Un camino francisquista

La elección de Robert Prevost como nuevo Papa pinta tener un maridaje elaborado por Francisco. La esperanza está puesta en buscar un liderazgo de convicciones, equilibrio y honestidad. Hay un sendero marcado que el peronismo debe observar. Ahí radica, quizás, el pilar de un liderazgo en base al abrazo y no del insulto.

POLÍTICA 09 de mayo de 2025 Andrés Miquel
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“Hay que reconfigurar para resignificar”, dice un legislador kicillofista.

La Iglesia católica tiene un nuevo liderazgo. Habemus Papam sonó otra vez y después de Francisco llegó León, emulando una amistad divina que proviene desde los tiempos de Asís. Arribó a la cima del Vaticano un hombre de San Agustín, aquel pensador africano que sostuvo que la Fe y la razón son complementarias y deben estar equilibradas. 

El estadounidense-peruano Robert Prevost apareció en el balcón y es el nuevo Papa. Se rebautizó como León XIV, retomando el nombre de León XIII, el primero en poner sobre la mesa la doctrina social de la Iglesia. Al frente de la Iglesia hay un misionero que, a priori, confluye con los pilares que edificó Jorge Bergoglio, quien lo nombró obispo en 2015. Esas bases sólidas son, quizás, sobre las cuáles el peronismo debe reflexionar. 

La relación dialéctica entre la Iglesia y el movimiento nacional justicialista atravesó múltiples paisajes. Tuvo claros y oscuros. Sin embargo, los une el cordón umbilical de la justicia social. Ojo, no pasa por creer en una faceta mítica y mucho menos por endiosar a un líder político. Se trata de constatar cuáles son los valores que ambos pregonan. Como toda idea, su implementación puede tener errores, pero no por eso se invalida la potencia de la solidaridad, el amor al prójimo y la tolerancia en la diferencia.

Para un mejor análisis, conviene comenzar por el presente prometedor antes que ir al pasado. El 8 de mayo, León XIV le habló por primera vez al mundo. El hombre que Francisco eligió hace menos de dos años para estar al frente del Dicasterio de los Obispos sentó un mojón. Pintó su inicio. Escribió la primera mayúscula de su papado. Habló en latín y en español. Dejó de lado el inglés. Habló de una Iglesia para todos, de tender puentes y agradeció a su predecesor argentino en el día de la Virgen de Luján. 

“Debemos buscar juntos ser una iglesia misionera, una iglesia que construye puentes y el diálogo siempre abiertos a recibir a todos, a todos aquellos que necesitan nuestra caridad, nuestra presencia”, fueron sus palabras exactas.

También saludó a Chiclayo, aquel pueblo del norte de Perú donde vivió más de dos décadas. Como se dijo, fue misionero. No es un académico. Es un evangelizador, pero al ver su recorrido, lo es desde la empatía y no desde la prohibición. Desde la basílica de San Pedro pidió por la paz en todos los países. Sin vericuetos, plasmó un mensaje hacia el presidente de su nación originaria, tan adorado por el gobierno argentino. 

Ahora la lupa estará en el camino de Prevost, pero el punto de partida es alentador en un mundo donde prima la erosión, el desgaste, la angustia y la frustración. El contexto global de los últimos años gestó un caldo de cultivo que fagocitó el crecimiento de dirigentes inundados de cicatrices mal curadas. Hoy afloran los hijos de un dolor desatendido, rodeados de ausencia y aturdidos por su propio llanto que brotaron con ira, principalmente, a lo largo de una pandemia que expuso las brutales desigualdades de la humanidad. Hoy toman muchas decisiones quienes no pueden ver más allá de sus latidos y profesan un sálvese quien pueda ante la perversidad de saber que son pocos los que pueden.

La esperanza, a fin de cuentas, no se sustenta en el sufrimiento. No nace a base de lágrimas. Está nutrida de todas las experiencias de la vida, pero no demanda más de una que de otra. Consiste en creer en algo superador de uno mismo y realizable en conjunto. Porque la realización propia debe sustentarse en la realización del prójimo, del que tengo al lado, del que me ayuda y de quien ayudo. Allí radica la naturaleza histórica y organizativa de la justicia social. 

A partir de ahora, vale dedicarle tiempo a ese proceso histórico que no es azaroso. Quizás son casualidades, pero como dijo Cristina Kirchner, es difícil creer en las casualidades. Ahora bien, ¿hay que creer? Claro que sí. Francisco creyó y practicó la doctrina social de la Iglesia. Creyó en los trabajadores, en los oprimidos, como lo hizo León XIII y asentó en su encíclica Rerum Novarum. 

En ese texto, el Papa italiano de fines del siglo XIX escribió su postura a favor de la organización sindical en los albores conflictivos de la revolución industrial. También condenó por igual el individualismo liberal como el colectivismo marxista. Sí, una tercera posición, pero en 1891.

Una postura que convoca a tomar distancia, pensar en frío y leer el mapa completo. Una visión de equilibrio. Antes de partir, Francisco perdonó a quien lo llamó “la representación del maligno”. Brindó su amor ante el odio. Decidió no venir a Argentina y adoptó su tercera posición en un elástico social albiceleste que no deja de tensarse. 

De todas maneras, nuestro Papa no abandonó su lucha por la solidaridad, el abrazo y el encuentro. Como citó Provest alguna vez, Francisco concibió a la Iglesia como la casa de todos. Una casa de puertas abiertas que no juzga a quién y cómo se ama. 

La orfandad o escasa conducción política de la última década y media, decantó en que, tanto a Bergoglio como a Francisco, se le intentó poner una pechera. Como hábil conductor, amagó y esquivó. 

“Cuando me hacen esa pregunta, le hago una confidencia, me la hacen en un tono tal como si me preguntaran ¿usted es leproso y se curó”, fue la respuesta perspicaz de Bergoglio a la pregunta de Jorge Fontevecchia respecto a si era peronista. Salió por arriba del laberinto. Contó que provenía de una familia antiperonista y que los diálogos con una hermana de Evita lo llevaron a reflexionar en relación a Juan Domingo Perón y las acciones de la Revolución Libertador.

En la misma nota, hecha cuando se cumplieron diez años de su papado, reflexionó sobre la calidad de la representación obrera. Hizo de León XIII, pero en 2023. “A los sindicatos les pasa lo que a toda institución, sea eclesiástica o no eclesiástica, y es que si no vive en una continua renovación, pierde fuerza y a veces se echa a perder”, señaló con su habitual naturalidad. 

También, a lo largo de la misma conversación, Francisco recordó el rol del obispo Nicolás De Carlo, quien estuvo al frente de la diócesis de Resistencia desde 1940 hasta su muerte en 1951. Caminó hasta lo que hoy es Chaco y Formosa. Organizó y predicó en base a la humildad, el respeto y la solidaridad con los pueblos originarios. Para 1948, Perón habló ante la curia argentina y le entregó a De Carlo un pectoral en reconocimiento a su labor cristiana. 

La mención de Francisco aludió al rol de De Carlo, o bien, su incidencia en el peronismo. Contó que el obispo nacido en Italia pero que vivió casi toda su vida en Argentina, le hizo el núcleo de la doctrina social de la Iglesia a Perón. Incluso, ante críticas que recibió el obispo chaqueño de parte del colectivo eclesiástico, el tres veces Presidente de la Nación salió en su defensa. Desde el mítico balcón de Casa Rosada lanzó una frase que solo Perón podía decir: “Quiero aclarar una cosa, dicen que De Carlo es peronista, mentira, Perón es decarlista.”

Leer a Perón implica leer una doctrina. Esa doctrina tiene una materialización estable y presente en el tiempo. Se trata, ante todo, de la comunidad organizada. Un concepto que Perón lanzó en el Primer Congreso de Filosofía en Mendoza, en 1949. “Perón solía hacer discursos cortos, pero ese día habló más de cuatro horas para explicar la comunidad organizada”, cuenta Eduardo Duhalde en una entrevista que en breve se podrá leer en Politicar. 

Precisamente, Duhalde sostuvo en sus gobiernos, tanto a nivel municipal, provincial como nacional, la bandera de la unidad nacional. Cuando asumió al frente de la provincia de Buenos Aires, avisó que no llegó para hacer un gobierno partidario. 

Años más tarde, Néstor Kirchner convocó a la Concertación Plural. Habló de la transversalidad, un concepto profundo que no logran los mejores intérpretes. Para algunos puede ser una razón válida para descartar la idea y así no reeditar un Julio Cobos, o un Cobazo. O EsCobazo, mejor dicho. Aunque, hablando en serio, pensar en un Frente Nacional, faro del desarrollismo y matriz sanguínea del peronismo, no debería ser una utopía. Tampoco un pacto de mayo que persiga una foto para las redes sociales. 

Debe ser un valor en sí mismo para llevar a la sociedad al crecimiento basado en el bienestar común. La política nacional debe trazar el camino para salir del tumultuoso río de agua hirviendo que degrada la convivencia constructiva entre argentinos y restaurar su umbral de tolerancia. Ahí hay un mensaje francisquisita. El mismo que, al menos por ahora, se espera de León.

Hace unos días, Axel Kicillof mantuvo un encuentro con Federico Storani, histórico dirigente del radicalismo. El ex ministro y diputado nacional, aceptó la foto con el gobernador. Lo hizo en medio de una caldeada interna boina blanca en la provincia que está próxima a tener su propia fumata blanca y, al menos, tener los papeles en orden para presentarse a las elecciones. 

Pero las distancias internas están. Las diferencias en el tándem Martín Lousteau-Facundo Manes y el senador Maximiliano Abad es, a priori, el afecto o desaprensión a La Libertad Avanza. La dupla que llevó a Pablo Domenichini como candidato a presidente del Comité Provincia repite que el límite es Milei. Lo hace en términos de valores, no de personas. Lo esgrime como modo de vida, no como antinomia estratégica.

Más allá de las elecciones de este 2025, donde el peronismo aún debe resolver sus asimetrías, el 2027 demanda una novedad. Una propuesta atractiva para una sociedad que aún avala el destrato y el desprecio. “Hay que reconfigurar para resignificar”, dice un legislador kicillofista. Menciona la necesidad de un volantazo en la conducción del peronismo. Razona, con Fe, respecto a no pensar en un espacio anti, sino con. Un ámbito que sume y complemente. Que también equilibre. Que seduzca a confluir desde la solidaridad y no desde la alegría por ver quién se queda sin trabajo, sea en el Estado o en una fábrica.

Entiende que no se puede seguir siendo un “peronismo partidocrático" cuando su esencia es ser un movimiento”. Habla del Frente Nacional. Pide por la conducción del gobernador y repara sobre el mecanismo expulsivo que dirigió el peronismo desde 2013 en adelante. 

Paradójicamente, ese mismo año Francisco asumió con un mensaje de encuentro, de lavado de pies, de puentes en vez de muros, de diálogo y paz, mientras el peronismo halló la manera de tirar por la ventana un dirigente todos los días. Algunos, posiblemente, de manera correcta, pero configuró una vacuna restrictiva con un antídoto complejo de elaborar. 

Dirigentes opositores al peronismo que quieren dejar de serlo, atraviesan dificultades para consensuar con sus seguidores una manera de acoplarse a un proyecto amplio si hay liderazgos que militan filtros antes que abrazos. 

El desencuentro debe encontrar un cauce de triunfo y que disminuya el margen de error. El momento amerita amplitud para frenar el hambre, el veneno y la crueldad. Claro que hay disputa de poder, porque de eso el peronismo se retroalimenta. No pasa por desconocerlo, pasa por resolverlo con criterio constructivo y no ser opositores entre peronistas. 

Hay un mensaje de Francisco que continúa y que es un llamado a los tiempos actuales. Es una convocatoria a evaluar cuál es el rugido de león que conduce a la felicidad. El rugido del coraje. Con arrogancia gaucha, alguno podrá decir que dejó todo preparado para materializar el verdadero cambio. Al menos, debería tomarse como una guía para entender el sendero.   

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