7 de septiembre de 2027

Al igual que los últimos diez meses, la discusión por el desdoblamiento de las elecciones bonaerenses continúan en boca de sus dirigentes. Unos quieren pasar la página, mientras a otros les cuesta más. Se asoman nuevos debates y el universo del movimiento justicialista debe reencontrarse con el sentimiento que lo hizo nacer y renacer.

02 de noviembre de 2025Andrés MiquelAndrés Miquel
DEBATES PERONISMO

Desde un sector de la biblioteca peronista, el desdoblamiento estuvo a la altura de un Plan Quinquenal. En otra vereda, la doble votación en la provincia de Buenos Aires es un fantasma de Augusto Timoteo Vandor. Como cualquier discusión actual, los extremos se llevan puesto gran parte del análisis. El caudal de emociones prima sobre el tiempo de lectura. Y quizás, sólo quizás, el 7 de septiembre es más que una elección provincial y asoma como un paso troncal de cara al 2027. Entonces, quizás, ahí reside el epicentro convulsionante del movimiento peronista por estos días.

En un contexto crítico para la representatividad política, la conexión con el electorado y el tan citado vínculo con las bases, Axel Kicillof tomó una decisión a partir de un pedido de la enorme mayoría de los intendentes. Fueron reuniones que comenzaron en enero de este año para sintetizar una estrategia. Hubo diferencias y Cristina Fernández de Kirchner las volvió a exponer en las últimas horas. ¿Por qué?

Días atrás, se viralizaron las palabras de Gastón Granados, intendente de Ezeiza. Particularmente, alguien que no puede ser tildado de kicillofista. “Los votos son de los intendentes”, dijo, a la vez que pidió a los “dirigentes nacionales” que comprendan esa lectura. Lo que demuestra la historia es que nadie es dueño de los votos. Sin embargo, también expone que la sociedad vota por empatía de cercanía. Es decir, vota a quien percibe que lo interpela, escucha y propone lo que necesita.

En los últimos, el engranaje de ese mecanismo desarrolló una potente atomización. Es como la comunicación. Múltiples autores explican la importancia en la capilaridad de los mensajes y la necesidad atinar en el metro cuadrado de las personas. Es una perspectiva individualista, sí. Es claro que las barreras colectivas están erosionadas y la posibilidad de encontrar un discurso mayoritario trae aparejado el desafío de unificar un sentimiento. Javier Milei lo hizo y lo sigue haciendo. Y lo hace desde arriba hacia abajo.

Ante este escenario, el peronismo tiene la necesidad de definir si puede gestar una homilía que rompa el lazo afectivo entre la sociedad y la profética libertaria o moldear nuevos latidos en un electorado que no deposita su futuro en una boleta que encarne la justicia social. Al menos, no quiere que conduzca los destinos del país. Pero sí mostró que, mayoritariamente, avala al justicialismo en las municipalidades. Es un aval que va de abajo hacia arriba.

Al conversar con los intendentes del Movimiento Derecho al Futuro, alzan la figura de Kicillof que se volcó por la segunda arista. El gobernador dio la libertad para que cada jefe comunal diseñe su lista sin intromisiones. A los propios y a los extraños. Este punto solidificó un romance que hace años, o décadas, no había entre los gobiernos locales bonaerenses y un dirigente. Se rompió una barrera.

Quienes no comulgan con esta mirada advierten que los intendentes sólo abrazan a quien tiene votos. Así, dicen, lo hicieron con Cristina Kirchner mientras su figura empujaba hacia arriba. No importaba el candidato que encabece el camino a un Concejo Deliberante porque la potencia estaba en la otra punta de la boleta y, por conveniencia, militaban a la ex presidenta. "Hoy se esconden ante un mal resultado electoral", señaló Máximo Kirchner. Si bien puede ser un misil teledirigido a algún mandatario que esté de vacaciones, es raro de comprender cuando más de cuarenta intendentes se reunieron como el gobernador a cinco días de la derrota.

No hay dudas de que un gobernante quiere ganar. Piensa y trabaja para ganar. Lo hace cumpliendo con lo que su pueblo demanda. Esa voluntad puede no gustarle a un sector. Lo seguro es que nadie vota para vivir peor. Lo seguro, también, es que los pueblos conocen a quienes los integran. Por eso, en un municipio existe un doble desafío: tomar decisiones para mejorar la calidad de vida y, luego, caminar por la vereda poniendo la cara y constatar si hubo aciertos o errores.

Esta dicotomía no estigmatiza a, por ejemplo, los legisladores nacionales. Se trata de verificar las diferencias y los roles estratégicos de cada dirigente. Los intendentes pueden no ser los dueños de los votos, pero sí les conocen la cara. No la conocen sólo en campaña, porque cuando pasa la noche de un domingo de elecciones, al otro día tienen que garantizar el funcionamiento de sus ciudades.

Es claro que pueden tomar malas decisiones. Y lo hacen. Pero son representantes palpables para el vecino de a pie. Al intendente lo puede abrazar y lo puede putear. Sabe dónde trabaja y dónde vive. Lo ve. Lo puede cruzar. Lo percibe como un par que está en un lugar coyuntural para marcar un rumbo. Al menos, por un tiempo.

Kicillof, el hombre que toma mate a las 11 de la noche, eligió construir un dispositivo electoral sustentado en la premisa de la cercanía. ¿Está sujeto a la traición? Sí, como cualquier gobernante. Asumir que el gobernador no comprende esta ecuación es iluso. La comprende tanto como CFK, que padeció múltiples desplantes y traiciones, así como también cometió errores que la posicionan como una líder que fluye de arriba hacia abajo.

Poner en duda las capacidades de las dos veces ex presidenta es absurdo. Debatir sus lecturas es necesario, como la de cualquier otro dirigente. La injusta prisión que atraviesa la corrió de la competencia tras impulsar una redistribución de la riqueza como poquísimas veces en la historia argentina. Por eso la condenan.

Nutrir estos debates son una tarea necesaria. El peronismo no empezó cuando Juan Domingo Perón salió al balcón. No tuvo su momento fundacional cuando los trabajadores metieron los pies en la fuente. El motor del peronismo estuvo en las vibraciones que sintieron todos los que salieron caminando a pedir por la libertad del Teniente General que los escuchó. Ahí se aloja el hilo conductor que unió una generación tras otra con un movimiento que garantiza el desarrollo individual en base al crecimiento colectivo. El peronismo no nació en una plaza, nació en el centro del pecho de cada argentino que por primera vez sonrió al pensar en su futuro y el de su familia.

Cristina Kirchner se despidió de la Presidencia de la Nación con marco épico. Casi que resulta utópico pensar en un escenario similar. Un amor popular maravilloso que reconoció a quien torció, junto a Néstor Kirchner, el decadente sendero que depositó a Argentina en el 2001. Entonces, ¿por qué desde entonces sólo triunfó cuando Alberto Fernández encabezó la boleta? ¿La espalda la dieron los intendentes o la sociedad? El quiebre con la idea del kirchnerismo la llevó Mauricio Macri como bandera y ganó. Lo hizo Milei con, valga la redundancia, con bandera incluida. Y ganó.     

El rol que le depara a Kicillof es el de pegar el salto. No se trata de romper o incinerar al peronismo, si no de imponer su mirada a base de una legitimidad mayoritaria. Esto amerita un salto cualitativo y pasar de líder a estadista. Tiene que dejar de ser una luz al final del túnel y convertirse en un faro. Para eso, eligió la renovación. Buscó en el llano y legitimó a quienes lo recorren. No se trata de tener un concejal más o uno menos como garantía de un proyecto nacional, pero sí de legitimar un nuevo camino con representantes anclados en los nuevos clivajes sociales que nunca se interpretan de arriba hacia abajo.

Por eso, tal como relata uno de los asistentes al encuentro en el Parque Pereyra Iraola, Kicillof reunió a la tropa para solidificar los cimientos de cara al nuevo paso. “Quería saber si estamos de acuerdo con lo hecho hasta ahora”, dice un intendente del oeste bonaerense. Fue unánime. Hasta los que dudaron del desdoblamiento están más que satisfechos. Se aseguró la gobernabilidad a nivel local y, en gran medida, a nivel provincial.

Para fortalecer esta dirección, Kicillof no pidió salir a cazar camporistas, demandó contar con una Ley de Presupuesto, una Fiscal y otra de endeudamiento. No señaló. No hubo dedo acusador, a pesar de que militó una lista a la que fue invitado a "firmar un contrato de adhesión". Prima, en la mirada del gobernador, lo mismo que en la de los intendentes: hay que seguir dando respuesta. Porque, como cuentan en el interior y en el conurbano, en el cuarto oscuro son muy pocos los que piensan en traiciones, estrategias, tácticas o cuestiones de palacio. Las personas, ante todo, sienten.

Esta perspectiva tiene un próximo mojón en 2027. Aquí emerge el fondo de la disputa. Milei quebró el molde porque con un mensaje de arriba hacia abajo desató una estruendosa legitimidad de abajo hacia arriba. Conectó en cinco minutos. Dio en la tecla. Es muy complejo repetir un fenómeno de ese estilo y, posiblemente, es necesario transitar un camino más lento cuyo primer paso concreto fue el 7 de septiembre de este año. Un recorrido alejado de tildar al empresariado, al campo, al radicalismo, al comerciante o al pibe no-formado como un enemigo. 

Kicillof anunció a los intendentes del MDF que, previo a las contiendas electorales, dirigentes que comulgan en otros espacios del peronismo y por fuera del movimiento, “llamaron”. “Hablamos después de las elecciones”, terminaron cada una de esas llamadas. Llegó el momento de ampliar, apuntó el gobernador. Eso amerita caminar y, en paralelo, sostener la gestión. Para que eso suceda, la previsibilidad de un presupuesto y cuánto se recaudará es trascendental. Quizás este sea el motivo por el que sea tan difícil tejer acuerdos.

La nueva etapa, como la llamó el gobernador, tiene manifestaciones sorpresivas. En el mismo momento que se conoció el comunicado de CFK criticando el desdoblamiento, Jorge Taiana lo puso en valor. En La Plata sostienen que la campaña le permitió “darse cuenta”. Vio de primera mano que sucede por abajo.

Así las cosas, asoman tiempos de discusiones profundas y es imperioso que no se castigue ni expulse. Si se judicializan los matices internos del peronismo tal como se hizo con Ricardo Quintela, la chance de debatir de frente resulta algo confusa. Si la presidencia del PJ bonaerense responde a un sector del peronismo y ataca a quienes no comulgan con la mirada de ese espacio resulta, al menos, poco probable la transparencia de la convocatoria. Tampoco es el camino la estigmatización clarinesca de una organización política que hoy cuenta con una docena de intendentes bonaerense y representatividad en la Legislatura.

No se trata de que haya buenos y malos. Se trata de gestar una mayoría. Si la mayoría estuvo de acuerdo con el desdoblamiento y eso permite consolidar un proyecto hacia el 2027, entonces amerita seguir ese cauce. Si el nuevo proyecto toma algunas cosas del finalizado en 2015 y aporta nuevas, no hay jubilación. Lo que hay es peronismo, algo que va más allá de los nombres. Por eso, Kicillof no mostró reparos en el reclamo para discutir, por ejemplo, la conducción del PJ de la provincia.

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