Porque te quiero, te aporreo

Sectores de la oposición que no quieren ser oposición a Javier Milei, transitan la contradicción que el propio Presidente les propone. Pide que lo acepten como es, con sus reglas, modos y, ante todo, su violencia. ¿Cómo se confía en quien te agrede? Los caminos bifurcados del PRO y la UCR en la provincia de Buenos Aires.

ANALISIS 31 de mayo de 2025 Andrés Miquel
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@martinbravoarte

El título trae sobre la mesa una frase que, a esta altura de la historia, es condenable. Por suerte lo es. La postura no trae consigo ningún dedo señalador y, menos que menos, estigmatizador de cualquier crianza. Hablamos de crianza dado que el “porque te quiero te aporreo” o “los que se pelean se quieren”, eran definiciones comunes de padecer durante la infancia. Venía de familiares, amigos e, incluso, docentes. Era, como se dice, algo común. Con el tiempo, llegó la reflexión. Con la reflexión, un cambio de perspectiva. 

Naturalizar la violencia es un acto cínico. De padres a hijos, entre parejas o en el marco de una amistad, la agresión no tiene sustento para ser moneda corriente. No cuenta con herramientas que la justifiquen como mecanismo de vinculación. La voluntad de interactuar y dialogar con otra persona no puede estar atada a un cachetazo o un insulto. Estos elementos constituyen, al menos, una métrica de distancia antes que de unión. 

Quienes estén por encima de los treinta años deben haber escuchado estas frases. Los deben haber envuelto en la retórica de las violencias. La prédica estaba anclada en la cuota de aceptación posible para la violencia, como si existiese una tabla que establece los niveles de tolerancia para la agresión. Es claro que cada persona tiene su propio umbral para definir qué considera como acto violento y qué no, pero muy distinto es la legitimación de la violencia en cualquier escenario de la vida. Menos que menos, en el plano social. Pero aún, en el marco de una relación afectiva. 

¿Por qué alguien debe golpear a otra persona como señal de afecto? Una de las explicaciones que afloraba en aquellos años es que los niños y niñas aún no tienen las facultades madurativas para administrar sus emociones. Eso los lleva, en muchas ocasiones, a manifestar lo que sienten a través de un golpe o la violencia verbal. La falta de madurez para expresar los sentimientos, combinada con la incipiente formación sobre los límites culturales, arrojan a los pequeños a los vientos huracanados del cachetazo, las mordidas, el tirón de pelo, el pellizco, el escupitajo o el insulto. 

El tiempo pasó. A pesar de que aún se evidencia el acoso, el bullyng o el grooming en las escuelas, así como todo el caudal de agresiones que un niño puede expresar en el jardín, las instituciones ponen un freno. Las familias, en su gran mayoría, también. Hoy en día se comprende que la categoría ante actos de estas características es, al menos, “está mal”. Años atrás, posiblemente también, pero la aceptación corría en paralelo como alimento para que no se acabe el método violento de las relaciones. 

Entonces, para resumir una introducción hacia el escenario político que compete esta columna, la violencia no es un acto de amor o de afecto. Si una persona quiere a otro, no la aporrea. Tampoco le pega. La madurez y formación ciudadana sienta las bases para una convivencia armónica basada en el respeto y la tolerancia. 

Para Javier Milei todo esto importa poco. Sin adentrarse en un análisis psicológico alrededor de su personalidad o, menos que menos, profundizar en los mitos respecto a su infancia, la relación con sus padres, la existencia de sus perros o el cariño con su hermana, es clara la impostación no metafórica de la violencia como trazo grueso de sus vinculaciones. 

Así, el Presidente establece un ida y vuelta con aquella oposición que no desea ser oposición. En términos actuales, pero algo desactualizados, profesa relaciones tóxicas. Son relaciones que carecen de amor, de sinceridad y, menos que menos, de sentimientos positivos. Todo lo contrario. El único universo al cual Milei predica un abrazo es a su electorado. Y ese electorado se nutre de la violencia que Milei pregona ante los que piensan un milímetro diferente a La Libertad Avanza. 

Al punto que arriba el análisis es cómo puede constituirse un marco de confianza si hay violencia de por medio. Bueno, con violencia como canal de diálogo no hay confianza posible. Y no hay confianza posible porque Milei no pretende que la política confíe en él, sólo necesita que su electorado cierre sus ojos y se aferre a los “ideales de la libertad”. A los ideales del propio Presidente, a los de su partido y, consecuentemente, a los lineamientos estratégico de Estados Unidos, Israel y el Fondo Monetario Internacional. Y no es una expresión peyorativa, es una simple descripción de los hechos basada en, por ejemplo, las últimas votaciones de Argentina en la ONU. Después, cada uno sacará sus propias conclusiones. 

Cuando pasan los años, la pubertad y la adolescencia comienza a moldear aquella administración de los sentimientos de niños y niñas. O, al menos, para la mayoría. Es una cuestión mnémica que los padecimientos durante la juventud dejan sus marcas en la adultez. Y se nota. 

La cuestión es cómo responden los violentados a las formas del violento. El PRO, en su amplia mayoría, decidió cobijarse en La Libertad Avanza. En algunos casos por identificación ideológica, en otras por conveniencia política. Tanto Cristian Ritondo, como Diego Santilli, tardaron menos de 24 en ir corriendo a la Casa Rosada para sellar un acuerdo de convivencia del que Mauricio Macri no está convencido. 

Difamado, tratado de tibio, con constantes agresiones al partido que fundó, donde a su primo Jorge lo dejaron plantado en el último Tedéum y con el antecedente de quedarse afuera de las decisiones estratégicas del gobierno, Macri resiste la abducción. No se entrega y da pelea. La tiene difícil. Aunque algunos dirigentes, como el clan Passaglia en San Nicolás, hicieron lo que saben hacer: lo que quieren. Lanzaron su propio espacio en desacuerdo con la posible fusión amarillo-violeta y competirán a nivel seccional. Resta por ver para cuanto les alcanza. 

Por su parte, el radicalismo mostró señales de reacción. Al menos, en la provincia de Buenos Aires. Difícil esperar algo similar de parte de Rodrigo De Loredo o Alfredo Cornejo, pero Miguel Fernández sentó bandera. El presidente del Comité de Contingencia dijo que “a título personalísimo” no se imagina en un entendimiento con el mundo libertario. “Además, no nos quieren, nos tildan de comunistas y vos no te podés juntar con alguien que no te quiere, que te insulta y que te quiere eliminar si pudiera”, señaló en una entrevista. 

También tildó de responsable al peronismo por la aparición de Milei y aseguró que el kirchnerismo es la otra cara de la moneda del Presidente. Mismos métodos y misma prédica. Así, ante todo, el ex intendente de Trenque Lauquen pone la vara en la anti violencia. La particularidad es que debe trazar ese límite entre correligionarios que no ven en la vereda violeta un antagonismo insalvable. 

Esto incluye al senador nacional Maximiliano Abad y líder del espacio en el que comulga Fernández. No deja de ser, al menos, una mirada diferente sobre el mismo problema, dadas las conocidas reuniones del ex titular del Comité Provincia con armadores nacionales de LLA. Sucede que la UCR tiene la responsabilidad de sostener y poner en valor su peso territorial a partir de 27 intendentes en la provincia y un cúmulo de más de veinte legisladores entre diputados y senadores. Aquí reside el eje a cuidar para un sector de la UCR. Como una prioridad, más allá de algunas convicciones que otro sector dice priorizar. 

En medio de esta disputa filosófica, Facundo Manes optó por lanzar su propia fuerza política. Ungida por el radicalismo, pero ajena al partido. En las filas del neurocirujano no ven en el Comité un canal resolutivo para la demanda social. Tampoco en una ancha avenida del medio. Consideran que es necesario transitar un camino nuevo, producto de la nueva época que Milei inauguró en la política. 

Para algunos, el clima actual es una etapa. Para otros, es una necesidad. Para muchos, es lo que corresponde. Para la mayoría, no debe continuar. Ahí empieza a dirimirse la arena del 2027. Algunos aceptarán la violencia. Otros la aplicarán. Otros la toleraran. Y otros, quizás los más, la combatirán. Y lo harán sin violencia. 

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