Balubis

El rechazo a los vetos de Milei en el Congreso extiende la racha de derrotas de Milei y su gobierno y enfervoriza a amplios sectores de la sociedad que se ven afectados por sus políticas. Algo sube, algo baja, y en un clima de diálogo imposible proliferan las metáforas de violencia y sumisión.

18 de septiembre de 2025
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El rechazo de los diputados nacionales a los vetos del presidente de la Nación, Javier Milei, a dos leyes aprobadas recientemente fue recibido con euforia en el interior del Congreso, en la calle y seguramente en muchos hogares que siguieron por televisión o redes el transcurso de la sesión de ayer. Es probable que hoy se sume una derrota más para el gobierno, ya que el Senado tratará otro proyecto que fue vetado, el que reglamenta el envío de aportes del tesoro nacional (ATN) a las provincias. Son días complicados para el gobierno, por decirlo de una manera llana.

El clima optimista de un lado contrasta con la pesadumbre palpable en el otro, aunque, como señalábamos por aquí, Milei actúa como si siguiera ganando y propone un presupuesto que suma ajuste para ofrecer sacrificio al dios del equilibrio fiscal. Al león le cuesta levantar la cabeza, ni hablemos de rugir.

El biógrafo no autorizado del Presidente lo expresó mejor que nadie en Twitter (bueno, ahora Equis) en los minutos previos a la grabación del mensaje que luego se transmitiría por cadena nacional: “Lo lograron. Finalmente lo rompieron. Destrozaron a alguien. Alguien que siempre estaba feliz, que siempre estaba sonriendo”. Efectivamente a Milei se lo ve ensayando el ademán triunfalista que le es habitual, con los pulgares hacia arriba, pero su expresión se parece más a la de aquel señor convertido en meme a quien bautizaron Hide the Pain Harold.

El uso de los verbos romper y destrozar ya no llama la atención al cabo de un año y nueve meses de gobierno libertario. Aun antes de la asunción de Milei habían empezado a proliferar en el lenguaje las metáforas de violencia (incluso escenificadas en manifestaciones públicas, con guillotinas y ahorcamientos simulados). El Presidente sumó una buena dosis de alusiones a la sumisión, sexual o no: habló de niños atados y envaselinados, de mandriles; sus seguidores hablan todo el tiempo de domar y mear. O al menos lo hacían hasta hace poco.

Ahora, filtrada por la máquina lingüística juvenil siempre en movimiento, reaparece una metáfora bélica de los últimos años, pero en forma invertida. De personajes impertérritos como Daniel Scioli solía decirse, como elogio o masticando bronca: “No le entran las balas”. La idea era que el personaje estaba protegido por un aura de invulnerabilidad a las críticas e incluso a revelaciones que hubieran hecho tambalear a otras figuras: que llevaba una especie de chaleco blindado hecho de una materia vagamente identificable con el carisma pero también con el invisible sostén del apoyo popular.

Invertida, y filtrada, como decíamos, por los modos de hoy, esa metáfora se repite hoy como meme: “Entró la balubi”. Refiere a cada ocasión en la que la también metafórica coraza que inviste a alguien (en este caso el gobierno libertario) es perforada. A Milei no le entraban las balas, pero ahora parece que sí.

La victoria de Fuerza Patria en las elecciones del domingo 7 en la provincia de Buenos Aires fue una balubi que entró. Los rechazos a los dos vetos presidenciales que tuvieron lugar ayer en Diputados fueron sendas balubis. Hoy puede entrar una balubi más si el Senado también rechaza el veto al proyecto de ATN. Ya parece una ametralladora de constataciones con desinencias infantiles.

Lo que hay en el fondo de esto es la imposibilidad del diálogo. Sería difícil quién lo rompió primero, pero está roto. Se habla de domar, de mear, de dejar el culo inflamado, de balas que entran o no entran, porque suena casi insensato hablar de acuerdos, de compromisos, de arreglos amorosos que lleven una relación hacia adelante. El Congreso, las calles, incluso los hogares son campos de guerra.

Hay que hacer notar, por si hace falta, que estas derivas del lenguaje no son inofensivas y que en este país casi matan a la vicepresidenta de la Nación de un tiro en la frente. Una balubi que podría haber entrado en forma literal. Pero también ocurre lo inverso: las metáforas de violencia y dominación no surgen del vacío, son la expresión natural de una realidad agrietada. (“La grieta”, por cierto, es probablemente la metáfora original de este tiempo: una genialidad de Jorge Lanata que, sin embargo, terminó metiéndose hasta la cintura en esa misma lógica.)

En una guerra la deserción es el peor pecado. Ayer, en la Cámara de Diputados, estalló la furia en el PRO por el voto de Silvia Lospennato contra los vetos de Milei. Sus propios compañeros de bancada la acusaron de haberse pasado al otro bando (el kirchnerismo), acusación que es reproducida por proístas de a pie en las redes. Resulta inconcebible para ellos que el voto de un legislador pueda ser influido por cualquier lógica que no sea la de la batalla. Hay un bando de un lado y un bando del otro. El de ellos viene vapuleado, pero de ninguna manera se puede aceptar que se vote con el enemigo.

La situación económica y la crisis del peronismo exacerban este modo de funcionamiento. El gobierno se está quedando sin argumentos para demostrar que el rumbo adoptado es el correcto y por lo tanto se dedica a reforzar la idea de que enfrente está el demonio que quiere destruir al país. En tanto, el fragmentado espacio que supo ser hegemónico a pesar de sus divisiones internas, pero que hoy tiene dificultades para mantenerse unido, no logra consolidar una propuesta concreta para oponer al programa mileísta, y por lo tanto prefiere, también, promover el voto en contra, en este caso en contra del gobierno nacional.

Es difícil que se pueda superar esta lógica en el futuro inmediato; por supuesto, no antes del 26 de octubre. Es tarea para los próximos dos años. Tarea, concretamente, de la dirigencia política, que ojalá esté a la altura. Es una de las ocasiones en que todo está tan roto por debajo que sólo se puede empezar a arreglar por arriba. Sin bajar banderas, pero sí bajando un poco la guardia.