es por eso que este tipo de inversiones suelen ser recomendadas para inversores experimentados y con un perfil de riesgo elevado.
Dicho todo esto, como profesionales de las finanzas, creemos tener el compromiso social de aclarar una y otra vez, que el dinero fácil no existe en este rubro. Es fundamental tener presente que altos rendimientos implican alto riesgo y se obtienen a largo plazo. Y que siempre es importante entender en qué se está invirtiendo.
A modo de reflexión, los invitamos a pensar en el mercado bursátil y otras inversiones como un juego de suma cero: una interacción entre partes en la cual la suma de las ganancias y pérdidas de los participantes es igual a cero.

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Por segunda vez en menos de una década, Argentina es el país más endeudado del mundo con el FMI. Y por segunda vez, lo hizo sin cumplir las reglas que el propio organismo se impuso para evitar estos desastres, ni las reglas que se impuso el propio país. Los problemas los vamos a pagar por varias generaciones.

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