La retirada

El affaire Libra explotó como una bomba atómica en el corazón del gobierno de Javier Milei. Parece que nada queda en pie: el traspié hizo vibrar los cimientos de la lógica de legitimación libertaria y provocó una andanada de consecuencias políticas, económicas y legales. En medio de todo eso, hay algo que se pasa por alto: el episodio sólo ocurrió por la aspiración del Presidente a una desaparición del Estado como actor social.

POLÍTICA 19 de febrero de 2025 Sebastián Lalaurette
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Los techbros, como sabemos, son los héroes de Milei.

No fue la Marcha Federal Universitaria, no fue el paro general, no fue el escándalo judicial por los alimentos no entregados, no fue la Marcha Antifascista de este mes. Lo que perforó seriamente la legitimidad del presidente de la Nación, Javier Milei, frente a los suyos fue la estrambótica sucesión de macanas que se inició el viernes por la noche, cuando promovió desde su plataforma favorita, X (antes Twitter), la compra de una nueva criptomoneda.

No vamos a hablar aquí del tsunami de consecuencias desatado por el affaire, que explotó con la potencia de una bomba de hidrógeno en el corazón del gobierno libertario. Basta decir que Milei y los suyos enfrentan no sólo desafíos políticos (como el juicio legislativo promovido por la oposición), económicos (con el derrumbe de las acciones argentinas tras el episodio) y legales (con la denuncia en los Estados Unidos por la estafa con el token $LIBRA), sino también una erosión de su base de legitimación más sólida, que lo que podríamos llamar el colectivo libertario si la palabra “colectivo” no fuera constitutivamente opuesta a esa ideología.

Queremos poner el foco, en cambio, en algo que se viene pasando por alto entre tanta revelación y tanto pataleo. Y es en la razón de que Milei haya decidido promover el proyecto Libra en primer lugar. No hablamos de si hubo o no un incentivo económico para que lo hiciera ni de la red de contactos que se estableció para hacerlo posible; se trata de una cuestión anterior, puramente ideológica, que está en la base de mucha de las acciones o inacciones del gobierno.

¿Por qué decidió Javier Milei tuitear sobre la iniciativa centrada en la nueva criptomoneda? Él mismo lo explicó en su entrevista con Jonatan Viale: porque pensó que ese proyecto era “una ayuda para los argentinos”. Toda una definición en un presidente que dejó de enviar alimentos a los comedores, cerró la dependencia que suministraba medicamentos a pacientes con enfermedades especiales y concretó un fuerte ajuste sobre las jubilaciones. No es incoherencia. Es una expresión de fe libertaria.

La lógica del Presidente indica que “una ayuda para los argentinos” es que un grupo de inversores privados se ponga a juntar fondos para financiar los proyectos que vayan apareciendo y que les parezcan copados. Seamos menos irónicos: que les parezcan meritorios. Un grupo de inversores (y en este caso hablamos de inversores cripto, que son algo así como inversores al cuadrado, especialistas en comprar y vender algoritmos matemáticos cuya expresión en el mundo físico es virtualmente nula) quedaría a cargo de decidir qué proyectos vale la pena financiar.

Y como Milei habla de “los argentinos”, no de un puñado de emprendimientos que podrían beneficiarse de un proyecto cripto en particular, y como Milei ya promovió emprendimientos similares en el pasado, estamos habilitados a pensar en cómo funcionarían las cosas si el método se generalizara. Lo que ocurriría es que la política social, y quizás también la económica, quedaría en manos de los techbros.

Los techbros, como sabemos, son los héroes de Milei.

La propia terminología que utiliza el Presidente es reveladora de la lógica con la que el Topo piensa su propio rol. Es decir, como algo más cercano a la caridad cristiana que a las políticas de Estado. Concibe un mundo en el que hay gente que necesita ayuda y otra gente (él mismo, por ejemplo) que tiene la posibilidad de ayudarla. Es una aproximación muy poco sistemática y, por ello, muy arbitraria a los problemas sociales. Comparte más de lo que Milei quisiera con las políticas asistencialistas que se le critican al peronismo: en lugar de procurar resolver un problema de fondo con una política sistemática (como podría ser la creación de empleo), se emparchan los agujeros con “ayudas” circunstanciales (por ejemplo, entregando bolsones de comida).

Aquí hay una contradicción importante en la filosofía tecnolibertaria. Si algo gustan de argumentar los techbros es que la aplicación concienzuda de tecnologías permitiría eficientizar los procesos de asignación de recursos para poder resolver los problemas que aquejan a la sociedad, y que el Estado, con su centralización y su burocracia inherente (y generalmente con una buena dosis de corrupción), es un obstáculo; que hay que sacarlo del medio. Pero no hay nada menos eficiente que andar generando miríadas iniciativas como la de Libra para dirigir recursos a uno u otro proyecto particular. Esta dispersión de los esfuerzos es altamente ineficiente y no tiene punto de comparación con cualquier sistema centralizado, por corruptos que sean sus administradores.

En realidad, esta lógica ni siquiera se revela eficiente para la resolución de problemas en general: es mucho mejor, por caso, reemplazar una instalación eléctrica defectuosa que ir comparando aparatos a medida que se queman. Ocurre que la lógica de los techbros nunca llega a los problemas reales, no busca la raíz sino que se queda en la superficie. Ni la política ni la economía ni ningún asunto humano lo suficientemente serio es una mera cuestión de ajustar parámetros. (Por no hablar del conflicto irresoluble que subyace a la política y la economía, a la tensión permanente que suponen la lucha de clases y las fluctuaciones del poder.)

En la entrevista en la que intentó justificar sus acciones, Milei describió con exactitud la realidad de un segmento de la economía que es, a su vez, parte del núcleo duro libertario en la Argentina: los jóvenes y no tan jóvenes programadores que trabajan para empresas extranjeras y cobran en dólares, o más precisamente, casi siempre, en su equivalente en criptomonedas.

“La característica esencial de ese segmento de la economía es que es un segmento que está en la informalidad. Blanquean lo mínimo indispensable. Ese sector no tiene financiamiento. Eso hace que vos no puedas crecer”, explicó Milei. Por eso, iniciativas como Viva La Libertad Project (el proyecto centrado en Libra) sería, presuntamente, una buena forma de financiar el crecimiento de ese sector.

Es una filosofía completamente divergente de la noción de que es el Estado el que debe encargarse de identificar a los sectores que necesitan una mano y darles impulso, en forma planificada, institucional y controlada. Para el Topo, que quiere destruir al Estado desde dentro, eso es una aberración: lo que se debe hacer es el equivalente tecnológico de una vaquita para ayudar a los desventurados. O a los jóvenes prometedores.

Más allá de las acusaciones de corrupción, de colusión, de ineptitud, de las idas y vueltas del caso en los medios y del trayecto que se inicia en la Justicia, más allá de lo sombrío de algunos rincones del mundo cripto, lo que pasó el viernes pasó porque Milei, el jefe de Estado, suscribe una ideología antiestado que promueve la salvación individual a través del esfuerzo solitario y la caridad de benefactores que deciden qué hacer con su dinero sin rendirle cuentas a nadie.

No es de extrañar que Javier Milei, que promueve la retirada del Estado en todos los órdenes, se deje deslumbrar por estas cosas. El paraíso libertario está decorado con espejos de colores.

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