Florencia Lampreabe: la política del “octógono” muy lejos de las calles
En Hurlingham, un municipio colapsado, la interventora designada por La Cámpora para rescatar a Damián Selci apuesta al “marketing saludable”. Mientras tanto, la inseguridad y la crisis habitacional crecen.
07 de julio de 2025 Julieta Baglia
En Hurlingham se abrió una nueva etapa en la disputa política impulsada por La Cámpora. La protagonista es Florencia Lampreabe. Un “cuadro político y militante” con un perfil ideológico marcado, pero escasa conexión con los problemas del distrito. Su cargo formal es el de jefa de Gabinete. En la práctica, sin embargo, actúa como “interventora”. La decisión llegó desde la cúpula camporista, que busca compensar la gestión débil del intendente Damián Selci, cuya imagen positiva cae encuesta tras encuesta y ya lo ubica entre los intendentes con peor evaluación del conurbano. En el último relevamiento realizado por CB Consultora, de hecho, Selci acumula un 60% de imagen negativa.
Por ese motivo, Lampreabe no representa un plan del gobierno local: representa la narrativa desesperada de una estrategia camporista para tiempos de crisis. Aun así, en un municipio con calles bacheadas, transporte deficiente y escuelas sin calefacción, su figura resulta ajena, incluso, entre sus pares dentro del resto del gabinete municipal.
La actual jefa de Gabinete fue diputada nacional y secretaria de Ambiente en Hurlingham, y su carrera se construyó siempre dentro de la lógica del funcionariado político. Centrada en temas globales, lejos de los reclamos cotidianos del conurbano, su trabajo legislativo se asocia, sobre todo, a la Ley de Etiquetado Frontal, conocida como “la ley del octógono”. Desde 2021, esta norma obliga a identificar con un sello negro los excesos de azúcar, sodio, grasas o calorías en los productos alimenticios. A veces, también aparecen advertencias sobre cafeína o edulcorantes. Un octógono oscuro en el envase, como un guiño solemne a una salud lejana.
Para Lampreabe, sin embargo, la “ley del octógono” no es una herramienta más. Es un símbolo. Un emblema de gestión “progresista”. Ella misma presentó esta ley en el Congreso de la Nación como una cruzada contra la obesidad, la diabetes y las enfermedades crónicas. Pero mientras se diseñaban campañas con octógonos negros, Hurlingham seguía sin transporte digno y con grandes constructoras agravando el problema habitacional. El contraste es notorio: Lampreabe representa a la ley y la política pensadas para el consumo, pero incapaces de resolver los temas urgentes de la vida diaria.
Es cierto que algunos consumidores cambian de producto al ver el octógono negro. Pero si todos los productos lo tienen, ¿acaso la señal no pierde fuerza? Cuando todo está etiquetado, nada se destaca y la advertencia se vuelve ruido. De todas formas, Lampreabe defiende la norma con entusiasmo y el lenguaje técnico de los foros internacionales. Habla de “garantizar el derecho a la alimentación saludable” o “promover la salud pública”. Pero los vecinos de Hurlingham conviven con cortes de luz, falta de agua, calles rotas. Y en ese caos doméstico, los octógonos no significan nada.
Mientras Selci anuncia repavimentaciones parciales, Lampreabe también comunica con foco en mujeres, medio ambiente y consumo responsable. Pero la demanda es otra. La gente pide colectivos que funcionen, cloacas, más médicos, escuelas seguras, comida en los comedores. Nadie pide etiquetas. Nadie discute octógonos en la fila del hospital. Lampreabe representa así a un tipo muy conocido de político profesional: el que se adapta al lenguaje de las fundaciones, se acerca solo a “causas correctas” e incluso juega a disfrazarse de Eva Perón en los actos del municipio. Pero está lejos de las personas que reclaman porque no les llega el agua. Pero, ¿hasta cuándo podrá sostenerse un discurso sin respaldo territorial? ¿Cómo explicar al vecino que se prioriza el etiquetado de alimentos antes que los patrulleros?
En el corazón de Hurlingham la brecha ya se percibe. La distancia entre lo que se promete en redes y lo que se padece en las calles es cada vez mayor. Y lo que falta en medio de ese espacio es gestión. Sin gestión, todo relato es apenas un ruido que se apaga en la primera esquina.