
En el Congreso Nacional y en la Legislatura bonaerense se pelean hoy batallas clave. En ambos casos, la puja es por los recursos, pero en ambos casos, también, el telón de fondo son las elecciones que están cada vez más cerca.
Jorge Ferraresi es más que el intendente de Avellaneda. Es un caso paradigmático del ejercicio del poder en el conurbano bonaerense: una mezcla de gestión, lealtades políticas, redes familiares y lógica de jefe territorial. Desde 2009, gobierna sin sobresaltos el municipio, y en el último tiempo ha consolidado un modelo de conducción altamente personalista, donde su figura —y la de su esposa, Magdalena Sierra— concentran los principales resortes del poder político y administrativo local.
POLÍTICA 28 de junio de 2025 Daniel MuñonettoIngeniero, ex ministro nacional y de trayectoria kirchnerista, Ferraresi se presenta como un intendente con resultados en gestión. Bajo su mandato, Avellaneda exhibe indicadores de infraestructura que lo destacan en comparación con otros municipios: cobertura total de cloacas, viviendas sociales, centros educativos y deportivos de nivel. Sin embargo, detrás del relato de eficiencia, se consolida un modelo de conducción con rasgos propios del viejo conurbano: estructura cerrada, cargos familiares y decisión vertical.
La figura de Magdalena Sierra, su esposa, sintetiza esta dinámica. Ex diputada nacional, actual jefa de Gabinete del municipio y pieza clave del armado político local, Sierra no solo acompaña a Ferraresi en lo institucional, sino que es parte del núcleo de decisiones clave. Varios funcionarios del gobierno municipal responden directamente a la pareja, lo que ha generado críticas por prácticas de nepotismo y concentración del poder. En los pasillos del peronismo bonaerense, se habla directamente del “ferraresismo” como un esquema cerrado y autorreferencial.
Este modelo no es nuevo en el conurbano, pero Ferraresi le ha dado un tono singular. Con un estilo rupturista, desafió tanto al oficialismo como a sectores tradicionales del PJ. Fue de los primeros en marcar diferencias con el albertismo, se desmarcó de La Cámpora cuando el juego interno se tensó, y se mantuvo como uno de los más fieles defensores de Axel Kicillof, incluso cuando el resto del peronismo dudaba. Esa lógica de confrontación controlada, más la construcción territorial que lleva adelante en otros distritos, lo ubican como uno de los jefes políticos con proyección provincial.
Hoy, en tiempos de reconfiguración del peronismo tras la salida de Cristina Fernández de Kirchner de la escena electoral, Ferraresi aparece como un actor central: un barón con gestión, estructura y discurso. Pero también como un dirigente que ha consolidado el poder a partir del apellido, con una fuerte impronta familiar y escasa apertura a nuevas generaciones.
¿Es Ferraresi un gestor exitoso con ambiciones legítimas o un exponente más del poder patrimonialista del conurbano? ¿Puede ser parte de una renovación real del peronismo o representa su versión más tradicional bajo nuevas formas? En Avellaneda, la respuesta a esas preguntas ya tiene nombre y apellido. Y gobierna hace más de 15 años.
En el Congreso Nacional y en la Legislatura bonaerense se pelean hoy batallas clave. En ambos casos, la puja es por los recursos, pero en ambos casos, también, el telón de fondo son las elecciones que están cada vez más cerca.
La Argentina vive en estado de excepción y en la provincia de Buenos Aires empieza la temporada de los dolores de cabeza. La incógnita de qué ocurrirá con el presupuesto nacional se reproduce en territorio bonaerense con ingredientes propios. Una oposición que presiona y un oficialismo dividido cuyos antecedentes en la materia no auguran un panorama tranquilo.
Que el Tesoro de Estados Unidos haya bautizado a la Argentina como “aliado clave” en América Latina no constituye un elogio, sino una advertencia.
Mientras en el Instituto Cultural y el Teatro Argentino crecen las quejas de los trabajadores por el recorte de horas extras, la falta de materiales, cancelaciones y cambios inexplicables en las programaciones, Florencia Santout estaría destinando cuantiosos fondos estatales para intervenir en la política universitaria de la UNLP, a través de su organización, La Cámpora.
En la Legislatura bonaerense tuvo lugar ayer algo que hacía tiempo no ocurría y que a estas alturas ya es novedad: una sesión normal. Claro que se trata de una paz de circunstancias, porque los proyectos clave están en la otra cámara. Será el Senado, entonces, el escenario de las batallas complicadas.
En campaña, la política argentina convierte en gestos extraordinarios lo que son deberes básicos: presentar un presupuesto, no radicalizar discursos o aumentar partidas para educación y salud. Pero la reciente derrota legislativa del oficialismo, al no poder blindar los vetos presidenciales a las leyes de emergencia pediátrica y financiamiento universitario, mostró que el problema ya no es solo comunicacional: la “institución invisible” de la confianza, clave para sostener liderazgos y economías, comenzó a resquebrajarse. La democracia exige más que propaganda de lo obvio; exige resultados que fortalezcan credibilidad.