Kicillof ya disparó su bala de plata

El triunfo electoral del domingo para Fuerza Patria se apoyó fuertemente en un recurso que el peronismo no tendrá en las elecciones de octubre: los intendentes. Dirimidas las pujas por el poder local en los distritos, los comicios nacionales no ofrecen incentivos para esa pelea y repetir la victoria dependerá de factores más volátiles.

10 de septiembre de 2025
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El gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, tenía una bala de plata en la recámara, y ya la usó. El domingo, en las elecciones legislativas provinciales, se vio su efecto: el peronismo, bajo el sello Fuerza Patria, se impuso claramente por sobre la alianza libertaria que motoriza las ideas del gobierno de Javier Milei.

Ya disparada, esa bala no sirve más. De manera que en la próxima contienda, que tendrá lugar el 26 de octubre, el peronismo deberá apoyarse en otros elementos para poder repetir, si fuera posible, el resultado del 7.

¿Cuál es (o era) esa bala de plata? Los intendentes peronistas. Ese colectivo que fue ninguneado a lo largo del año, primero en la Legislatura, cuando no se trató el proyecto para habilitar nuevamente las reelecciones indefinidas en los municipios (y sí, insultantemente, uno que las permite para todos los demás), y luego, a la hora de armar las listas de candidatos.

No cabe duda de que la buena performance de Fuerza Patria en las urnas se debió en gran parte a la influencia de los intendentes del espacio. En tiempos de crisis para el peronismo, con dos sectores en pugna (el kicillofismo y el cristinismo) y uno (el massismo) que anda boyando entre uno y otro, fueron los popes comunales los que trabajaron en el territorio para garantizar una elección ATR.

Axel Kicillof, Cristina Fernández de Kirchner y Sergio Massa pueden ufanarse de haber sido los artífices de la unidad (que, repitámoslo una vez más, es meramente de circunstancias), pero los que pusieron el hombro en el terruño fueron los alcaldes. Y por buenas razones: tenían todo el incentivo para lo que en la jerga se llama “militar la boleta”.

Esto es: trabajar por un buen resultado para asegurarse la hegemonía en sus propios distritos, procurando acaparar la mayor cantidad posible de concejales (y consejeros escolares, aunque raramente alguien se acuerde de ellos). Los intereses de cada intendente quedan alineados con los de los candidatos a la Legislatura, ya que, a menos que se den fenómenos de corte de boleta que son siempre acotados, cuando gana uno, gana el otro.

Esta ocasión en particular, sin embargo, tuvo dos diferencias importantes. La primera, que ya mencionamos más de una vez, es que la implementación de la boleta única de papel (BUP) a nivel nacional, con la consecuente separación de las papeletas electorales, eliminó el efecto de “arrastre” hacia abajo de los aspirantes a cargos en el Congreso Nacional, y ahora son más bien los intendentes los que ejercen un “arrastre” hacia arriba.

La segunda es que, a partir del desdoblamiento de los comicios decidido por Kicillof, este empuje sólo se ejerce en la primera instancia, y desaparece en la segunda. Es decir, en las elecciones nacionales de octubre.

Ocurre que en todas las elecciones, hasta ahora, la acción de los caciques municipales era decisiva para empujar los votos peronistas (cosa que también aplica, claro está, al radicalismo y al PRO); pero el desdoblamiento hace que ese empuje sólo opere efectivamente en el caso en que se juegan cargos municipales. En la compulsa nacional, al no haber listas de concejales, no habrá incentivos para que los jefes comunales se muevan demasiado.

Dicho en otras palabras: los intendentes no tendrán muchos motivos para militar la boleta de Fuerza Patria, y sí tendrán, probablemente, la oportunidad de manifestar algún resquemor por el desaire sufrido.

Por eso, la dirigencia peronista tendrá que hacer un trabajo fino en varios niveles si quiere reproducir los porcentajes logrados hace pocos días cuando llegue el momento de competir por bancas en el Congreso, concretamente de diputados nacionales, que es lo que se elige en esta oportunidad.

Kicillof haría bien en aceitar la relación con los alcaldes, especialmente los que, identificados con Cristina Fernández de Kirchner, le resultan más díscolos y que, habiéndose asegurado el triunfo en sus territorios, ahora podrían darle la espalda.

Por otra parte, la victoria, si se produce, no tendrá nada que ver con la gestión y las problemáticas locales, sino que se jugarán otros elementos, más volátiles.

De todas maneras eso es en alguna medida lo que ocurrió el domingo, ya que, por decisión tanto de Milei como de Kicillof, la elección se nacionalizó a más no poder, y terminó convirtiéndose en una competencia entre modelos de gestión disímiles: la “motosierra” y el “Estado presente”.

Pero el mandatario bonaerense haría bien en considerar en qué medida el aporte de los gobernantes distritales influyó para que Fuerza Patria tuviera una ventaja de casi 14 puntos por sobre La Libertad Avanza (LLA). Sin duda no fue poco. Y una derrota en octubre, o una victoria demasiado ajustada, puede comprometer su sueño de ir por la presidencia en 2027.