Un espejismo contra otro

La campaña para las elecciones de septiembre en la provincia de Buenos Aires estará centrada en el ataque a ciertas ficciones sostenidas por el gobierno nacional y el bonaerense. La economía y la seguridad son las piedras de toque de una contienda que poco tiene que ver con lo legislativo y mucho con lo que pasará de aquí a 2027.

POLÍTICA 04 de agosto de 2025
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Fuente: La Patriada Web

Todo el mundo sabe que las elecciones legislativas que se vienen en la provincia de Buenos Aires no son realmente legislativas. A nadie le importan los proyectos que los candidatos tengan en carpeta para intervenir en tal o cual aspecto de la realidad; es más, es probable que muchos candidatos no tengan ninguno. Lo cual es deprimente en algún sentido, porque los que entren tendrán que legislar durante cuatro años, pero no es por eso que serán votados.

La elección bonaerense no es tampoco bonaerense, en el sentido de que, pese a que el desdoblamiento respecto de los comicios nacionales de octubre la convierte en una pluralidad de elecciones (una por cada sección electoral), hay una corriente aun más fuerte de nacionalización, que enfrenta directamente al gobierno de Axel Kicillof con el de Javier Milei. Y eso es lo que se pone en juego en septiembre.

Desde ambos bandos, de hecho, se reconoce ese hecho. La vicegobernadora Verónica Magario, primera candidata a diputada por la tercera sección electoral, y Gabriel Katopodis, primer candidato a senador por la primera sección, lo han dicho más de una vez: lo que se vota es “Milei sí o Milei no”. Desde La Libertad Avanza (LLA) argumentan, por su parte, que lo que se elige es “kirchnerismo o libertad”.

Tal parece que las cosas están claras para todos, tanto dirigentes como votantes. Lo que se juega simbólicamente aquí es quién o qué cosa tiene que terminarse. Atrás quedaron las consignas de atacar a “la casta”, por un lado, y del “Estado presente”, por el otro. No, no: se votará por el fin de Milei o por el fin del kirchnerismo. Así sea.

Lo que no está claro, quizás, para muchos, es el carácter simbólico de esta opción. Ni Milei ni el kirchnerismo se van a terminar el 8 de septiembre, ni en diciembre cuando asuman los nuevos legisladores provinciales. Lo que cambiará es la composición de las cámaras de diputados y senadores y a Kicillof se le complicará más o menos gobernar hasta 2027, cuando planea presentarse como candidato a presidente. Seguirán funcionando los mismos mecanismos que han movido (y muchas veces detenido) a la Legislatura durante este año y medio; seguirá tallando la interna peronista a la hora de levantar la mano y seguirá la rosca para sumar los votos de los bloques “dialoguistas” y seguramente los propios bloques seguirán rompiéndose y reconfigurándose. No será, por ahora, el fin de nada. Se trata de una ficción.

Hablando de ficciones, las estrategias elegidas por cada uno de los contendientes (hablamos de Milei y Kicillof, pero esto se extiende, por supuesto, a los sectores que representan) consisten en explicitar el carácter ficticio de los relatos sostenidos por el otro. Es decir, enfocarse en su punto débil. En este sentido, los libertarios la tienen más fácil.

Ocurre que el relato ficticio del gobierno nacional (que la economía va bien) aún tiene un nivel de aceptación envidiable en la sociedad. Cualquiera puede ver que la situación de la mayoría de la gente es desastrosa, pero el relato mileísta de las semillas que empiezan a dar frutos tiene su pregnancia y refutar requiere una argumentación más complicada que el mero señalamiento de las penurias de los jubilados, de los despidos en la industria, de las consecuencias del desmantelamiento del Estado. La campaña del peronismo se basa en la idea de frenar el ajuste de Milei, pero aún hay muchos que creen que el ajuste en continuado es necesario: los “brotes verdes” todavía no se convirtieron en “pasaron cosas”. El espejismo se sostiene, más o menos.

El gobierno nacional, por otra parte, enfoca sus críticas en la cuestión de la seguridad. Puso como candidato para competir con Magario al excomisario Maximiliano Bondarenko, en una movida que expresa la idea de que en la provincia hace falta “alguien que sepa” cómo resolver la crisis de inseguridad. Por supuesto, nadie sabe cómo resolver la crisis de inseguridad, ni los excomisarios ni los comisarios en actividad ni nadie; de lo contrario, ya lo habrían hecho. No es una crisis nueva precisamente.

En este sentido, sin embargo, el mileísmo tiene las de ganar, porque el relato montado por la Provincia, su espejismo, es reactivo, no propositivo como el de Milei. Consiste en la idea de que el Estado provincial, gracias a su intervención con financiamiento, patrulleros, formación policial y demás, está logrando revertir la recurrencia de delitos y con ello, la inseguridad. Tiene las estadísticas para demostrar que efectivamente hay una baja en los homicidios (Patricia Bullrich sufrió un revés cuando afirmó que la provincia era un baño de sangre y el ministro bonaerense Alonso la refutó de inmediato con números y gráficos. Pero no alcanza.

La idea de que los bonaerenses viven en la inseguridad es muy difícil de contrarrestar. No sólo porque, como señalan desde el gobierno provincial, el tema es utilizado políticamente y los medios reproducen y amplifican los casos en una proporción que no responde a la incidencia real de los hechos violentos, cosa que es cierta. Sino porque la inseguridad en que viven los bonaerenses es evidente más allá de los números y cifras tan burdas como el índice de homicidios no pueden capturar el fenómeno.

Cuando Milei y Bullrich hablan de la inseguridad en la provincia de Buenos Aires, no están hablando sólo de los casos en que un ladrón mató a su víctima durante el robo, o de los homicidios en riña, ajustes de cuentas y casos de violencia familiar. Hablan de que en los barrios del conurbano la gente no se anima a salir a la calle a partir del atardecer, de que esperar el colectivo por la mañana es una aventura, y de que los partes policiales sólo abarcan una muy pequeña parte de todas las manifestaciones de la violencia. Es verdad que las estadísticas indican algo, pero también es verdad que no pueden demoler la certeza de que la gente vive con miedo aunque no la maten. Si no te animás a salir a la calle por miedo a los robos y homicidios, el hecho de que no te roben y te maten porque no saliste difícilmente constituya una refutación.

Es una batalla de ficciones. Ni los legisladores bonaerenses pueden parar el ajuste de Milei ni los embajadores del gobierno nacional pueden revertir la crisis de inseguridad en el territorio de Kicillof. La batalla es simbólica: consiste en ver quién resquebraja más eficazmente el espejismo del otro.

En este sentido, como decíamos más arriba, Kicillof lleva las de perder, pero la apuesta del peronismo no está perdida porque, si la inseguridad es una crisis permanente y aparentemente irresoluble, los alfileres que sostienen al modelo económico mileísta se pueden desprender en cualquier momento. Al deterioro constante y ya acostumbrado de las condiciones de convivencia se le puede oponer una debacle súbita de la economía que afecte a todo el país, nos vacíe aun más los bolsillos, agrave todos los problemas ya existentes y nos hunda en una espiral de difícil salida pero que, al menos, le haga ganar las elecciones al peronismo.

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