Argentina en un bucle permanente: del “no necesitamos más que democracia” a los líderes de reconstrucción

Un país que repite su recomenzar en cada inicio de gobierno. La búsqueda de consensos como parte de un bucle permanente.

ANALISIS 06 de noviembre de 2024 Julio Gómez
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Hace unos días atrás se cumplieron 41 años del día en que se restauró la democracia en nuestro país. El 30 de octubre de 1983 Argentina iba a las urnas recuperando el Estado de Derecho y comenzaba a despertar al mando de un presidente constitucional, luego de siete años y medio de dictadura cívico-militar.

Raúl Ricardo Alfonsín triunfaba en aquellas elecciones y un poco más de un mes después, el 10 de diciembre de ese mismo año, iniciaba su presidencia al grito de “con la democracia se come, se educa, se cura”. Y remataba con un ferviente: “No necesitamos nada más”.

La frase es muy bonita y pegadiza, hasta tiene un componente poético por la combinación y la cadencia al pronunciar las palabras elegidas. Más que una frase, es una definición política que marcó a fuego el tiempo que corría y quedó para la continuidad de la historia. Pero, ¿es así?

Sentir conjunto

En un sistema democrático como el nuestro debe existir un consenso en tres niveles, según explicaba el politólogo italiano Giovanni Sartori en su libro '¿Qué es la democracia?' (1997), haciendo referencia al consenso como un “sentir conjunto”. Es decir, lo común, lo compartido, en el contexto y el momento histórico presente.
El primero de los consensos a ser alcanzado tiene que ver con los valores que fundan a la comunidad. Segundo, de las reglas de juego; es decir, del régimen político. Y, tercero, un consenso que debe prevalecer hasta alcanzar acuerdos a nivel de las acciones: las políticas públicas para el desarrollo y la inclusión social.

Una deducción simple nos dirá que desde hace más de un siglo en Argentina ya han sido alcanzados los dos primeros consensos, relacionados con los valores fundacionales (la independencia política y los procesos históricos que nos trajeron hasta acá); y el que establece las reglas del sistema político (heredamos un país constitucionalmente democrático, republicano y federal).

Pero también nos dirá que aún es muy difícil de obtener el tercero de los consensos, el que remite a las políticas públicas. Ergo: como país aún andamos montados en un bucle permanente al momento de considerar las políticas públicas que lleva adelante el gobierno de turno.

No hemos podido encontrar un “sentir conjunto” en este contexto y momento histórico presente, como para proyectar el desarrollo de las amplias capacidades productivas con que contamos en este extenso territorio; así como prevalece la grieta al momento de pensar cómo planificar la atención de las demandas sociales siempre presentes.


Denunciar el pasado y recomenzar

La gestión del gobierno, como pasa en estos momentos en el país, depende mucho de la orientación de los gobernantes y no tanto de las necesidades que presentan los gobernados. De lo contrario, ¿cómo se explican que gobiernos democráticos acudan al endeudamiento, el ajuste y la exclusión?

Cada nuevo gobierno en Argentina imprime su impronta, casi como un ejercicio que comienza cada vez que un primer mandatario abandona la Casa Rosada y lo reemplaza otro con sus particularidades. No solo en las políticas de gobierno, sino también en las formas de comunicación y de relacionamiento con el pueblo.

Es una constante que se viene repitiendo período tras período presidencial. Desde 1983 para acá, Alfonsín fue sucedido por siete presidentes: Carlos Saúl Menem, Fernando de la Rúa, Néstor Carlos Kirchner, Cristina Elizabeth Fernández de Kirchner, Mauricio Macri, Alberto Ángel Fernández y Javier Gerardo Milei.

En estos 41 años de democracia ininterrumpida, la intrusión de cada proyecto presidencial ¿significó solo el comienzo de un nuevo gobierno o se han producido también otras transformaciones? ¿La discontinuidad se ha convertido en la razón predominante?

Pérez-Liñán (2013) nos recuerda “la inclinación de los presidentes a denunciar los compromisos heredados del pasado reciente”. “La denuncia del pasado es un instrumento poderoso porque libera a los presidentes de compromisos ideológicos y de acuerdo heredados, y les permite movilizar apoyo social en defensa de nuevas políticas y nuevas configuraciones de poder”, asegura.

Es que provocar una ruptura concreta con el pasado reciente se asocia más con la búsqueda de oportunidades históricas, más que con las diferencias personales que puedan presentar cada uno de ellos, como lo demuestra la amistad entre presidentes con sus antecesores, tal fue el caso de la relación cercana entre Alfonsín y Menem, su sucesor.


La carta de la diferenciación

La diferenciación con su antecesor inmediato, nos dice este mismo autor, es una carta que los mandatarios argentinos necesitaron jugarla y la jugaron de forma taxativa en el inicio de cada uno de sus mandatos. En este país la discontinuidad siempre se hace presente con “líderes de reconstrucción”.

Y nos cuenta que “Alfonsín estabilizó la transición democrática, Menem mejoró la economía, De la Rúa dejó el poder de manera ignominiosa, Duhalde y Kirchner recompusieron la economía y recuperaron el sentido de la política. Y Cristina avanzó en la conquista de derechos sociales”.

Luego Macri, Alberto y ahora Milei que repiten la fórmula: “la Argentina que volvió a empezar, otra vez, como si se tratara de un pronóstico infalible […] La revolución de la alegría no llegó, pero algo podría estar cambiando en la Argentina. A pesar del gobierno. Y a pesar de la oposición” explicaba hace un tiempo el politólogo y consultor Mario Riorda en su libro "Cambiando: el eterno comienzo de la Argentina". 

Conocer las idas y vueltas del pasado es un desafío desde la práctica política, dentro de las ciencias sociales. Hugo Haime (2013) nos propone que estemos con la mirada siempre “ante el desafío de preguntarnos permanentemente como es la relación entre sujeto social y sistema de poder”.

Una nueva etapa fundacional

¿Por qué sucede esto? ¿Qué le pasa a la Argentina que repite un bucle permanente en la búsqueda del consenso que no llega? Retomemos la frase del ex presidente Alfonsín. Hay varias cuestiones con las que se puede discrepar con él y bien se pueden poner en crisis.

¿En Argentina tenemos democracia?, sí. ¿Es muy importante su defensa y continuidad, al igual que el sistema republicano y federal?, por supuesto. ¿Alcanza para sostener en el tiempo políticas de gobierno que incluyan a todos los sectores y aseguren “comer, educar y curar”?, claro que no.

¿Y qué pasa ahora con Milei? Como lo hicieron todos y cada uno de los otros presidentes, viene planteando un nuevo recomenzar. Una etapa fundacional del país en los aspectos económicos, principalmente, pero también en lo que tiene que ver con los valores sociales e, incluso, morales que deben prevalecer en la argentina liberal.

El ejemplo argentino nos hace saber, entonces, que convivir en un sistema democrático como el nuestro no asegura per sé la bienventuranza de los ciudadanos. Sino que hacen falta dirigentes comprometidos con la cosa pública y que se ocupen del diseño, formulación e implementación de políticas públicas que involucren a todos los sectores. Y no solamente que se dediquen a reproducir el consenso al torno al sistema político imperante.

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