Los nazis ¿eran socialistas?

El Presidente repitió una idea que circula hace años y cuyo significado conviene desentrañar. ¿Qué se quiere decir cuando se afirma que el nazismo fue una forma de socialismo? ¿Hay algo de mérito en la comparación? Una lente deformante que apunta hacia el pasado para desdibujar la figura del presente.

ANALISIS 07 de febrero de 2025 Sebastián Lalaurette
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Y al fin y al cabo ¿qué es el socialismo?

Mirá qué interesante la ignorancia: nazi, nacionalsocialismo. O sea, digamos, se tienen que hacer cargo, muchachos: eran de los de ustedes. Eran de los zurditos. Eran nacionalsocialismo. De hecho, el fascismo también es socialismo. El propio Mussolini decía "Dentro del Estado todo, fuera del Estado nada, y nada contra el Estado.”

No es difícil desentrañar la maraña verbal con que el presidente de la Nación, Javier Milei, buscó hace pocos días demostrar que no hay que buscar rasgos fascistas en su gobierno sino más bien entre quienes se le oponen. Es un poco más complejo entender exactamente qué se quiere decir cuando se afirma que el nazismo y el socialismo se parecen. A primera vista, la idea es simplemente absurda. Pero prende (incluso en la mente poco fértil del primer mandatario) porque parte de un hecho fácilmente comprobable, lo que podríamos llamar una semillita de verdad. En efecto, el nombre del partido nazi alemán incluía la palabra “socialista”. ¿Qué sentido se puede extraer de esto? Responder esa pregunta puede conducir a otras preguntas más interesantes.

Entonces, lo primero que cabe admitir es que los nazis eran socialistas en nombre, si no en espíritu. Pero ¿por qué lo eran? Es decir, ¿por qué un partido embanderado en ideas de superioridad racial, fundado por un hombre que odiaba al comunismo y a los marxistas, iba a adoptar el nombre de “nacionalsocialista”? La respuesta generalmente aceptada es que se trataba de una movida propagandística, porque, a diferencia de lo que ocurre en nuestros días, en aquellos momentos el socialismo tenía muy buena prensa, y los trabajadores votaban con gusto a los partidos que representaran aquellas ideas. Pero la verdad es más compleja. Adolf Hitler y ciertos teóricos del nazismo tenían en mente una serie de objetivos que en cierta forma se parecían a los preceptos socialistas, sólo que deformados y pervertidos: Hitler decía que el arianismo suponía las ideas de “socialismo, espíritu de comunidad y bien común antes que el bien propio”, pero esta “comunidad” era la raza aria y este “bien común” era el bien de la raza, en tanto que las otras razas debían ser exterminadas.

No sólo se trataba de un horizonte teórico, sino que en la práctica los nazis aplicaron ciertos instrumentos de política económica propios del socialismo, pero siempre orientados a la militarización, que era la prioridad. El historiador Adam Tooze señala que toda vez que los nazis tuvieron que optar entre esos instrumentos y el plan de armamento, desecharon las estrategias socialistas en favor del reequipamiento bélico. La economía estaba planificada, pero no para favorecer a la clase trabajadora, sino con el objetivo de consolidar y fortalecer al Estado autoritario. Richard Evans, otro historiador, señala que el uso del concepto de “socialismo” dentro del partido nazi era vago y fluido, y que constituía más una herramienta retórica que un verdadero programa. Pero no, los nazis no eran socialistas en ningún sentido razonable del término.

Por supuesto, el problema aquí es que la propia definición de “socialismo” es vaga y fluida incluso fuera del nazismo. Claramente los nazis de ninguna manera pueden asimilarse al marxismo, que es la forma de socialismo con mayor bagaje teórico y en la que generalmente se piensa cuando se habla de socialismo. Como hemos dicho, Hitler personalmente odiaba a los marxistas y al comunismo en general, al que consideraba una ideología enfermiza, y en la Segunda Guerra Mundial se puso como objetivo destruir a la Unión Soviética (eso fue su perdición). Pero a lo largo de las décadas los términos “socialismo” y “comunismo” se han aplicado a una amplia gama de fenómenos con poca relación entre sí. Impera en algunos círculos la idea de que el socialismo equivale básicamente al estatismo; incluso existe un meme que ironiza esa posición: Socialismo es cuando el gobierno hace cosas. (Hay que apresurarse a decir que el marxismo, lejos de ser estatista, apunta a la completa disolución del Estado, y que los movimientos marxistas modernos, si bien lo consideran una herramienta útil para las políticas sociales, lo miran siempre con una saludable desconfianza.)

El caso de Benito Mussolini, que Milei también trae a colación (y que los jóvenes libertarios a veces gustan de mencionar para darle un sustento histórico a la idea), es quizás más chocante que el del nazismo. No sólo es cierto que Mussolini promovía una ideología fuertemente estatista (aunque, como hemos visto, socialismo y estatismo son cosas bien diferentes), sino que fue miembro del Partido Socialista Italiano, incluso una figura destacada dentro de ese partido. Pero limitarse a señalar esto es de mala fe. Hay que decir también que Mussolini fue expulsado del PSI cuando empezó a demostrar rasgos nacionalistas y autoritarios que son completamente opuestos a las ideas del socialismo. Por lo tanto, el movimiento que creó (el fascismo propiamente dicho, el fascismo histórico desarrollado en Italia) era antisocialista.

Y al fin y al cabo ¿qué es el socialismo? Estas ideas de primacía del bien común, de solidaridad y de comunidad son necesarias para definirlo, pero no suficientes: ya hemos visto que se pueden emplear para justificar una ideología autoritaria y enfermiza. Generalmente se piensa al socialismo como incluyendo elementos más específicos, como la pérdida de preponderancia de la propiedad privada en aras de la igualdad, la clase trabajadora como sujeto histórico y la planificación más o menos determinada de la economía. En el socialismo la producción es puesta al servicio del pueblo y no de los propietarios.

La raza, el género, la orientación sexual, son elementos secundarios y lo que realmente importa a la hora de definir un horizonte y unas estrategias es la clase social. Es decir, es más o menos lo contrario del fascismo.

¿Por qué se insiste, entonces, y específicamente por qué insiste Javier Milei en decir que los nazis eran socialistas? Existen varias razones. La primera es que es fácil (todavía) desacreditar a alguien llamándolo nazi. Decir que los nazis eran socialistas es una manera de decir que los socialistas son nazis, aunque la lógica estricta no abone la equivalencia. La segunda es que así se puede bañar en una épica compartida por todos. Cuando Milei designa al déficit fiscal como enemigo mortal, cuando dice que la emisión monetaria debería ser considerada crimen de lesa humanidad o cuando afirma que la justicia social es una aberración, al menos la mitad de la población revolea los ojos con desdén. Cuando califica como nazis a sus enemigos (los “zurdos”), está invocando una simbología poderosa. Salvo los nazis, nadie nunca no quiere luchar contra los nazis.

Pero hay una razón más de coyuntura, más central a la estrategia del gobierno en este momento determinado. Y es que los pone a salvo de la comparación, a Milei, a sus adláteres y a sus héroes como Elon Musk. Si los nazis eran socialistas, entonces quienes se oponen con toda su fuerza al zurdaje, quienes ven comunistas en todos lados, quienes denuncian una conspiración marxista que se adueña del mundo académico y que inventa cosas como el cambio climático, de ninguna manera pueden ser nazis. Y negar esta similitud es especialmente importante en momentos en que el gobierno vira hacia una modalidad fascistoide y amaga con invocar las bondades de las dictaduras.

Apelar a la distorsión de los hechos históricos mediante una simplificación brutal como la de que los nazis eran socialistas porque la palabra está en el nombre de su partido, o a la difusión con mala fe de que Mussolini fue socialista omitiendo que dejó de serlo antes de llegar al poder, es poner sobre el pasado una lente deformante que devuelve, así, una imagen deformada del presente. Otro aporte a una era de confusión y mediocridad en la que, como siempre, los que se benefician del río revuelto son los pescadores.

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