
En el Congreso Nacional y en la Legislatura bonaerense se pelean hoy batallas clave. En ambos casos, la puja es por los recursos, pero en ambos casos, también, el telón de fondo son las elecciones que están cada vez más cerca.
La reciente detención de Cristina Fernández de Kirchner, junto con su consecuente proscripción política, generó un cimbronazo dentro del peronismo. Lejos de producir una reacción unificada, el movimiento vuelve a exhibir una de sus fracturas más profundas: la disputa entre La Cámpora y el sector que responde al gobernador bonaerense Axel Kicillof.
POLÍTICA 15 de junio de 2025 Daniel Muñonetto“El poder no se da ni se intercambia, ni se retoma, sino que se ejerce y sólo existe en acto”. — Foucault.
Este martes se reunió el Consejo Nacional del Partido Justicialista en la histórica sede de la calle Matheu. El encuentro estuvo atravesado por dos gestos simbólicos: la silla vacía en representación de la detenida presidenta del PJ nacional, y la llamativa ausencia de Kicillof, que abrió paso a múltiples interpretaciones.
Desde el entorno del gobernador señalaron que la invitación llegó tarde y que la reunión no correspondía a la convocatoria formal a gobernadores —aún sin fecha—, pese a que asistió Ricardo Quintela, mandatario riojano y titular del PJ en su provincia. Sin embargo, su inasistencia fue leída como un mensaje político más que como una cuestión protocolar.
Entre los presentes se destacaron referentes de peso como Sergio Massa, Juan Grabois, Guillermo Moreno y el propio Quintela. Durante la jornada, se comenzó a delinear una hoja de ruta que incluye encuentros con sectores territoriales, sindicales, juveniles y aliados, con el objetivo de articular una estrategia común frente al nuevo escenario político.
No obstante, el punto más álgido del encuentro fue discursivo. La senadora nacional Anabel Fernández Sagasti, figura clave de La Cámpora, lanzó una crítica velada —pero elocuente— hacia Kicillof:
“Cristina no va a estar fuera de la cancha, va a seguir conduciendo. Algunos van a fingir nostalgia, pero por lo bajo van a estar contentos porque van a pensar que ahora es su tiempo. Y no llegó el tiempo de nadie”.
Y agregó, con un tono marcadamente crítico:
“Hubiera sido muy distinto si la provincia de Buenos Aires no hubiera desdoblado las elecciones”.
Sus palabras aludieron directamente a la decisión de Kicillof de no adelantar los comicios bonaerenses en 2023, una jugada que, a los ojos del camporismo, erosionó la estrategia electoral del kirchnerismo.
El malestar se hizo aún más evidente este miércoles, cuando Kicillof se presentó en la sede del PJ. Fue recibido en un clima hostil por la militancia de La Cámpora, que lo increpó al grito de:
“¿Cuánto le falta para entender que no fue magia? ¡Nos conduce una mujer!”.
El mensaje fue claro: no lo ven como el líder natural del espacio, sino como alguien que debe seguir subordinado al legado de Cristina.
En lugar de cerrar filas frente al ataque institucional contra su principal figura, el peronismo volvió a poner sobre la mesa una interna que parece lejos de resolverse. Mientras La Cámpora reivindica la conducción de Cristina y la organicidad del movimiento, el kicillofismo intenta afirmarse con un perfil más institucional, con vocación de construir una nueva etapa.
La proscripción de Cristina no logró, al menos por ahora, unificar al peronismo. Por el contrario, expuso con crudeza las tensiones irresueltas que atraviesan al espacio. Ambos sectores tienen razones y argumentos, pero la historia del movimiento demuestra que la sucesión de liderazgos nunca es un proceso pacífico. Tarde o temprano, esta disputa deberá resolverse. El problema, una vez más, es el cuándo y el cómo.
En el Congreso Nacional y en la Legislatura bonaerense se pelean hoy batallas clave. En ambos casos, la puja es por los recursos, pero en ambos casos, también, el telón de fondo son las elecciones que están cada vez más cerca.
La Argentina vive en estado de excepción y en la provincia de Buenos Aires empieza la temporada de los dolores de cabeza. La incógnita de qué ocurrirá con el presupuesto nacional se reproduce en territorio bonaerense con ingredientes propios. Una oposición que presiona y un oficialismo dividido cuyos antecedentes en la materia no auguran un panorama tranquilo.
Que el Tesoro de Estados Unidos haya bautizado a la Argentina como “aliado clave” en América Latina no constituye un elogio, sino una advertencia.
Mientras en el Instituto Cultural y el Teatro Argentino crecen las quejas de los trabajadores por el recorte de horas extras, la falta de materiales, cancelaciones y cambios inexplicables en las programaciones, Florencia Santout estaría destinando cuantiosos fondos estatales para intervenir en la política universitaria de la UNLP, a través de su organización, La Cámpora.
En la Legislatura bonaerense tuvo lugar ayer algo que hacía tiempo no ocurría y que a estas alturas ya es novedad: una sesión normal. Claro que se trata de una paz de circunstancias, porque los proyectos clave están en la otra cámara. Será el Senado, entonces, el escenario de las batallas complicadas.
En campaña, la política argentina convierte en gestos extraordinarios lo que son deberes básicos: presentar un presupuesto, no radicalizar discursos o aumentar partidas para educación y salud. Pero la reciente derrota legislativa del oficialismo, al no poder blindar los vetos presidenciales a las leyes de emergencia pediátrica y financiamiento universitario, mostró que el problema ya no es solo comunicacional: la “institución invisible” de la confianza, clave para sostener liderazgos y economías, comenzó a resquebrajarse. La democracia exige más que propaganda de lo obvio; exige resultados que fortalezcan credibilidad.