IA en campaña: entre la innovación y la distorsión democrática

El uso de inteligencia artificial en campañas electorales en Argentina dejó de ser una novedad para convertirse en una estrategia recurrente. En este artículo se analiza el caso más emblemático hasta ahora: el video deepfake viralizado antes de las elecciones legislativas en la Ciudad de Buenos Aires, que simulaba una renuncia de referentes del PRO. A partir del informe elaborado por Enter Comunicación, se reflexiona sobre los alcances, riesgos y desafíos que plantea la IA en la competencia política y en la calidad democrática.

OPINIÓN PÚBLICA 29 de mayo de 2025 Pablo Pérez Paladino y Octavio Diosque
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Pablo Pérez Paladino y Octavio Diosque

La inteligencia artificial ya no es una promesa del futuro en el campo de la comunicación política: es presente. En al menos cinco elecciones provinciales recientes en Argentina, herramientas basadas en IA se usaron para segmentar audiencias, generar contenido personalizado y, en algunos casos, intervenir de forma agresiva en la conversación pública. Sin embargo, fue en las elecciones legislativas de la Ciudad de Buenos Aires donde la inteligencia artificial causó más polémica.

Durante la veda electoral previa a los comicios del 18 de mayo, un video deepfake protagonizado por las recreaciones digitales de Mauricio Macri y la primera candidata Silvia Lospennato se viralizó con velocidad inusitada. En el video, ambos dirigentes anunciaban falsamente su renuncia a competir y su apoyo a un candidato libertario. La pieza fue producida con inteligencia artificial y difundida por influencers/trolls politizados, generando una ola de menciones digitales que trepó a las 267.000 interacciones en menos de 48 horas.

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Desde Enter Comunicación elaboramos un informe completo sobre esta operación, que muestra cómo el uso de IA en campaña puede ser tan efectivo como peligroso. El contenido alcanzó más de 7,3 millones de visualizaciones en un solo día y logró instalarse como tema central del debate público, incluso por encima de los repudios de los propios protagonistas.

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Lo más llamativo es que gran parte de la audiencia interpretó el contenido como un meme: un 47% reaccionó con humor, y solo un 31% lo hizo desde la indignación. Este dato revela algo más profundo: la digitalización de la política está avanzando más rápido que la capacidad de sus actores para comprender las nuevas reglas del juego.

El hecho de que un partido como el PRO —históricamente asociado a la innovación tecnológica y a una comunicación digital efectiva— haya sido desbordado por una pieza de desinformación producida con inteligencia artificial marca un momento bisagra en la forma de hacer política. Este episodio no solo evidencia una crisis de representación, sino también una profunda crisis de lenguaje. La política tradicional se ve desestabilizada por herramientas y formatos que no maneja, y su respuesta, generalmente lenta y basada en lógicas institucionales, termina por dejarla aún más expuesta. Frente a la velocidad, la ironía y la masividad de las nuevas formas de intervención digital, las reacciones clásicas pierden eficacia, revelando una brecha cada vez más grande entre los códigos de la política y los de la cultura digital.

Hoy, la IA permite producir en minutos lo que antes requería semanas. Pero esa velocidad trae consigo nuevos desafíos éticos, regulatorios y culturales. La conversación sobre su uso en campañas no puede limitarse a la fascinación tecnológica: debemos preguntarnos cómo garantizamos procesos electorales transparentes, cómo protegemos la integridad de la información y cómo educamos a la ciudadanía para navegar un ecosistema cada vez más complejo.

La inteligencia artificial es una herramienta, no un actor. Pero quienes la usan, deciden cómo. Y eso debería preocuparnos —y ocuparnos— a todos los que trabajamos en política.

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