Explotar, aprovechar, conducir.

Como adelantó Politicar, Axel Kicillof llamó a elecciones provinciales en un día diferente a la Nación. Desdobló. De esa manera, no acompañó la postura de Cristina Fernández de Kirchner. ¿Quiere o no quiere el bastón de marsical?

POLÍTICA 11 de abril de 2025 Andres Miquel
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@martinbravoarte

Luego del anuncio realizado por Axel Kicillof en el que convocó a elecciones desdobladas en la provincia de Buenos Aires, el peronismo recayó en un vicio que emerge cuando el agua hierve: citar a Juan Domingo Perón. Vuelve el peronómetro o, incluso, el kirchnerómetro, que sería su versión post 2023. Por estos días, se lo vio como cristinómetro, según la necesidad argumentativa.

Los pasajes encomillados provenientes de la prosa del tres veces Presidente de la Nación incluyeron reflexiones acerca de cómo se configura un proyecto colectivo, la matriz de la organización y no falto alguno que destile la traicionera traición. Cosa de excesos. Un clima de época, se podría decir.  

Sucedió que Kicillof optó por materializar lo que este medio adelantó hace más de dos semanas y separó las elecciones provinciales de las nacionales. Puso la fecha. El 7 de septiembre los bonaerenses votarán a sus diputados provinciales y concejales en los 135 municipios. Al menos por ahora, porque desde otros sectores de Unión por la Patria aún militan por revertir esta iniciativa.

Por ende, con este cuadro de confrontación, un enorme caudal del análisis político derivó en cuán antagónica a Cristina Fernández de Kirchner fue la decisión de Kicillof. En materia estratégica, totalmente antagónica. Cristina quería y quiere que se voten el mismo día los candidatos provinciales que los nacionales.

¿Y lo político? La sustancia que nutre tanto la postura de Kicillof como la de Cristina es la misma. Es decir, triunfar en la provincia que aglutina el 40 por ciento de la población. Se trata de buscar una férrea victoria del peronismo sobre la La Libertad Avanza. Es, ante todo, frenar el avance de Javier Milei, quien atraviesa por un de sus peores momentos al frente del país, rodeado por la causa $LIBRA, un nuevo crédito salvavidas del Fondo Monetario Internacional y un repunte en la inflación por encima del 50 por ciento.  

Cada uno prioriza un escenario distinto. Para el gobernador, profundizar la hegemonía peronista en la provincia, donde gobierna 84 distritos, donde sumó 13 en el 2023, y donde el mileísmo no tiene candidatos territoriales fuertes, pica en punta entre sus objetivos. En paralelo, claramente, está sumar nombres propios en las listas seccionales de cara a fortalecer su espacio en la Legislatura.

Entre las filas de Cristina, la visión es otra. Pretende ambas elecciones el mismo día para no desperdiciar recursos y militancia. Temen que los intendentes jueguen la propia y no acompañen después con el mismo énfasis. Y la premisa de este sector, tal como lo graficó Eduardo “Wado” De Pedro, es que Milei no tenga quórum propio en la Cámara de Diputados de la Nación ahora que se consolida una alianza electoral entre el PRO y LLA en territorio bonaerense.

Ahora bien, si se despejan los componentes técnicos respecto a cuan caótica puede ser una elección con dos instrumentos diferentes el mismo día y se deja de lado una supuesta dicotomía de conveniencias estratégicas, se asoma una disputa de mando.

Si se dejan de lado las apreciaciones, válidas para muchos, que Kicillof tiene sobre la imposibilidad de desarrollar un acto eleccionario efectivamente democrático, queda a la vista cómo se quiere imponer el rumbo de la provincia de Buenos Aires.

No hay que olvidar que, producto de la decisión política de Javier Milei y el acompañamiento del PRO y parte del radicalismo, este año se votará con boleta única en papel a los candidatos nacionales. Los candidatos provinciales irán en una boleta en papel tipo sábana. La de toda la vida, para resumir cuentas. Si se elige con ambas el mismo día, cada ciudadano deberá hacer dos filas, pasar por dos urnas y votar con dos instrumentos distintos.

Desde el cristinismo, se acusó al gobernador de “mandarse sólo”. En el kicillofismo, desmienten esta premisa y aseguran haber depositado su iniciativa con total claridad en una reunión de ocho horas el domingo 6 de abril. “Pudo haber un error de interpretación”, dijo Carlos Bianco, mano derecha de Kicillof.

A su vez, se refirió a las miradas contrapuestas dentro de UxP. Habló de escenarios “contrafácticos” a la hora de establecer que camino era el correcto. Efectivamente, hasta que no se vote no se podrá juzgar qué idea era mejor que la otra. Más aún con dos boletas distintas por primera vez en la historia de la Provincia. Por más que ambas elecciones se den el mismo día, no habría una única boleta que capitalice el famoso arrastre. Por eso, aquí entra en juego la puja de la conducción, una palabra que el peronismo disfruta tomar como vara de respeto, doctrina y orden.

Aquí, alrededor de esta mítica expresión, afloraron las citas a Perón. De repente, todo el arco kicillocristinista entró en la Moreno zone. Todos se midieron el aceite con citas del General. Para desmenuzar tanto entrecomillado hay que partir de premisas válidas. Entre ellas, saber si Cristina es la conductora natural de todo el movimiento peronista. A la luz de los hechos, no. Pero, después de Perón, quien podría serlo, por lo que no debería ser una sorpresa.  

La actual titular del Partido Justicialista es la líder con más caudal de votos. Dudarlo es absurdo. También es claro que muchos dirigentes optaron por otro camino que no es su tutela definiéndose como peronistas. El más emblemático puede ser Sergio Massa, quien fundó su propio partido en discrepancia con el liderazgo de Cristina en 2013 y le ganó una elección. Esa desunión llevó, junto a otros factores, a la derrota de Daniel Scioli frente a Mauricio Macri en 2015.

Afuera, también, permanecieron Guillermo Moreno, Julio De Vido, Miguel Ángel Pichetto, Florencio Randazzo y también, a dudas de definirlo como peronista, Alberto Fernández. Ahora bien, este listado no puede incluir, en el presente o en el futuro, a Kicillof. Y, quizás por ello, el ruido de sus pronunciamientos cala más hondo en La Cámpora.

Axel Kicillof no puede negar su nacimiento político en el kirchnerismo, particularmente impulsado por Cristina. Y no lo hace. No lo hace en sus discursos y tampoco en su forma de gobierno. Kicillof ejerce kirchnerismo con una visión de Estado presente y antagoniza fervientemente con Milei y su ausencia.

Por eso, cuando en estos días se lee el argumento de “Axel hace lo mismo que Néstor con Duhalde” es, como mínimo, inapropiado. Néstor Kirchner y Eduardo Duhalde construyeron una alianza política que caducó. Kicillof no se alió con Cristina. Salió de ahí.

Durante una entrevista con Jorge Rial, Máximo Kirchner aceptó la definición de “hijo político de Cristina” para Kicillof. Aquella nota se dio tras el acto de Atenas en La Plata en el que Kirchner manifestó su desencanto con el gobernador por su falta de apoyo a la candidatura de Cristina a la presidencia del PJ.

Kicillof no respondió a estas apreciaciones, pero dio sobradas muestras de lo que pensaba para el rumbo político de la provincia de Buenos Aires. El gobernador construyó su lugar. Porque ese lugar, inevitablemente, no era La Cámpora, por lo que no se podía supeditarse a la voluntad política de Kirchner. Su espacio tampoco no era el Frente Renovador de Massa.  Kicillof, como muchos dirigentes decían socarronamente en diciembre de 2019, “llegó a la Gobernación sin ninguna unidad básica”. O sí.

La voluntad política de los popes del Frente de Todos permitieron unificar a la enorme mayoría del peronismo para vencer a Mauricio Macri en primera vuelta. Ese trabajo, y no solo el Clio que recorrió la provincia de Buenos Aires, llevaron al triunfo de Kicillof sobre una María Eugenia Vidal que, en marzo de 2019, parecía tener la reelección asegurada.

Hubo triunfo. Hubo pandemia. Hubo foto de Olivos. Hubo elecciones legislativas con un Alberto Fernández que no cedió ante la propuesta de Kirchner para que renuncie Santiago Cafiero y encabece la lista, tal como lo manifestaron cerca del diputado nacional en su momento. Encabezó Victoria Tolosa Paz, el Frente de Todos perdió y, encima, Cafiero tuvo que renunciar y no fue un fusible a tiempo tal como lo pensó Kirchner.

Kicillof sobrevivió a todo ese proceso. También al nombramiento de Martín Insaurralde como Jefe de Gabinete, cuyo desenlace no fue satisfactorio para gestión. Sobrevivió y no quiso como bien aclaró Kirchner en la misma entrevista con Rial, ser candidato a presidente a pesar de que se lo propusieron el propio Kirchner y Massa. El titular del PJ bonaerense explicó, en ese momento, que a veces hay que perder una elección para ganar la siguiente.

Tiempo después, cercano al cierre de listas, tampoco quiso que le cambien su compañera de fórmula. “Equipo que gana no se toca”, dijo por Verónica Magario, que, por ejemplo, sí apoyó la candidatura de Cristina a la presidencia del PJ nacional.

Entonces, algo cambió. Si era el momento justo, si correspondía o si esto tiene que ver con una deslealtad, será cuestión interpretativa de las partes. Lo claro, es que no es de ahora. Y, seguramente, no es contra nadie. Se trata de que un gobernador que acató casi todas las instrucciones a pesar de su discrepancia, que no fue parte de la mesa que conformó las listas de 2023, y decidió que en 2025 debía serlo.

Ese camino llevó a un encuentro de 45 intendentes bonaerenses frente a Kicillof en enero de este año. Le pidieron desdoblar las elecciones. Le pidieron fortalecer un ámbito propio, poner en valor sus gestiones, dar el debate sobre el Gobierno nacional en el mano a mano con los vecinos respecto al impacto de las medidas de Milei en cada municipio. Pocas semanas después, nació Movimiento Derecho al Futuro. A juicio de los que asistieron, no podía recular.

Discutir sobre Milei, se repite siempre, no es lo mismo en Laprida que en Almirante Brown, y menos aún en Bahía Blanca o Pergamino. No es lo mismo hacerlo en enero, marzo o septiembre. Es casi unánime dentro del peronismo la idea de que Milei está cayendo por un tobogán. La diferencia está en cómo capitalizarlo. Todas las partes, sostienen también, que no le sacaran el cuerpo a ninguna elección sin importar quien domine la lapicera.

Para los jefes comunales que comulgan con el gobernador, provincializar la elección significa terrenalizar la disputa nacional pero traducida al lenguaje de sus calles. Este argumento fluye en el conurbano y en el interior. “Hay que oxigenar desde abajo”, asegura un histórico dirigente provincial que no cree posible que Cristina sea candidata a diputada provincial por la tercera sección, aunque todo parece indicar que sí.

“Rompería los códigos”, sostienen cerca de un intendente conurbanense. ¿Por qué? “Porque enfrentaría a los barones”, responden. En el caso de la tercera sección, la cosa estaría dividida. Mientras Kicillof cuenta con el respaldo de La Matanza, Avellaneda y Almirante Brown, Cristina ostenta el acompañamiento de Lomas de Zamora, Lanús y Quilmes. Después, Esteban Echeverría se mantiene al margen, Ezeiza tuvo gestos con ambos, aunque mostró un último acompañamiento a la ex presidenta, y Ensenada junto a Berisso comulgan con el gobernador.

La presión está. Nadie quiere quedar pedaleando en el aire. El mismo intendente consultado avisó que “si hay que jugar contra otra lista, jugamos”. Cada uno administra sus tensiones. El gobernador, aseguran en todo momento, no se manifestará contra Cristina. No tiene razones para hacerlo.

A pesar de este berenjenal, todos los sectores de Unión por la Patria hablan de unidad. Lo repite Kicillof. Lo dijo Cristina en la última reunión con un grupo de sus intendentes. Es la bandera de Massa.

Como cierre, en una época de citas a Perón atemporales y algo melancólicas, no puede quedar afuera una del Manual de Conducción Política: “El caudillo explota la desorganización y el conductor aprovecha la organización”. Se verá si Kicillof se puede hacer de aquel bastón de mariscal que no parece caer en sus manos por voluntad divina.

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